Viernes, 25-07-25
Hoy es día de Santiago / y Abascal está contento, / pues
ambos blanden al viento / la espada que causa estrago. / No se trata de un
amago / este gesto belicoso, / porque sigue ahondando el pozo / en la frágil
convivencia, / ya que falla la conciencia / con un estilo tramposo.
Pero que estas actitudes / incrementen los votantes, /
merecen unos instantes / de saber qué son virtudes. / Si la reflexión eludes, /
te vas a quedar a expensas / de aquellos que con ofensas, / falsedades y
rumores, / te abocarán a dolores / y a soledades inmensas.
Me apena la juventud / que de la historia se olvida; / van a
perder la partida / en toda su plenitud. / Pues marginar la virtud / de
recordar el pasado, / parece que ha dibujado / la fatal repetición: / con la
falta de ilusión / el interés ha quebrado.
Los rejos que va extendiendo / la derecha montaraz, / con su
discurso falaz, / grave efecto está surtiendo. / Nervioso me estoy poniendo /
al poder rememorar / lo agradable que es pasar / los años de dictadura: / ¿es,
por tanto, una locura / esta forma de pensar?
Que nos proteja el destino / del Alberto y del Santiago, /
pues será ese día aciago / el que marque el pan y vino. / A demócratas conmino /
a implicarse seriamente: / si llegan a hincar el diente, / arbitrarán los
recursos / para imponer sus discursos / de manera contundente.
Sábado, 26-07-25
Sentado me encuentro ahora / al lado de Juan Marrero, / un
poeta realejero / a cuyo verso se añora. / Parece que el busto implora / la
lectura sosegada, / porque la mente ilustrada / es motor que no se gripa / y
toda duda disipa / al calor de una velada.
En el pedestal librero, / pone proa la piragua, / con esa “Canción
del agua” / en un puesto delantero. / Supo el pueblo realejero / honrarte allá
en tu Montaña / y destacar esa maña / de química literaria, / que por la tierra
canaria / tendiste cual telaraña.
También estará, seguro, / tu lindo “Huerto canario”, / do
escribiste un comentario / que leerlo me da apuro. / Auguraste buen futuro / a
aquel colaborador / que aportaba con valor / sus crónicas en El Día / y en La
Corona tenía / su encumbrado mirador.
Con ánimos renovados / continúo hacia El Jardín: / del uno
al otro confín, / cual piratas consumados. / Son instantes acotados / del placentero
repaso, / que en el presente acompaso / con espinelas al vuelo, / un auténtico
consuelo / en ese viaje al parnaso.
A modo de conclusión:
Siempre quedan los libros. No solo como consuelo –que también─ sino como eficaz antídoto ante el
veneno que nos inoculan cada día. Y don Juan Marrero, en su parque de La
Montaña, me dio cobijo para la pertinente reflexión.
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