Llevo un tiempo dándole vueltas a la cabeza –creo haberlo manifestado con anterioridad– para hallar la posibilidad de publicar una selección de artículos de los muchos que vieron la luz en los periódicos de esta isla. Y de encontrar los euros necesarios (qué difícil y tortuoso camino). Pretendo titularlo ‘Desde La Corona hasta El Asomadero’, lemas bajo los que aparecieron en El Día (los más antiguos) y en Diario de Avisos (los más recientes).
Como estamos a mediados de la semana, y para satisfacer los deseos de mi amiga Esther, también maestra jubilada, quien siempre me indica que no escriba de política, aunque no le hago demasiado caso, echo mano de una de esas entregas. Rescato el mismo título y les señalo que se pudo leer el 25 de agosto de 1987 (El Día). Eran los tiempos en los que se celebraba en La Guancha la feria más importante que hubo en estas islas. Y acompaño unas ilustraciones de un tocayo, Jesús Manuel Pérez Martín, y que podemos visionar en http://lacomunidad.elpais.com/usuarios/catalorena.
Y fue del tenor literal siguiente:
“¡Qué fin de semana! Ha sido alucinante, aunque apenas me hayan dejado descansar. Estas cosas me ocurren porque el disponer de una situación de privilegio, me ha permitido otear cuanto a mis pies acontece. Fue, desde luego, una interesante experiencia.
Diariamente, desde mi atalaya, contemplo cómo los turistas hacen un alto en el camino y, en el Lance –ignorantes, tal vez, de mi existencia, afortunadamente para mí– aparcan su vehículo para dejar constancia fotográfica de la excursión; cómo se trasladan a Puerto de la Cruz aquellos que un día decidieron abandonar la agricultura; cómo cada hora, la guagua atraviesa mi campo de visión; cómo...
Pero cuál no sería mi asombro, cuando, a partir del viernes 14, la serpenteante TF-221 comienza a verse invadida por vehículos de toda clase, marca y condición. El Tanque Arriba, La Azadilla, La Madrejuana... adquieren tintes festivos ante tanto transeúnte. Por el negro asfalto ascienden mil colores en busca de un no sé qué.
Y llegaron a mi mente recuerdos funestos. De cuando hace unos años hubo un incendio que empezó aquí atrás, a mis espaldas. Y todo se pobló de coches y de gentes. Mucha gente. Subía a cientos, como ahora. Unos, con el sano propósito de intentar salvar a mis amigos los árboles; otros, simplemente, a curiosear.
Me sentí más aliviada cuando los veía subir sin luces intermitentes y sin sonoras estridencias. Tendría que tratarse de otro asunto. Importante debería ser, porque, incluso, subían más guaguas. Algunas, verdes, nuevas, a las que nunca había visto antes.
En la mañana del sábado, un susto de muerte, verdaderos escalofríos sentí cuando una intensa humareda negra subió ladera arriba. Me temí lo peor. Pero no, no fue lo que en un principio pensé. Una guagua se había incendiado justo antes de llegar a El Lance. Gracias a ello pude comprender que algo asombroso tenía que estar sucediendo porque el atasco que se formó llegó lejos, muy lejos. Tanto que casi no alcanzo a verlo con nitidez.
Y subieron decenas, cientos, miles de personas.
Y el viernes pasó y llegó el sábado.
Y el sábado pasó y llegó el domingo.
Y el domingo pasó y llegó el lunes.
Durante este lapso no cesó el fluir continuado. Diríase que buscaban algo. Y no podía ser lejos de aquí. Bastaba con calcular la frecuencia de paso de las guaguas.
Hace años, muchos años, recuerdo que las gentes iban en camiones por estos días de agosto. Pero eso era para Candelaria. Y estos van al revés. ¿Vendrán de Candelaria? Imposible. Con la autopista y la autovía ya no pasan por aquí.
En la tarde del domingo vinieron unas gentes a La Corona. Y permanecieron allí hasta que el sol se ocultó allá por el Poniente y tomó su diario descanso. Esparcidos por doquier, restos de la visita. ¿Falta de papeleras? Tal vez. Luego, cuando el negro manto de la noche iba tomando posiciones, se levantó una ligera brisa. Aquellos restos se esparcieron aún más. En uno de aquellos papeles decía: La Guancha en ferias. ¡Por fin lo comprendí todo!”.
Dos pinceladas postreras a modo de curiosidad: aún no estaba la escultura del guanche y las guaguas de Titsa comenzaban a funcionar. En la actualidad, casualidades de la vida, La Guancha sigue presente con lazos familiares y mi nieta juega, como una guanchera más, en la Plaza de las Ferias.
Me alegro de que de vez en cuando,escribas de otros temas.La política cansa y los políticos más.No había leido tu blog por motivos familiares (visitas al hospital con el pariente, como tú dices).Saludos
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