En más de una ocasión hemos tenido la oportunidad de referirnos al hecho que da título a este comentario. El volver, pues, a insistir viene determinado por una serie de acontecimientos que intentaremos aclarar.
Harto sabido es que el barrio de referencia está constituido por un numeroso grupo poblacional en franco desarrollo. Ello determina una floreciente actividad comercial que implica más de un quebradero de cabeza en cuanto a la organización del tráfico rodado.
Aquellos pequeños núcleos de El Toscal y La Longuera han quedado relegados a ser un capítulo más de nuestra pequeña historia. El ritmo trepidante que se imprime en las construcciones, la avalancha de nuevos pobladores, el incremento de matrícula en el colegio –hecho novedoso, cuando la tónica general es el descenso continuado–, van conformando una especial fisonomía en Toscal-Longuera.
Sin embargo, se echa en falta nexos de unión entre los vecinos. Cada cual tira por su lado, y a escapar como se pueda. Un saludo –un mascullar entre dientes en el encuentro en aceras y escaleras de los edificios– es, tal vez, el único síntoma de esa amistad vecinal.
Ingentes cantidades de personas duermen por estos lares; pocos, muy pocos intentan hacer algo por el progreso y bienestar de la comunidad. El trabajo, los intereses particulares están lejos de estos contornos, sobremanera en la vecina ciudad de Puerto de la Cruz. Nos vamos, poco a poco, sintiendo extranjeros, forasteros en nuestra propia tierra.
Y surgen los problemas, surgen las diferencias, muchas veces abismales. Que me asfalten la calle, que me recojan la basura, que las bombillas sean buenas y no se fundan, qué pena que el colegio no tenga comedor para que me atiendan –me cuiden– a los niños durante todo el día, que...
Y todo para dormir en el barrio. ¡Si por la noche todos los gatos son pardos!
Una Asociación de Vecinos sumida en el mayor de los ostracismos, hundida –por eso se llama La Barca– en el más profundo hoyo, en el más profundo abismo, que no puede arrancar por la desidia de casi todos, en especial de un numeroso colectivo que, bien asentado en el barrio, no ha querido ser partícipe de la vida de la comunidad, y que, incluso, se niega sistemáticamente a inscribirse en el padrón municipal de habitantes de Los Realejos por temor a perder el privilegio de poseer el carné de las instalaciones del Lago de Martiánez.
Y es que ya nada puede extrañarnos cuando existen verdaderos problemas hasta en la realización de las Fiestas.
En los barrios de estos contornos –me imagino que en todas partes será igual– la comisión saliente nombra a los miembros de la nueva, la del año siguiente. Único requisito para ello, que el nombrado viva en el entorno. Y llega lo fácil: yo no puedo, estoy demasiado ocupado, incluso algún iluso exclama que no sirve para eso. Otros ni siquiera se dan por aludidos. Luego, sin embargo, todos harán causa común a la hora de las correspondientes críticas.
De este último apartado, por razones obvias, podría estar escribiendo largo y tendido. No obstante, prefiero hacer un llamamiento a la responsabilidad de cada cual. De lo contrario habría que hacer una reflexión seria, serena, meditada sobre las actitudes de los cómodos, de los que con ellos no va el invento.
Lo más triste de este caso es que también se estén prestando al juego los propios políticos. Bueno sería recordarles que los hechos se demuestran en todas las facetas, aquí y en el otro lugar. Si también nos quieren demostrar que el barrio solo sirve para que vengan a descansar sus ilustres posaderas, arreglados vamos.
Bueno, creo que sería preferible dejarlo por hoy y esperar acontecimientos. Todos tenemos derecho a recapacitar y rectificar cuando hubiere menester. Si ello así no fuese, tendríamos que insistir, que temas para tratar no faltan. Esperemos que no haya oportunidad para una próxima ocasión.
…
Ayer martes acabé cansado de dar unos brochazos en casa. Con el calufo en la azotea y la pintura blanca, y dado que Manolo (el alcalde) no me mandó un peón por dedicarle el post, me eché un rato a ver la etapa de la Vuelta y casi no subo a Valdezcaray. A varios kilómetros de la meta estaba frito. Puede que sean los años, pero no tengo perras para pagar un pintor. ¡Ah!, y aunque bastante raro, no tenía ganas de escribir. Me fui al baúl de los recuerdos y rescaté el texto que acabas de leer. Fue publicado en El Día (cuando no era independentista ni en este pueblo le habíamos roturado una calle a su director-editor-propietario) el 4 de octubre de 1988. Desde ese entonces, veinticuatro años, las fiestas han ido con la proa pa´l marisco. De las de aquel año algo sé. Y un buen grupo de amigos también. Creo que sigue habiendo poca implicación de los habitantes de la zona baja del municipio. Lo que sí me consta es que el cura está haciendo buena labor.
Espero que mañana se me haya pasado la fatiga. Es que el frío se combate con abrigo, pero en estas etapas de la vida ya uno no está en época veraniega para ir descubriendo sus vergüenzas.
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