martes, 1 de abril de 2014

La casa de La Gorvorana

“Se empeñó la perra que le diera un paseo. Sabía desde hace tiempo que le tenía prohibido grandes trotes. Recuerden que cuando la llevé hacia la zona de Romántica I, la pobrecita se llevó tremendo susto cuando vislumbró la zona que antaño se denominó La Fuente. Por eso, en la presente ocasión, tomé otra dirección. Y ahora, sentado delante del ordenador, me estoy arrepintiendo. La perra, echada en el lugar de costumbre, ha comenzado a rascarse. También debe estar picándole algo.
Pasé por la Casa de la Gorvorana. Pongo en antecedentes, rápidamente, al personal:
Cuando Alonso Fernández de Lugo acaba la conquista de la isla de Tenerife, se reserva la Hacienda de Los Príncipes, merced a la Real Cédula de 5 de noviembre de 1496, por la que es nombrado Gobernador de la Isla, y se le faculta para efectuar el repartimiento de tierras, casas y heredades. En virtud de la misma, nombra Alcalde Mayor a Francisco de Gorvalán, quien recibe las tierras que, con posterioridad, se conocerán como Hacienda de la Gorvorana.
La Casa de la Gorvorana está cargada de historia. Baste reseñar su relación con la familia Alvarado-Bracamonte y, por lo tanto, con la alta cúpula militar de la isla en el siglo XVII.
Pero este magnífico ejemplo de la arquitectura canaria, con todos los elementos clásicos que caracterizan este tipo de construcciones, está herida de muerte. El portalón metálico que le han puesto a la entrada, con una elegante chapa de aluminio, es el primer añadido que resalta el valor de la obra. La entrada, con un zaguán de piedra natural, ha sido rebajada –eliminando la piedra– para poder permitir la entrada de los vehículos que transportan las piñas al empaquetado que han ubicado en su interior. Planchas de plástico, columnas de hierro, bloques y cemento por doquier arrinconan y destruyen sólidos paramentos elaborados a base de piedra seca.
Obviamente, no entré. Entre otras cosas, porque es propiedad particular. Por otra parte, la perra ladraba. Ignoro si de miedo a sus paisanos del género masculino, o de rabia e impotencia.
Seguimos hacia El Bosque. Otra desilusión: los elegantes arcos que soportaban el canal del agua, han sido taponados. Más bloques, más cemento. No entiendo por qué se suprime este miniacueducto de Segovia, si en otros lugares se tiende a imitar el Palacio de Las Cortes. Las azucenas, que otrora conformaban singular tapiz, han desaparecido para ubicar mesas, muchas mesas, en las que realizar estupendos tenderetes, que son, sin lugar a dudas, mucho más importantes que el variopinto estilo cromático del vegetal aniquilado.
Se aprobaron, no ha mucho, las Normas Subsidiarias de Planeamiento Urbanístico de Los Realejos. Según mis referencias, en La Gorvorana se llevará a efecto un convenio urbanístico. Por el mismo se declarará suelo urbano las actuales huertas de platanera de la finca. A cambio, como compensación, recibirá el Ayuntamiento, es decir, el pueblo, la Casa de La Gorvorana. Quiero imaginarme que también El Bosque.
El alcalde realejero ha tenido la responsabilidad urbanística del municipio en los últimos años. Desconozco el actual organigrama, pero tengo la impresión de que todo sigue igual. Don José Vicente no ha encontrado al concejal idóneo para desarrollar esta labor y ha acaparado el asunto. Luego las malas lenguas dicen lo que dicen. Y no me extraña, señor alcalde.
Los propietarios de la actual finca de La Gorvorana van a obtener un suelo urbano residencial que, traducido en millones de pesetas, va a suponer una importantísima cantidad, una muy elevada cantidad. No hace falta ser un lince para averiguarlo.
¿Se ha parado usted a pensar, don José Vicente, el saco de dinero –y con billetes de diez mil pesetas– que le hace falta al Consistorio para que la Casa de la Gorvorana vuelva a ser lo que fue? Porque no me venga que será sede de un museo o no sé qué, si, aparte de estar cayéndose a trozos, le han largado tanto parche de lo más moderno, que ya me dirá.
Con razón dice la gente que en esos convenios que usted lleva efecto, debe haber gato encerrado. Y no es para menos. Éste será un convenio demasiado descompensado.
Si estoy equivocado, rogaría me lo hiciese saber. Y que conste que somos muchos más los que estamos preocupados por este particular. En mi caso, por claras connotaciones de un pasado que, desgraciadamente para mí, está cada vez más lejano. Y no nos une sino la preocupación. No somos ecologistas, ni políticos, ni empresarios de la construcción, ni urbanizadores. Sólo unos pobres ciudadanos que pagamos religiosamente, para que usted pueda cobrar a final de mes. Pero no queremos ser partícipes de pagas extras.
¿No cree el Ayuntamiento –Gobierno y Oposición– que estos son buenos temas para el Boletín Informativo? Ya que lo aludo, me alegro que no haya salido desde marzo. Debe ser que entre todos le están buscando un nuevo enfoque. Me alegraría”.
Lo que hasta aquí has leído se publicó así, tal cual, en El Día de 6 de agosto de 1995. Y como en estos días he visto fotos y comentarios en las redes sociales, me pareció oportuno repasar. La Casona se halla en ruinas. El Bosque desapareció. Ahora hay un terreno, mayor que el que ocupaba, muerto de risa porque el Consistorio solo tiene para pagar concejales liberados y no puede sembrar nada. Y ya está. No sigo porque lloro.

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