La Casona de La Gorvorana vuelve a estar
en el candelero. O en el candelabro, que dijo el entendido. Del particular he
hablado en varias ocasiones con gentes directamente relacionadas con aquel
entorno. Desde sus antiguos propietarios hasta el concejal que asume tal
responsabilidad en el consistorio realejero. Y alguna que otra conversa con
quienes se desvelan en descubrir secretos consultando en ‘papeles viejos’.
Lo último que
leí (en la prensa de ayer mismo) fue una declaración al respecto de José
Melchor Hernández Castilla, en nombre de la Asociación Wolfgang
Köhler, que reclamaba al ayuntamiento una actuación urgente ante el deterioro
más que evidente que muestra el edificio.
No quiero
ahondar en el asunto. Es menester hechos y no dichos. Pero ya que la Hacienda fue residencia
de personajes ilustres en la historia de la isla (por ejemplo, los Alvarado-Bracamonte),
dejar constancia –sobre todo por aquellos que ya no van a poder echar una
visual a estas líneas– que entre las vetustas y amplísimas paredes, y bajo los
falsos techos de sacos de pita enjalbegados que sirvieron de protección en
pretéritos temporales, también habitamos otras muchas familias de apellidos sin
abolengo, cuyo único mérito fue trabajar, trabajar y trabajar. Y el inmueble se
mantenía, que no es poco.
Subo al
otrora mirador –hoy ruina entre ruinas– y vislumbro que el paro sigue
aumentando en Canarias muy a pesar de las reiteradas promesas de Paulino
Rivero. Y como su gobierno se sustenta en un pacto con el Partido Socialista,
muy difícil se le hace a la formación que lleva la O de obrero en sus siglas emitir juicio alguno
contra la tendencia observada a nivel patrio. Porque los líderes nacionales
tienen a olvidar aquellas comunidades autónomas en las que aún alcanzan a tocar
poder siquiera mínimamente. Y obvian, asimismo, que las competencias en esa
materia se hallan transferidas y descentralizadas.
Hago otro
esfuerzo, estiro el cogote y, a pesar de la incipiente calima, distingo a don
Alfredo Pérez Rubalcaba cómo reclama la retirada de don Mariano Rajoy Brey,
pues entiende no está en condiciones de dirigir el país. Me imagino que no
deberá referirse al periódico. Pero mis escasos, pero incondicionales, lectores
coincidirán conmigo en qué ocasión están perdiendo los socialistas si estas mismas
declaraciones fueran argumentadas por alguien que no estuviese contaminado. Y
con esa cara de alegría con la que el líder del PSOE acude a las ruedas de
prensa, bien poco podemos esperar.
En la última
encuesta conocida hace unos días, el PP había caído hasta unos extremos jamás
conocidos. Se estimaba una pérdida de hasta 50 escaños en el Congreso de los
Diputados. De los que el principal partido de la oposición apenas rasca unos
pocos. Y el más común de los mortales (a saber, yo mismo sin ir más lejos) entiende
que la situación no es normal. Y la única explicación razonable es que los
electores se hallan en un estado tal de desconfianza que no están por la labor
de depositar su voto por más de lo mismo.
Pero como soy
un pobre desgraciado al que nadie presta la más mínima atención, mis consejos
van directamente al cubo de la basura. Ni siquiera los más allegados, aquellos
que compartieron fatigas en un pasado no tan lejano, son capaces de iniciar el
proceso revolucionario. Parece que se han acomodado igualmente. Y como en la
actualidad también se cobra estando en la oposición, arre burro y todos
pa´lante.
He bajado del
mirador cariacontecido, cabizbajo, meditabundo. Y no quiero deprimirme, aunque
parezco triste caballero andante al que la superioridad no entiende. Parece que
el vocablo utopía ha desaparecido del diccionario, de su léxico. Tal vez lo
creas una nimiedad, pero cuando la ilusión se torna desazón, la política pierde
su verdadero sentido. Brilla por su ausencia el compromiso, la seriedad, el luchar
por nobles causas. El mercantilismo ha podido más.
No he
recorrido nuevamente aquellos muros de las inmensas huertas que en épocas
estudiantiles fueron testigos de innumerables paseos y de no menos sosegadas
lecturas de apuntes en libretas forradas con papel de empaquetado. No pasé por
El Bosque porque ya, simplemente, no lo es.
Me mantiene,
sin embargo, la esperanza. Y los cimientos no se encuentran en Madrid. La bien
entendida y tan necesaria rebeldía es menester canalizarla desde abajo. Desde
las poltronas, bajo el tamiz de sueldos, privilegios y prebendas, se atisba un
camino bien diferente. Que en nada se parece al que debemos recorrer
diariamente. Y los silencios son tan preocupantes como los discursos vacuos.
Necesitamos espejos. Muchos.
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