Hoy se
celebra la reunión, tantas veces solicitada, entre Mariano Rajoy y Paulino
Rivero. Con el optimismo que me caracteriza, quiero imaginarme que esta tarde
mismo quedarán resueltos todos los problemas que acucian a España, en general,
y a Canarias, en particular. Saben muy bien ustedes que las amplísimas dotes de
concreción de ambos dirigentes harán posible que el entendimiento sea completo.
Y fructífero. No es la primera vez que escuchamos de los presidentes que las
cosas se harán cuando haya que hacerlas. Y eso da seguridad absoluta a los
mercados, a la prima de riesgo y a la acciones de Bankia.
Es tanta la
novelería y afán de protagonismo de algunos que con tal de darse una montadita
y un garbeo, son capaces de estar diciendo boberías una buena temporada.
Recuerden que las elecciones generales fueron en noviembre próximo pasado. Y
desde la misma noche, cuando aún no se había escrutado el 100% de los votos, ya
estaba Rivero exigiendo la visita de rigor. Porque lo mismo creía que a Mariano
le hacía falta el apoyo de las dos almas solitarias que cual gaviotas en Madrid
se han posado en la Carrera
de San Jerónimo.
Estas
apreciaciones anteriores no crean que me surgieron tras la consulta con la
almohada. Ni mucho menos. Fíjense lo que manifestó ese portento de
viceconsejero llamado Martín Marrero (y me rimó en –ero, como viajero): “No
pensemos que en una reunión entre dos presidentes se puedan resolver asuntos”.
Chacho, y tanta movida para esta salida (ahora me rimó en –ida, como podrida
–la política–). Si todo se trata del saludo protocolario, y poco más, hubiese
bastado con una simple llamada telefónica. Y probablemente de fijo a fijo,
desde los respectivos despachos, para aprovechar la tarifa plana y no les
ocurra lo que al concejal portuense. A lo peor el portavoz gubernamental
canario se percató segundos después de la parida y quiso enmendar la plana con
esta reseña: “El objetivo es encaminar asuntos en los que las discrepancias son
evidentes”. Acláralo, Martín Marrero: ¿Se resuelven o no se resuelven? ¿Se
encaminan o se dirigen? ¿Es pura novelería o ganas de incrementar la
estadística para en la próxima campaña electoral argumentar que hubo necesidad
de ir a Madrid unas cuatro mil quinientas veces?
Luego,
señores que dicen representarnos, quieren o pretenden que nosotros seamos
optimistas, que esbocemos una sonrisa y nos olvidemos de los males que nos
acucian. Y eso es bastante complicado, porque seguimos sin ver detalles. La
ejemplaridad, el servir de espejos en los que una ciudadanía harta y desanimada
pueda mirarse sin necesidad de ruborizarse, sigue sin hacer acto de presencia.
El alejamiento es cada vez mayor y la distancia que separa a sus señorías de un
pueblo atribulado, que soporta ya demasiadas pesadas losas, comienza a ser
insalvable.
Mientras, usted,
señor Rivero, persiste en su manía viajera. Quiere pasar a la historia emulando
al Papa Wojtyla. Y ganarle, si menester fuere, en número de kilómetros
recorridos. Saldrá esta tarde de La
Moncloa y seguirá el guión establecido en las declaraciones
de rigor. Mañana –o pasado lo más tardar–, ya aquí en Canarias, volverá con la
llorona de siempre y nos soltará la vieja cantinela de lo mal que nos tratan,
de los escasos recursos con que nos dotan y de lo desgraciados que somos con lo
de una hora menos.
Ya estamos
hartos. Y aquellos que hace décadas echamos a caminar esta democracia de la que
ustedes abusan y se sirven, nos rebelamos porque no aportamos granos de arena
para los aprovechados de turno, sino que nuestro objetivo era, y siempre lo
tuvimos por norte, la consecución de una sociedad más justa, más igualitaria,
más equitativa. Ahora, y no hace falta espejuelos, existe una profunda brecha.
En un lado, donde la opulencia sigue campando a sus anchas, ustedes, la casta.
Del otro, allí donde el regadío ha dado paso al terreno más inhóspito y
estéril, nosotros, los parias, los excluidos, a los que las plagas
gubernamentales continúan persiguiéndonos a manera de abusos (impuestos). Sí, don
Paulino, en unos días tendremos otra ración añadida. Nos pondrá usted –cuenta
con unos aliados raros– el precio de los combustibles por las nubes. Porque hay
que compensar lo que Madrid nos niega (explíqueme otra vez a qué demonios va
entonces) y nos condena a no poder ir a echarnos un cortado en El Sauzal. No
habrá consumo y el tejido productivo se irá a hacer puñetas. Lo dicen los
empresarios y el resto vemos la que se nos viene encima.
Sigan
viajando. Debería llevar a José Miguel con usted, pero a este lo deja en
Ferraz. Para que le cuente a Rubalcaba que no levante mucho la voz en las
sesiones de control en el Congreso de los Diputados, no sea que la escupitina
se le venga encima.
Mariano (M) y
Paulino (P) o Rajoy (R) y Rivero (R), abnegados y sacrificados. Con lo bien que
estarían de registrador de la propiedad
de maestro de escuela, respectivamente. Serían, en este segundo caso,
unos privilegiados.
En fin, ¡Viva
Honduras! Voy a sentarme delante del televisor. Pienso machacarme con los
informativos de la autonómica.
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