Estuve
descansando unos días en El Hierro (iré ubicando fotos en estas próximas
jornadas). De esas desconexiones que te permiten cargar mínimamente las pilas.
Que sí, los jubilados también trabajamos y tenemos nuestras preocupaciones. Lo
bueno es que puedes planificar estas paradas en momentos diferentes a cuando
estás en el curro reglamentado. Allí, en Tigaday me enteré de que Mourinho está
empeñado en cargarse aquello que se denominó el madridismo, y, al tiempo, no me
enteré de sismo alguno. Pero vayamos por partes y desarrollemos.
Reconozco que
de joven fui aficionado al fútbol. Es más, lo practiqué y alcancé más de un
canillazo, cuatro puntos en la barbilla y abundantes caídas en aquellos campos
de tierra (y piedras) que te quedabas raspado como un conejo durante bastantes
días. Y guardaba yo ciertas simpatías por el Real Madrid. El paso del tiempo y
la llegada de este flamante entrenador portugués dieron al traste con lo poco
que quedaba en la recámara. Ya esto no es deporte y lo que prima no es siquiera
espectáculo. Bueno sí, pero otro tipo de pasatiempo. Y a eso yo no juego. Pero
me viene bien, porque amplío el abanico y hago –mejor, veo– baloncesto, tenis y
ciclismo, fundamentalmente. Aparte de la siesta, principal evento deportivo de
todo español que se precie y que no requiere mayor técnica ni calentamiento
previo.
Las
concepciones, las tácticas, las visiones del juego, diferentes en cada máximo
responsable de los equipos, son –deben ser– acicates en esto de la
competitividad. Pero el luso –elegido, por cierto, mejor entrenador de no sé
dónde– va mucho más allá y se erige en protagonista cada tres por dos. Como no
es mi deseo establecer las odiosas comparaciones, establézcalas cada cual y
piense en el Barcelona (Guardiola), la selección española (Del Bosque) o en el
recién ascendido Betis. Y ya está.
En la más
occidental del archipiélago se vienen produciendo demasiados temblores no
provocados, precisamente, por la reciente moción de censura. Estuve allá unos
días, como antes te señalé, y no sentí movimiento alguno. Tanto que la última
noche, eso leí, hubo en apenas unas horas más de cincuenta y por lo visto un
servidor necesita unos meneos mayores. Sí observé varios vehículos en
diferentes lugares de la isla con aparatos para medir los bailoteos y se están
impartiendo charlas por si la cosa se ‘anima’.
La fotografía
que ilustra esta entrada corresponde a la zona del Verodal, allá donde inicias
la subida a La Dehesa y en las inmediaciones de esa playa (ahora cerrada por
desprendimientos) característica de arena rojiza.
Por último
indicarte que tuve la oportunidad de saludar a un viejo político de la isla,
ahora dedicado a otros menesteres más diplomáticos, a quien no veía desde la
pasada década de los ochenta. Intercambiamos pareceres en la breve charla y
coincidimos en las miserias de la política actual y en la necesidad de
reinventar un montón de cosas. Aquellos que la practicamos hace mucho no
entendemos de qué se asombran los ‘izquierdosos’ de ahora mismo. La deriva
parece que solo es captada por aquellos ya entrados en años y que en un momento
determinado dieron un paso a un lado. Los ‘jóvenes’ (y los no tanto, pero que
siguieron apoltronados) sufren de cataratas, pero no quieren someterse a una
sencilla operación quirúrgica. Concluimos con lo que compartimos muchísimos. Y
es el inminente acceso al gobierno nacional de quien con el mínimo esfuerzo va
a obtener un magnífico resultado, sin haber sido capaz de precisar una
propuesta para la gestión que deberá corresponderle llevar a cabo. Eso, ya
veremos.
Hasta luego.
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