Cuando la
velocidad de las acciones partidarias se incrementa ante la inminente
convocatoria electoral de las denominadas generales, es paradójico comprobar
cómo funciona de bien la marcha atrás. Está tan sincronizada que no se escucha
un chasquido de la caja al maniobrar con la palanca de cambios.
Corresponde
hacer balance y echar una visual, aunque muy por arriba, al programa de las
pasadas por si la metedura de pata llegó a tal extremo que nos puedan echar en
cara algún que otro sonado incumplimiento.
Lo que más me
llama la atención es la rapidez con la que los dirigentes de Podemos están
cambiando de opinión. Ya lo esbozamos en el comentario de ayer (Vaivenes), pero
se requiere ahondar en determinadas cuestiones. Y la señora Carmena, alcaldesa
madrileña, de la que Pablo Iglesias se quiere aprovechar hasta límites
insospechados por mucho que ella sostenga que no son lo mismo (ideológica y
políticamente), se ha metido en tal embrollo con su “Versión Original” que
intenta suavizar la avalancha de críticas con ligeros barnices en la polémica
web. Ya no quiere el enfrentamiento directo con los medios de comunicación al
uso y evita que se citen periodistas, no sea que la lluvia de reproches pueda
con la contaminación de la capital. Qué necesidad, me cuestiono.
Pero en
Canarias no vamos a quedarnos a la zaga. Y hacemos méritos para encadenar
errores y sumergirnos en la vorágine del despropósito. Aludí, hace unos días,
al diputado Paco Déniz, cuyos artículos (que antes bien leía pues los
consideraba bien destilados) ya no me brindan credibilidad por sus
declaraciones televisivas. Me da la impresión de que lo suyo es más de
expresión escrita. Al menos hay más tiempo para rebobinar. Se les viene abajo
el tinglado artificial montado ex profeso contra la casta. Los despilfarros
puestos en solfa por los viajes incontrolados a cargo de las arcas públicas
parecen que ahora no lo son tanto. Y la confesión en la entrevista realizada
por Pepe Moreno de lo fácil que es llegar al mostrador de Binter y enseñar el
‘pase especial’ (incluso para viajes privados), da buena nota de que una vez
alcanzada la poltrona las diferencias, antes abismales, se acortan en un
santiamén. Del dicho al hecho, claro. De la teoría a la práctica. Del férreo
control (cuando eres mero espectador) al embarque fácil en comodidades y
privilegios. Qué pena. Han dejado la guitarra y las canciones protesta para
cambiarse a ritmos acompasados. En bien poco, el polvorete de Benavente.
Lo de Mariano
Rajoy es diferente. Este sí que la tiene bien engrasada. La mete sin pasar por
punto muerto. Y es capaz de sostener un aserto y su contrario en el mismo
párrafo. Debe ser porque no entiende su letra.
No ha mucho
se comprometió a enviar una carta a los mayores de 50 años para informarles de
una simulación acerca de cuál sería su pensión, a qué edad podrían jubilarse y
los periodos de cotización que debían acreditar. Pero, estimado amigo, los
mordiscos a la caja que iba a ser intocable, la espléndida actualización anual
del 0,25%, los sesgos que podríamos transmitir los que ya formamos parte de las
clases pasivas y otras cuestiones de menor porte (elecciones en noviembre, la
coyuntura catalana…), han aconsejado otra prudente marcha atrás. Este año no
habrá carta. Se remitirá cuando se pueda, es decir, cuando toque. Que ocho
millones de votos constituyen un vivero excepcional.
¿Quién les
habrá soplado que los jubilados somos ignorantes redomados y que todavía
actuamos bajo el miedo amenazador de un derecho adquirido con bastantes décadas
de curro? Me parece que lejos quedan los tiempos, afortunadamente, del
disputado voto del señor Cayo (Miguel Delibes). Y de otros caciques (Luis
Rodríguez Figueroa) de ingratos recuerdos.
Lo que no
perdonamos los de cierta edad (ustedes están más viejos que nosotros) es que
nos tilden de inútiles. Yo mismo, sin ir más lejos, no he querido
promocionarme, que si no estuviera ahora mismo colocado en cualquier gabinete.
De prensa, de protocolo o de agricultura. Ustedes ignoran.
Hasta la
próxima.
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