Los nuevos aparcamientos que se hallan situados en la trasera del ayuntamiento realejero, están bien. Cómodos y baratos. No entro en lo que escucho y leo acerca de si se han abierto al uso sin las preceptivas licencias. Yo entiendo que todo deberá estar correcto, pues se inauguraron oficialmente y fue el propio alcalde el que descubrió la placa. Y tarifas y horarios fueron aprobados en sesión plenaria. Dicho lo cual, manifiesto que los utilizo con frecuencia. Y por unos pocos céntimos –no como los del HUC que debes llevar un saco lleno de monedas– puedes resolver cualquier trámite en el propio ayuntamiento, en correos o ir a comprar en cualquier tienda de la Avenida de Canarias. O a echarte el cortadito.
Como ya me he hecho eco del caos circulatorio, precisamente por los mal aparcados en ese tramo inicial de la avenida precitada (desde la confluencia de las calles El Hierro y La Gomera hasta la intersección con la calle Taoro), y que cada día mejora a peor (máxime cuando la policía emigró a donde nos los vieran tanto), he observado en estos dos días pasados que la grúa ha hecho acto de presencia para llevarse a los que dejan el coche ‘solo un momento’ en el espacio reservado en la calle Taoro, costado norte del edificio consistorial.
Y ahí quería llegar. Muy bien sancionados que están. Porque esa excusa de que es un segundo se cae por su propio peso, puesto que tan escaso periodo de tiempo te sale por menos de medio euro en el parking aludido. Insisto en que lo cuento por experiencia propia. Y en ambos días de fijarme atentamente he comprobado dos hechos, a posteriori del depósito de la ‘receta’ en el limpiaparabrisas, que me han dejado con la predisposición de proseguir con mis ratos de profunda reflexión.
El primero, uno de los multados al que le dio tiempo de retirar el coche antes de que la grúa se lo llevara, aprovecha la clásica retención que se forma para acceder desde la calle en cuestión (Taoro) e incorporarse al sentido descendente de la Avenida de Canarias, para el fotingo, tira por el freno de mano (iba a poner ‘jala’ pero me arrepentí) y sale corriendo hasta donde se hallaba un policía montado en su motocicleta. Deduzco que lo estaría convenciendo para que le dejara sin efecto la papeleta, puesto que en la mano exhibía una elegante copia de color rosa, o naranja, lo mismo da y lo mismo cuesta. La situación debió quedar tal cual, porque el guardia ni se bajó de la moto y el infractor tuvo que volver a salir corriendo hacia el coche (insisto, parado en medio de la vía) ante los requerimientos sonoros del que se hallaba detrás.
El segundo, ayer mismo. Idéntico escenario y circunstancias similares. El policía, de pie. Su moto, al lado, pero situada encima de un paso de peatones, justo al lado de donde se hallan las oficinas de las empresas municipales (confluencia de las calles Tenerife y Taoro). Las grúas (dos) ejerciendo su labor en el área ya reseñada (por si todavía alguno no se ha situado, la que queda justo enfrente de la entrada de los aparcamientos de los sótanos del propio ayuntamiento, al lado de los contenedores de basura y en el costado sur del IES Realejos). Otro que logra escaparse de la quema (léase antes de que se lleven el coche), circula en dirección a la calle San Isidro. Ve al policía, aparca completamente sobre la acera –las cuatro ruedas–, se baja y se pone a dialogar con la autoridad. Copia rosada en ristre. Yo pasaba por allí. Me acompañaba mi mujer (creo que no vale de testigo). Qué casualidad, siempre te las encuentras. Pues sí, más vale llegar a tiempo que ser convidado. Ya me dirás, la retención esta vez fue menor y cuando enfilé la Avenida de Canarias (bien me repito hoy), allá atrás seguía la conversa.
Conclusiones: si yo hubiese estado en el pellejo del municipal, no solo no le quito multa alguna (espero que así haya sido), sino que arriba lo sanciono nuevamente por aparcar sobre la acera. Y ese de aquí en adelante va a recordar que sacar el carné no significa única y exclusivamente saber llevar el coche para todo los lados (delante, atrás, izquierda y derecha), sino, y es sumamente importante, saber dónde y dónde no se puede aparcar. Pero claro, ¿con qué fuerza moral podría hacer esto que yo hubiese hecho el señor policía si él tenía la moto donde la tenía? ¿Cómo podía aplicar lo de tolerancia cero en este tipo de comportamientos incívicos? Sí, lo que sostengo desde tiempos inmemoriales, desde que era joven y participaba en eso tan vilipendiado en la actualidad llamado política. Hay que predicar con el ejemplo. Desde que ello no sea así, se ha perdido todo principio de autoridad. Porque los policías suelen tener ciertas arrancadas; digámoslo así, utilizando una expresión típica y tópica de Oswaldo Amaro. Llevar un uniforme no da privilegios sino que genera responsabilidad (mucha). Cierta vez, el concejal delegado de la misma y un servidor le llamamos la atención a uno que pasó por cierto sitio y no vio, eso dijo, determinada anormalidad que ahora no voy a reproducir. Su respuesta fue que como iba a entregar una notificación no se iba fijando en nada más. Coño, arriba de burro, con orejeras.
Ayer estuve hablando (en el ayuntamiento) con quien ejercía de secretario cuando, insisto, uno era joven, mucho más que ahora, ni comparancia. Y me preguntó si en todos estos años no me había tentado el volver. ¡Ay, Carlos!, respondí; han sido tantos que a veces pienso que tan malos no éramos, a pesar de que algún consagrado de ahora mismo piense que él y solo él. Ya me entienden.
Cuando regresé a mi casa, y le eché una visual a la prensa, me percaté de que en el periódico La Opinión el presidente del CIT de Santa Cruz de Tenerife, Miguel Ángel González Suárez, había declarado que el carnaval de Las Palmas era ya más conocido que el de la capital tinerfeña. Como venía su fotografía, me dije: ¡Chacho!, ¿este hombre no es tertuliano en el programa de El Día TV ‘Al natural’, que conduce el coronel Pallero? ¡Chacho!, ¿este hombre no lee los editoriales de ese medio de comunicación que machaca no ya en lo de la independencia, sino en que el carnaval chicharrero es el segundo del mundo tras el de Río? ¡Chacho!, ¿a que lo echan? Esa noche me entretuve un fisco viendo ese programa. No debía ser una de las innumerables repeticiones, porque el señor González Suárez no estaba presente. ¿Leyó don José La Opinión ese día o le pasaron el recorte sus amanuenses en esto de ‘editorializar’? No, allí no estaba. A llorar a la plaza.
Hasta luego, y cuidado que vuelve a llover este fin de semana.
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