sábado, 27 de marzo de 2010

Fariseos (1)


He aludido en anteriores oportunidades a que uno ha colaborado en diferentes medios de comunicación. Escritos, fundamentalmente. Y también saben mis sufridos lectores que uno, atrevido a más no poder, quiso ser estudiante cuando las canas habían invadido, tiempo ha, las superficies pilosas. Sí, todas. De lo uno y de lo otro va este ‘Fariseos’. Que ya vio la luz allá por 1997 en un diario tinerfeño, en este momento, independentista, por más señas. Ahora, echando la vista atrás, uno recuerda a personas que hoy trabajan en el citado periódico y a otros que lo hicieron hasta no ha mucho. Los primeros, alumnos como yo en aquel entonces, y los segundos, profesores piramidales. Los ‘correpasillos’, de un lado, y los ‘cotos privados de caza’, del otro. El resto, tras la lectura de lo escrito hace casi trece años, te lo puedes imaginar. Si quieres entrever que algunos magallotitos, críticos con algún sector del profesorado cuando la conveniencia lo exigía y peloteros cuando las circunstancias académicas también lo requerían, pues sí.
Hoy, cuando he vuelto a releer lo plasmado hace más de una década, me han entrado unas ganas enormes de sacarme la anhelada primitiva. Objetivo: subvencionarme a mí mismo mismamente para publicar en un libro una colección de aquellos artículos. Porque solucionado el tema económico, uno tiene buenos amigos en el –y del– gremio para que le echen una mano a la hora de hacer la selección. Sin más, retrocedamos unos años…
“Dícese del hombre hipócrita, en sentido figurado. E hipócrita es aquél que actúa con hipocresía. Y el Drae nos dice que este sustantivo significa el fingimiento de cualidades o sentimientos contrarios a los que verdaderamente se tienen o experimentan.
Deduzco, pues, que los hay a cientos. Y no debe uno permanecer en silencio ante tantos lameculos, correveidiles, chupópteros, vividores, que habiendo pasado años apegados a la mamandurria, se convierten, de pronto, en adalides de nobles causas. Eso mismos que despotricaron tiempo ha de supuestas negligencias por doquier, de carencias enciclopédicas y de vestuario, se constituyen en salvadores de ángeles caídos.
Pasaron mes tras mes haciendo kilómetros en pasillos y despachos a la caza y captura de matrículas del bien quedar. Sobresalir era máxima a seguir. Dedicaron largos períodos en esperas y asaltos programados. Escalaron peldaños a costa del abnegado que sacrificó tiempo y cerebro en cultivarse de otra manera. Hicieron el paripé mejor que nadie. Elevaron quejas de elementos que no daban la talla ante sujetos dotados de portentosa clarividencia.
Acabaron, por supuesto, y ocuparon puestos relevantes en la clasificación final. Sin gastar grandes dosis de bolígrafo y fósforo. Salieron guapos en la foto. Y no esperaron mucho para convencer al resto del personal. Porque sus enormes dotes persuasivas habían sido debidamente entrenadas en las previas correrías por los vericuetos facultativos.
Actos académicos solemnes son aprovechados para otros menesteres. Y el aplauso hipócrita suena con fuerza en la tarde-noche. Y por aquello del bien quedar, el público, imaginándose cualquier cosa, bate palmas, hábilmente dirigido como en cualquier concurso televisivo. Si lo sabré yo, cuando familiares muy directos me preguntan, a posteriori, de qué iba el invento.
Palmaditas en la espalda, preámbulo de puñaladas traperas. Digno colofón para quienes azuzaron no ha mucho. Justificación peregrina de aconteceres no tan lejanos. Hechos vividos –y comentados con la objetividad de un año más– por los que contemplan atónitos malquerencias camaleónicas…

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