En un periódico de estas ínsulas se publicó en el día de ayer un artículo del primer teniente de alcalde y concejal delegado de Patrimonio Histórico de Los Realejos (Adolfo González Pérez-Siverio) que me hizo recordar cierta conversa, acaecida hace más de una década, con el entonces alcalde la villa norteña José Vicente González y en la que intercambiamos pareceres acerca de la reciente adquisición, mediante convenio urbanístico, de la Casona de La Gorvorana. Y que, gráfica y escuetamente, lo resumo así: Tú (ayuntamiento) me declaras suelo urbano toda la finca (otrora de platanera) y yo te cedo, amén de los reglamentarios viales, la Casona (incluyo un parque en su trasera), la ermita, un solar de equipamiento docente y me queda la duda de cómo se halla ahora mismo lo que era El Bosque y las dos casas (de medianeros) que allí existen. Lo preguntaré.
Que la urbanización se llevó a cabo es una realidad, que se ha construido (y vendido), no requiere –como decía la abuela– espejuelos, que El Bosque desapareció casi por completo con el trazado de la ‘variante’, no me lo recuerdes que me echo a llorar, y… Decíale yo a José Vicente que si el Consistorio era consciente de que le harían falta unos sacos de pita (de los que traían el guano para la finca y que pesaban un quintal) bien repletos de billetes de quinientos euros. Porque yo solo veía beneficios para los promotores, dado que el estado del inmueble, en el que viví bastantes años junto a otras familias, podía comprobarse a simple vista que era algo más que ruinoso. Y a pesar de atravesarse una época de vacas más gordas que las actuales, la realidad –tozuda a más no poder– es retratada magníficamente por Adolfo cuando manifiesta:
Rehabilitar a modo de parches o comprar inmuebles que no podrán ser rehabilitados con fondos públicos por cuestiones económicas no son la solución, aunque hasta el momento sí que han sido las únicas alternativas que se han puesto sobre la mesa.
Se dejó pasar el tiempo por razones o motivos que ignoro pero que tampoco vienen al caso, no se movió un papel en esos últimos años de gobierno socialista, continuó otro periodo de dos mandatos con alcalde de Coalición Canaria y aunque un servidor no compartía los usos que a La Casona se le siguieron dando (empaquetado de plátanos, con la eliminación de significados elementos de su estructura original), debo reconocer que al menos el resto de la edificación se ‘mantenía’, que no era poco.
Cuando los antiguos propietarios la dejaron en manos del ayuntamiento ocurrió el desmadre más completo. La golfería campó a sus anchas, máxime cuando desde el propio entorno del gobierno municipal se creyó conveniente convertirlo en un basurero, que no punto limpio. Mucho se ha escrito del particular y la imagen que ilustra este post, obtenida del blog de la parroquia, es harto significativa. Y de los fragmentos troceados de la escultura que Oswaldo no quería, mejor no menearlo.
Argumenta Adolfo en su misiva:
Desde el nuevo gobierno realejero hemos dado los primeros pasos, tan invisibles como necesarios tras años de inmovilidad, planificando de una vez por todas la próxima elaboración del Catálogo arquitectónico municipal de inmuebles protegidos, así como la redacción de los planes especiales de protección de nuestros cascos históricos, dos elementos clave y fundamentales para afrontar el problema de forma global y que precisarán de tiempo. Así pues, podrán otorgarse grados de protección a viviendas y edificaciones, abriendo la posibilidad, en un futuro de medio plazo, a líneas de ayudas y subvenciones que hasta este momento han sido inaccesibles por carecer de estos documentos
Y con respecto al tema que hoy nos concita:
En estos días ha vuelto a ser noticia, entre otras, el estado de la Casona de La Gorvorana […]. El referido inmueble ha permanecido en el olvido durante décadas y ahora presenta el peor de sus rostros, fruto del abandono, más aún cuando los recientes y reiterados actos vandálicos han agudizado su deterioro. Cuestiones de respeto y civismo que darían para versar durante horas. Aun impidiendo su acceso, tapiando puertas y ventanas, la acción destructora de algunos individuos vuelve a repetirse afectando directamente a elementos de innegable valor en el mismo. Y ante esta realidad nuestra responsabilidad es actuar, y por ello la Casona "busca novio": iniciativa pública o privada que la resucite y recupere. En esto se está. La invitación queda hecha para quien sepa ver en ella una oportunidad y no un problema; para quien crea en sus posibilidades turísticas y culturales, a caballo entre Los Realejos y Puerto de la Cruz…
Lo dije tiempo ha, y José Vicente lo sabe. Como aposté en su día por algo parecido en Rambla de Castro. Pero cuando los dineros parecen fluir adecuadamente, a los ayuntamientos les parece cometer pecado mortal si se les insinúa (solo eso, sugerir) que la iniciativa privada puede apostar y aportar. Al llegar las vacas flacas, incluso los procesos de privatización sí se atisban pertinentes.
En la Casona de Castro y alrededores se ha inyectado dinero por un tubo. Se han celebrado allí cuatro ‘eventos’ y adiós muy buenas. La Casona de La Gorvorana, de la que los recuerdos de infancia y juventud me siguen machacando, y de la que Germán Rodríguez sabe mucho y bien, ha estado en un tris de desaparecer en diversos momentos. Sí, no solo en la del incendio del camión de la basura. Hubo otras anteriores, y la tea abunda.
Ojala aparezca, y pronto, ese mecenas. Uno, de verdad, lo intenta, pero la Primitiva ( a lo mejor tengo que hacerle caso al pesado ese que llama por teléfono para lo del Euromillón) se resiste. Pienso que una buena opción podría ser, ya que lo han hecho con una edificación en Gordejuela, el que los antiguos propietarios se líen la manta a la cabeza y acometan su restauración para ser, a continuación, explotada como mejor se estime conveniente, mediante la oportuna concesión. Me imagino que cauces legales habrá para tal reversión. Y les invito a ello invocando, de manera clara y nítida, a una elevadísima componente sentimental. Por mí, obviamente, pero también por ellos. Porque tuvimos ocasión, tiempo ha, de compartir correrías y travesuras. No fui yo el único, por ejemplo, al que trincaron robando higos. Pero los comíamos y no sobraba nada. Pero estos últimos serán argumentos para otro ‘libro’. Que, probablemente, ellos mismos me patrocinarán.
Hasta la próxima.
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