“Desapareció la Casa Azul. En
Toscal-Longuera fue todo un símbolo durante muchísimos años. Quiero imaginarme
que el desarrollo urbanístico así lo requería. A partir de ahora la calle
principal del barrio será mucho más ancha y se acabarán los problemas de la
falta de aceras en la zona.
Accederemos a las urbanizaciones sin las
estrecheces de antaño. Podremos incluso estudiar la posibilidad de efectuar
algún cambio en la circulación rodada. Los vehículos no encontrarán obstáculos.
Pero ha quedado atrás un trozo importante de
la historia del barrio. Se nos ha ido el enlace mágico de El Toscal y La Longuera. Aquel
que contempló las viejas disputas entre los unos y los otros cuando las fiestas
tenían lugar. O que fue la puerta de entrada de La Hoya y de La Gorvorana.
Parada de las guaguas, estación intermedia de
aquellos diablos rojos que apenas cabían por una carretera encajonada, que
marcaba el punto de inflexión entre el precio del billete de la anterior y
posterior parada. Guaguas que tropezaron en más de una ocasión en curvas
inverosímiles, para, en singular viaje, conducirnos hasta La Guancha. Y la Casa Azul sabía mucho de
ello.
Longuera-Toscal se ha desarrollado
urbanísticamente a ritmo vertiginoso. Y no tiene trazas de sufrir parón alguno.
Y sus habitantes forman una amalgama de muy variadas procedencias. Y el
profundo cambio fue contemplado por la Casa Azul, que ahora pasa a mejor vida.
Los vecinos de siempre, que rondan más allá de
los cuarenta, recuerdan cómo en la Casa Azul se desahogaban los deseos reprimidos
de las gentes de La Longuera cuando echaban los voladores hacia El Toscal. O
cuando estos otros devolvían la jugada en la época de su fiesta. No se competía
a limpiar paelleras como los de Villarriba y los de Villabajo. Era simplemente
un arrebato explosivo como cuando se realiza un vulgar corte de mangas ante el
gol de nuestro equipo.
Por allí transitaron domingo tras domingo las
gentes de La Longuera
cuando acudían a cumplir con el precepto de oír misa a la Ermita de La Gorvorana. O pasaban
los chicos de los medianeros de las fincas para ir a la escuela. O las chicas
marchaban a la de El Toscal, enfundadas en su babi blanco, con el que posaron para la posteridad en El Castillo.
Son recuerdos de tiempos idos que la Casa Azul se ha llevado
para siempre. En un muy poco tiempo se ubicará en su lugar un elegante edificio
que servirá de morada a nuevos vecinos que incrementarán un censo bastante
importante.
Difícil es compatibilizar el hoy y el ayer.
Quedan pocos símbolos en este barrio que ha visto cambiar su fisonomía de una
forma brutal. Pero no sería demasiada pretensión hacer un llamamiento a las
autoridades para que se intentaran conservar esos vestigios que han conformado
la historia de esta zona.
Cuando los que siempre hemos vivido aquí
escuchamos cómo se lanzan globos sonda, cómo se especula para estudiar los
comportamientos ajenos, nos entran tremendos escalofríos. Por eso los que
vivimos en Toscal-Longuera quisiéramos que se conservaran ciertos emblemas del
barrio.
Y ahora que la Casa Azul se nos ha ido para
siempre, procuremos que la vorágine sea más comedida. Me preocupa aquel intento
de modificar el contorno de Los Roques. Bastante se ha fastidiado ya La Fuente.
¿No tenemos en Punta Brava una maravillosa playa? ¿No se va a construir un
puerto en la vecina ciudad?
Realicen ya un proyecto para meter allá abajo
una machacadora y acabar con el molesto callao. Dejen que la mar circule
libremente por donde solía tiempo ha. La naturaleza es sabia y hará el resto.
¿No entra cada verano la arena a la
Playa del Socorro? Hagan posible que nuestros nietos puedan
volver a jugar al fútbol en Los Roques.
Se nos fue la Casa Azul. Ojalá haya
sido el último ejemplo de lo que el desarrollo urbanístico demanda. En otras
ínsulas –y no tan lejanas– han sabido armonizar turismo y naturaleza. Y que
aquél se adapte a ésta. Y no al revés. El recurso fácil no es, precisamente, el
que adopta la gente inteligente”.
Otro rescate de años idos. Del 22 de
septiembre de 1996, periódico El Día. A veces pienso si no vamos de culo. Como
si la marcha atrás fuera la única velocidad del auto loco en el que nos hemos
subido y que parece no tener conductor. Y sigo sin dinero para dar a conocer en
una publicación que treinta años después no estamos mucho mejor. Pero me tendré
que fastidiar porque los políticos no están por la labor. No sea que se les
reproche algo de sus actuaciones en estas tres últimas décadas.
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