Y como andamos con la de Blanca Navidad, te juro que he
visto crecer el arbolito. No es que ya se pueda comparar al Pino Gordo de
Vilaflor, mas está en camino. Y como no le cambiaron las bombillas (de
incandescencia, aún) sigue incrementando su porte en las mayores de la
tinieblas. Todo un espectro. Que se me aparece en sueños. Recurrentes. Que me
persigue inexorable sosteniendo sus raíces con las ramas más bajas. Qué
pesadillas. Razón tenía aquel del villancico: me cago en el arbolito…
De la mula y el buey nunca más se supo. ¿Quiénes cargaron
con el estiércol? ¿Corrió a cargo del consistorio el nuevo alojamiento? ¿Se los
llevó el alcalde para su particular Belén viviente? ¿Viven ahora al socaire del
macizo de Tigaiga? Pobres cuadrúpedos, abandonados en fechas tan señaladas. No
hay derecho. Ni ¿izquierdo? ¿Otra vez? Llegan nítidos los recuerdos de las
gañanías en La Gorvorana. Sí, en plural. Con animales de porte. Como el toro
que trajeron de Ballester. Cuando allá por la capital quedaban restos de plataneras.
Y que le amargó la vida a Domingo, el
canario, hasta extremos
insospechados. Pasadas varias décadas sigo cavilando: ¿cuál de los dos era más
bruto? Qué peligrosos somos los de dos patas. Y sin censo acreditado.
Las ovejitas fueron tristemente trasquiladas y más de una
volvió a hacer acto de presencia en la Nochebuena, pero bien aderezada en
elegante plato. Los desagradecidos pastores cambiaron, en una inmensa mayoría,
su noble oficio por el de liberados sindicales. El resto fue nombrado, a dedo,
como cuerpo especial de asesoría institucional. Incluyendo el protocolo. A lo
peor, entre ellas (las ovejas), se camufló el carnero mocho (dícese del que no
tiene cuernos; afortunado, no, porque entre el ganado, pobre del macho que no
los lleve, pues pasa a ser considerado rara
avis), traicionero como la madre que lo parió, y que lucía su porte también
en los corrales de la Casona de La Gorvorana. Ando de un nostálgico perdido.
Menos mal que con la reforma, amén de cafetería, volveremos a poder contemplar
mucha borregada. Ya verás cuando se (re)inaugure.
El Niño es todo un magallote, cuadrado, cual luchador al
uso. Incluso –eso me han dicho– dejó el hogar familiar y ahora se encuentra
cursando Educación Física en un centro
de alto rendimiento. Mis deseos más fervientes para que la trayectoria
venga jalonada por una pléyade de éxitos. Sin necesidad de que deba apelar al
recurso fácil: el milagro. Jugar con tales ventajas no es procedente. Ni
conveniente. Porque pueden acusarlo de vulgar trilero. Y no estaría muy bien
visto con la carga histórica de buena persona que carga a sus espaldas. En su
mochila, versión Clavijo.
San José, envejecido y cansado de tanta murmuración (en
malas lenguas te veas), tuvo que abandonar el Portal. Fue trasladado, años
atrás, a uno de los tantos hogares de la Tercera Edad en una ambulancia
medicalizada y parece ser que se halla firmando las últimas voluntades. Se ha
negado a afeitarse y presenta un aspecto horrendo. Vamos, que si el hijo
(supuesto) lo vislumbrara, renegaría ipso
facto y exigiría, ante notario, un estudio de identificación genética. Aunque
me da que el pobre y decrépito viejo no esté ya en condiciones de un hisopado
bucal.
La Virgen, que ya no lo es ni se encuentra en edad de
maternidades, ha tejido tantos jerséis de lana que ya ni Cáritas se los recoge.
Vive –es un decir– más sola que la una en punto y en las más de las ocasiones
se la escucha tararear por los alrededores del archiconocido río (el de los
peces en el agua) qué le habrá pasado al romero que ya no florece. Claro,
mustio como ella… Como para llegar a mi casa debo atravesar el Barranco de Godínez,
la última vez se me antojó que algo se barruntaba por debajo de la Travesía del
Pino, justo donde colocan los fuegos artificiales de la Calle El Medio de
Arriba. Pero no me acerqué, no sea que mis penurias religiosas me hiciesen
cometer cualquier desliz en forma de pecado mortal…
¿Te extraña que con este panorama el mundo pueda ir a mejor?
Retirado a mis cuarteles de invierno (botiquines para amnésicos), medito, largo
y profundo: ¿dónde está la ilusión y el espíritu de servicio? ¿Circulando por
la red de saneamiento entre montículos de mierda? ¿Basto yo? Y un cagajón (de
la mula) pa´ ti.
El cambio de siglo no nos sentó nada bien. Llevamos una
racha, compañero, que parecemos cangrejos en una maratón. No damos abasto para
los negativos. Y nos pintan bastos. Ante nos (qué culto) un vasto desierto que
se nos atraganta. Sin visos de solución. La cantimplora más seca que una vaca
preñada. Más agua da un ladrillo.
Leo mensajes de paz y prosperidad. Proliferan, de boquilla,
los buenos deseos. Como si todo se redujera a comprar unos décimos por si nos
toca el Gordo. Y claro que nos toca, mejor, nos empuja y arrincona. A pensar,
pero ni aun así somos capaces de hacerlo. Marginamos la introspección y en el
baúl de los recuerdos permanece bajo inexpugnable candado cualquier halo de esperanza.
Cuya llave custodia el machango de turno. Currito y echado pa´lante. Endiosado
en su pedestal, pero más vacuo que el cerebro de una medusa. ¿Pero si no tiene?
Por eso.
Pasan los años, inapelables y machacones. Un cúmulo de más
de lo mismo. Sumamos derrotas, de cuatro en cuatro, sin levantar cabeza.
Tropezamos con las mismas piedras sin que el partigazo nos valga de estímulo.
Calcamos errores y no asumimos responsabilidades. Marginamos, cuando no
machacamos, al que levanta la mano para una mínima sugerencia. Escachamos sin
reservas porque lo nuestro es disgregar. Prima la mediocridad. Medra el inepto.
Reflexión: acción y efecto de reflexionar (pensar atenta y
detenidamente sobre algo). ¿Es tan difícil dar un paso al lado cuando uno se percata
de que no sirve ya para la tarea encomendada? ¿O no lo advierte? ¿Tanto han
cambiado los tiempos? ¿Serán los efectos del cambio climático? Miren atrás,
siquiera para no repetir errores. Verdades absolutas, muy pocas. Pero cuatro
ojos ven más que dos.
Los viejos se lo cargaron. Así, sin anestesia. ¿Prejuicios?
Casi pongo la mano en el fuego. Opinión previa y tenaz, por lo general
desfavorable, acerca de algo que se conoce mal, me señala el confidente. Mas, ¿qué
prima? La ignorancia, el despropósito, el afán de figurar, aun a sabiendas de… Déjalo
estar, estorbo.
Me siento raro. Pues siéntate bien. Qué remedio. Ni en
fechas tan señaladas —¿o eran
antes?— me puede el
disimular. Ya lo sé, cualquier tiempo pasado fue peor, pero continúo con el
tranquillo. Y cuando no me gusta el caminar de la (¿o mi?) perrita, me revuelvo.
Porque no quiero volver a esconderme como cuando venía el dueño de la finca. O
la señora a buscar las mejores verduras. A la que había que ir a llevarle unos
pasteles navideños porque… ¡La madre que la parió!
Rompo el silencio. No es un mero desahogo. Que también.
Quiero y deseo ir mucho más allá. Con dictados normales, que no tratados
filosóficos. Eso sí, yo escribo y algunos interpretarán lo que ¿estimen
conveniente? No, lo que les salga del forro. Que lo disfruten.
Ños, te alargaste. Y un churro, ignoran lo que me he
tragado. Al tintero le queda mucho espacio. Si mis Pepillo y Juanillo
levantaran la cabeza.
¿Llegaste hasta aquí? Mi enhorabuena. ¿Y ahora hasta cuándo?
Vete tú a saber. Sean felices.
Nota del autor:
Los hechos, connotaciones y posibles personajes retratados en el relato son completamente ficticios. Cualquier parecido con personas verdaderas, vivas o muertas, o con hechos reales se trataría, en todo caso, de una mera coincidencia.

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