Se está estudiando –eso leo– si prorrogar la gratuidad del
transporte público para el próximo año o dejar sin efecto tal medida. Y quizás
sea el menos adecuado para opinar del asunto porque llevo muchísimos años que
no me subo a una guagua. Bueno, miento, a las que pone el Imserso en sus
viajes, sí. Así que no he sido yo uno de los afortunados que utilizó ese medio
para ir al trabajo, a la universidad o, llana y simplemente, a un garbeo de
jubilado. Pero entiendo que el haber hecho una generalización –como los
entierros gratis de Casimiro en La Gomera– no constituyó un ejemplo de cómo
utilizar correctamente los dineros públicos. Porque son muchos los que se han
aprovechado sin que se lo merecieran. Como los precitados viajes del Imserso
que son copados, mayoritariamente, por quienes bien podrían dejarlos para
gentes que realmente los necesiten y que no pueden acceder a los mismos por
falta de recursos económicos. Así que, o establecen unos baremos –llámalos bonos
o como te plazca– o continuaremos haciendo un uso inadecuado de los caudales públicos
tan necesarios para menesteres más urgentes y de mayor trascendencia. Y no creo
sea necesario recordarlos.
Estuve recorriendo Portugal no ha mucho. Y en dos de las
estancias hoteleras tuve que abonar la pertinente tasa turística. Y aquí estoy
porque el quebranto económico no me impidió el regreso ni me obligó a estar
fregando platos durante dos semanas. Mientras, en nuestra tierra seguimos
reacios a la adopción de tal medida. Pero, a cambio, nos hemos inventado el
céntimo forestal. Impuesto que consiste en gravar hasta dos céntimos por litro
a la hora de repostar para que el fotingo siga circulando. Da la impresión de
que el impuesto a los combustibles es como un chicle. Por un lado exigimos descuentos
y por el otro te quitan el chupete de la boca. Lanzarote y Fuerteventura han
puesto el grito en el cielo al considerar que sus bosques y montes se hallan
debidamente cuidados y, por ahora, no requieren atendimiento extra. Casimiro
saltó como un quíquere porque en su Gomera los veinte céntimos de subvención se
quedan para siempre y pobre del que ose modificar su política de saciar
estómagos, porque sufrirá en sus propias carnes el baile maldito de tres votos.
Ahora que ya la naturaleza recupera su esplendor tras aquel terrible incendio,
déjenme a los electores tranquilos.
El grupo socialista en el Parlamento de Canarias presentó
una Proposición de Ley encaminada a modificar la Ley 7/1995, de 6 de abril, de
Ordenamiento del Turismo en Canarias, para que se incluya la obligación de
instalar camas elevables en el sector. Algo que las camareras de pisos (kellys) vienen reclamando desde hace
tiempo. Y fue aprobada por todos los grupos, a excepción de Vox. Nada que no
pueda extrañar de esta formación política que no quiere negros inmigrantes,
pero sí esclavos en los trabajos.
Todo aquello que coadyuve a la mejora en las condiciones
laborales, bienvenido sea. Pero como observo con demasiada frecuencia que se
requiere cubrir puestos de trabajo y no siempre es posible, no puedo dejar de pensar
si no ocurre tal circunstancia porque lo salarios no compensan la carga horaria
a cumplir. Y en este particular caso del turismo, cuando los números de
visitantes se incrementan cada año, me da –esa impresión tengo– que el
empresario se halla más interesado en el aumento del capítulo de beneficios que
de procurar el alivio del empleado y la mejora de sus expectativas.
Como en el texto aprobado se contempla la posibilidad de llevar a cabo la finalidad pretendida de manera gradual, aunque con la amenaza de cuantiosas multas por el incumplimiento, me temo que las quejas y disculpas para dilatar dicha obligación vaya a ser la tónica dominante. A la espera me pongo. Seguro que el señor Marichal algo nos dirá al respecto. De sus palabras, a buen seguro, dependerán los plazos en la tramitación parlamentaria. Ashotel no tiene prisa. Y los que se sientan en Teobaldo Power, a más reuniones… ¿Lo cogiste?