“Se empeñó la perra que
le diera un paseo. Sabía desde hace tiempo que le tenía prohibido grandes
trotes. Recuerden que cuando la llevé hacia la zona de Romántica I, la
pobrecita se llevó tremendo susto cuando vislumbró la zona que antaño se
denominó La Fuente. Por
eso, en la presente ocasión, tomé otra dirección. Y ahora, sentado delante del
ordenador, me estoy arrepintiendo. La perra, echada en el lugar de costumbre,
ha comenzado a rascarse. También debe estar picándole algo.
Pasé por la Casa de la
Gorvorana. Pongo en antecedentes, rápidamente, al personal:
Cuando Alonso Fernández
de Lugo acaba la conquista de la isla de Tenerife, se reserva la Hacienda de
Los Príncipes, merced a la Real Cédula de 5 de noviembre de 1496, por la que es
nombrado Gobernador de la Isla, y se le faculta para efectuar el repartimiento
de tierras, casas y heredades. En virtud de la misma, nombra Alcalde Mayor a
Francisco de Gorvalán, quien recibe las tierras que, con posterioridad, se
conocerán como Hacienda de la Gorvorana.
La Casa de la Gorvorana
está cargada de historia. Baste reseñar su relación con la familia
Alvarado-Bracamonte y, por lo tanto, con la alta cúpula militar de la isla en
el siglo XVII.
Pero este magnífico
ejemplo de la arquitectura canaria, con todos los elementos clásicos que
caracterizan este tipo de construcciones, está herida de muerte. El portalón
metálico que le han puesto a la entrada, con una elegante chapa de aluminio, es
el primer añadido que resalta el valor de la obra. La entrada, con un zaguán de
piedra natural, ha sido rebajada –eliminando la piedra– para poder permitir la
entrada de los vehículos que transportan las piñas al empaquetado que han
ubicado en su interior. Planchas de plástico, columnas de hierro, bloques y
cemento por doquier arrinconan y destruyen sólidos paramentos elaborados a base
de piedra seca.
Obviamente, no entré.
Entre otras cosas, porque es propiedad particular. Por otra parte, la perra
ladraba. Ignoro si de miedo a sus paisanos del género masculino, o de rabia e
impotencia.
Seguimos hacia El
Bosque. Otra desilusión: los elegantes arcos que soportaban el canal del agua,
han sido taponados. Más bloques, más cemento. No entiendo por qué se suprime
este miniacueducto de Segovia, si en otros lugares se tiende a imitar el
Palacio de Las Cortes. Las azucenas, que otrora conformaban singular tapiz, han
desaparecido para ubicar mesas, muchas mesas, en las que realizar estupendos
tenderetes, que son, sin lugar a dudas, mucho más importantes que el variopinto
estilo cromático del vegetal aniquilado.
Se aprobaron, no ha
mucho, las Normas Subsidiarias de Planeamiento Urbanístico de Los Realejos.
Según mis referencias, en La Gorvorana se llevará a efecto un convenio
urbanístico. Por el mismo se declarará suelo urbano las actuales huertas de platanera
de la finca. A cambio, como compensación, recibirá el Ayuntamiento, es decir,
el pueblo, la Casa de La Gorvorana. Quiero imaginarme que también El Bosque.
El alcalde realejero ha
tenido la responsabilidad urbanística del municipio en los últimos años.
Desconozco el actual organigrama, pero tengo la impresión de que todo sigue
igual. Don José Vicente no ha encontrado al concejal idóneo para desarrollar
esta labor y ha acaparado el asunto. Luego las malas lenguas dicen lo que
dicen. Y no me extraña, señor alcalde.
Los propietarios de la
actual finca de La Gorvorana van a obtener un suelo urbano residencial que,
traducido en millones de pesetas, va a suponer una importantísima cantidad, una
muy elevada cantidad. No hace falta ser un lince para averiguarlo.
¿Se ha parado usted a
pensar, don José Vicente, el saco de dinero –y con billetes de diez mil
pesetas– que le hace falta al Consistorio para que la Casa de la Gorvorana
vuelva a ser lo que fue? Porque no me venga que será sede de un museo o no sé
qué, si, aparte de estar cayéndose a trozos, le han largado tanto parche de lo
más moderno, que ya me dirá.
Con razón dice la gente
que en esos convenios que usted lleva efecto, debe haber gato encerrado. Y no
es para menos. Éste será un convenio demasiado descompensado.
Si estoy equivocado,
rogaría me lo hiciese saber. Y que conste que somos muchos más los que estamos
preocupados por este particular. En mi caso, por claras connotaciones de un
pasado que, desgraciadamente para mí, está cada vez más lejano. Y no nos une
sino la preocupación. No somos ecologistas, ni políticos, ni empresarios de la
construcción, ni urbanizadores. Sólo unos pobres ciudadanos que pagamos
religiosamente, para que usted pueda cobrar a final de mes. Pero no queremos
ser partícipes de pagas extras.
¿No cree el Ayuntamiento
–Gobierno y Oposición– que estos son buenos temas para el Boletín Informativo?
Ya que lo aludo, me alegro que no haya salido desde marzo. Debe ser que entre
todos le están buscando un nuevo enfoque. Me alegraría”.
Lo que hasta aquí has
leído se publicó así, tal cual, en El Día de 6 de agosto de 1995. Y como en
estos días he visto fotos y comentarios en las redes sociales, me pareció
oportuno repasar. La Casona
se halla en ruinas. El Bosque desapareció. Ahora hay un terreno, mayor que el
que ocupaba, muerto de risa porque el Consistorio solo tiene para pagar
concejales liberados y no puede sembrar nada. Y ya está. No sigo porque lloro.
No hay comentarios:
Publicar un comentario