
Puedo
prometer, y prometo, que me leí el artículo 113 de la Constitución
Española. Sirva idéntica salvedad para el número 20 del
Estatuto de Autonomía de Canarias. Y la inmersión oportuna en la
Ley Orgánica del Régimen Electoral General.
Para que mis estimados lectores comprueben fehacientemente que he sido capaz de
prepararme de manera concienzuda por si me obligan a someterme a una cuestión
de confianza, ya que no se atreven a presentarme una moción de censura.
Cobardes, caguines (o cagones si son de porte mayor).
¿Verdad que
sobra la última frase? Consciente de que todos ustedes están dotados de algo
tan elemental como el sentido común, la añadí adrede en el convencimiento de
que aquellos que creemos que la política es un mal necesario, y que nos
preocupa todo lo relacionado con la gestión de los recursos de la comunidad,
estamos alcanzando cierto grado de nerviosismo. La visión que cada día (sería
la expresión pertinente, pero convendrán en que debemos modificarla a cada
minuto) contemplamos en quienes deben ejercer con mucho más celo las
obligaciones contraídas, es penosa en grado superlativo. Y no dudan en ampliar
sus escasas dotes, producto de una preparación nefasta y sin examen previo, la
desfachatez más abominable.

Estaremos
atentos a lo que alegan los concejales del PSOE. Los que quedan, porque a
Carlos lo desbancaron, eso leí, por su buena sintonía con la primera autoridad.
¿Y acaso pretendían otra cosa? ¿No firmaron aquel pacto con esas lógicas
intenciones? ¿Qué debe procurarse cuando se accede a esta forma de gobierno?
¿Ya tiene el señor Fumero, secretario general insular (el que indaga en los
comités de su partido acerca de los que leen Pepillo y Juanillo; si es que me
merezco un monumento), la respuesta modelo para justificar esta nueva aventura?
¿Cumplirá fielmente el concejal ‘poco convencido’, don Juan García, estas otras
directrices programáticas o alegará cualquier desavenencia en un futuro
próximo?

Podrán acudir
esta mañana a la rueda de prensa acompañados de todas las planas que crean
conveniente, hasta del obispo de la diócesis para la bendición oportuna, pero
la credibilidad sigue haciéndose añicos. Están, desde las más altas esferas
hasta el último pueblo, haciendo el ridículo más espantoso y demostrando que
son capaces de perder ¿la dignidad? por un plato de lentejas. Que llegado el
momento de la digestión, les van a saber más
frías que las patas de un muerto. Total, si ya huelen a cementerio.
Uno creía,
iluso, que los electores tenían la última palabra. Cuán equivocado andaba.
Aquellos que dicen representarnos y velar por nuestros intereses, qué risa, se
erigen en salvadores de no sé qué, permitiéndose el lujo de cambiar las reglas
del juego cuando les venga bien. Ya no nos queda ni la opción de que cuando se
convoque la próxima cita electoral, poder exigir responsabilidades y juzgar una
acción de gobierno. Con estos cambalaches, legales pero ilegítimos, optaremos
por lanzar unos dados. La doctrina filosófica de las causas finales
(teleología) será sustituida por un vaso de vino y un brindis al alisio.
Ahogaremos nuestras penas e invocaremos al Cristo, a ese que festejaron ha bien
poco todos unidos, en franca armonía y dándose falsos –como ellos mismos, sin
ir más lejos– golpes en el pecho, para que ponga orden.

Nota final.
Redacté estas líneas ayer por la tarde y programé la entrada anoche antes de
acostarme. Lo mismo ha habido novedad en el ínterin. No importa porque mi
opinión es inamovible. Tú y yo, que somos tan inteligentes (por no decir más)
como ellos, sabemos qué van a decir. Y si los miras fijamente, parece que lo
hacen convencidos. Qué actores teatrales estamos desperdiciando. O qué payasos
para un circo. O qué monos para un zoológico. O qué… Frena que te conozco.
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