Habrán
observado –y si no, a qué esperan para regolizniar
un fisco– que tras el regreso del primer viaje de la temporada con cargo al
selecto club de los viejitos, he ubicado nuevas décimas en el Rincón de las
letras menudas y he retomado las presentaciones en la versión dos de este blog (tienes
el enlace un poco más debajo de donde te hallas leyendo, a tu derecha y
pinchando en el dibujo que representa una escuela de años ha), tal y como había
prometido cuando concluí con la serie dedicada a La Gomera.
Nos marchamos
hasta Almería, más concretamente a la población costera de Roquetas de Mar
(como su propio nombre indica, que diría cualquier cómico al uso) a disfrutar
de diez días de relax y comida abundante. Porque mira que comemos cuando nos
sueltan en los hoteles en los que nos alojan con régimen de pensión completa.
Era el Don Ángel, cuatro estrellas, justo al lado del Paseo Marítimo y como en
aquella provincia la temperatura no se diferencia gran cosa de la que podemos
disfrutar en las islas, ya me dirás. Además, dado que enero está catalogado en
el programa como temporada baja, si te digo que salimos a 190 euros por cabeza
(19 diarios, incluyendo además transporte), lo mismo te enfadas conmigo. Pues a
pesar de tales ventajas, aún hay pensionistas que se quejan. ¿De qué? Por
cualquier motivo.
No había
recalado con anterioridad en el aeropuerto de Granada. Al que llegamos un día
frío y lluvioso. Así que imagínate el pelete durante el trayecto del avión a la Terminal. Caminando.
No vislumbramos una mísera guagua. Chacho, todavía estoy tiritando. Luego, autobús
(todo se pega) hasta el destino. Algo más de doscientos kilómetros –menos mal
que por autovía, la A-92–
y con la denominada parada técnica (me suena más a componenda comercial del
guía que a descanso del conductor), unas tres horas de culo pegado al asiento.
Las estribaciones de Sierra Nevada hacían honor a su nombre. Y almendros por
doquier.
Como el Seat
Ibiza de alquiler se portó a la perfección, ya te mantendré informado, a través
de las fotografías, de aquellos lugares de especial interés. ¡Ah!, si tienes la
oportunidad de darte un salto, no dejes de visitar Trevélez, el pueblo más alto
de España (sí ya lo miré y la gana a Vilaflor por unos cuantos metros), donde
los jamones constituyen su seña de identidad. Y sin ver un cochino por los
alrededores, salvo los ejemplares –aquí también existen– de dos patas.
Como hoy no
me apetece comentar nada de los que yo llamo primeros movimientos de Rivero
para desestabilizar el pacto, ni de los que no entienden su propia letra (ya
Rajoy tienen un discípulo en su antiguo amigo LB, también conocido por el cabrón), ni de lo todo es mentira y
falso (salvo alguna cosa), te diré que estuve escribiendo en el pasado mes de
enero unas boberías (lo siento, pero no sé para más) acerca de la figura de don
José de Viera y Clavijo. Y lo hice en el verso octosílabo clásico de rima
consonante en un conjunto de décimas. Añadí un soneto al ya publicado en Sodero
y elaboré un romance que intenta glosar las peripecias del ilustre viajero. Que
en unos días, como bien sabes y habrás escuchado, hará doscientos años que
falleció en Las Palmas de Gran Canaria (a perdonar, don José).
El trabajo lo
hice llegar al concejal de Cultura de Los Realejos para que dispusiera del
mismo como mejor creyera conveniente. Y para ustedes, mis estimados seguidores,
arbitraré una fórmula para que lo vayan conociendo. Lo mismo aprovecho el
próximo viaje para dejar unas entradas programadas. O iré rellenado huecos en
el rincón anteriormente aludido. Ya se verá, que diría la madre de antaño a la
hija cuando esta solicitaba permiso para ir al cine.
Y ya que hoy
no he escrito de San Juan de la
Rambla, ni de El Tanque (nueva movida a la vista o los
movimientos de los peones de Paulino), ni de la renovación nacionalista en el
comité realejero, señalarte que estoy embarcado en un noble proyecto editorial
–como mero supervisor– que llevará por título ‘Comprometidos con Los Altos de La Orotava y Los Realejos’ y
que ilustrará, fundamentalmente, la ingente y fecunda labor del cura salesiano
don Víctor Rodríguez Jiménez. Unos buenos amigos perdomeros lo estimaron
oportuno y en ello estamos.
Me temo que
mañana jueves vuelva a las andadas y caiga de nuevo en la tentación. Lo que
puede, y tira, la política. Hasta entonces.
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