En la
tarde-noche de ayer viernes estuve en mi barrio charlando con un nutrido y
selecto grupo de buenas gentes que a bien tuvo acudir a la cita. Fui
gentilmente invitado por el párroco de la Iglesia de Nuestra Señora de
Guadalupe, un joven guimarero que en estos tres últimos años ha venido
realizando una importante labor en el importante núcleo poblacional realejero
de Toscal-Longuera. Tal cuestión fue destacada días atrás por el decano de la
prensa tinerfeña, Diario de Avisos, en varios reportajes que, bajo la
denominación de El megáfono, inciden en la problemática de algún lugar de esta
isla.
Tuvimos la
oportunidad de hablar distendidamente de muchas cuestiones acaecidas en el
entorno de La Gorvorana hace algunas décadas. Porque uno nació en la vieja Casona
de lo que constituyó la Hacienda fundada por don Francisco Gorvalán, pero no
fue consciente de la trascendencia histórica del hábitat que le dio cobijo
durante bastantes años hasta el otro día mismo en que comenzó a husmear,
indagar, leer y escuchar. Pero este aspecto concreto no fue tratado porque el
responsable de este blog deja tal menester para jóvenes sobradamente preparados
que mucho y bien han investigado ese legado. A uno de ellos, luego, en la más
distendida aún charla de la plaza, dejé unas fotocopias de periódicos de años
idos para siempre. Y contamos anécdotas y rememoramos secuencias que se me
habían escapado. O que, simplemente, no dio tiempo de manifestar en el tiempo
amablemente concedido.
De aquellos
hurtos de la apetitosa y llamativa fruta del entonces, con los que saciábamos
los voraces y ávidos estómagos, hasta las raciones del queso amarillo argentino
y la leche en polvo. Amén de la labor pedagógica de los antiguos maestros que
se enfrentaban a unas clases cargadas de chicos de todas las edades, todos los
niveles y con una disparidad absoluta de capacidades. Sin profesores de apoyo,
sin aulas de PT y con materiales pedagógicos que hoy tildaríamos como de etapas
cavernarias.
Entre lo que
se quedó en el tintero, el relato de las intrépidas aventuras de nuestras giras
a la que denominábamos Cueva del mármol. Ubicada en la zona alta del Charco de
las lisas y a la que se accedía a través de una excavación de una de las tantas
galerías de la costa realejera. Y en la que las incipientes estalactitas y
estalagmitas nos llamaban poderosamente la atención. Sería interesante, pienso,
que alguien con más conocimiento que el que ostentábamos aquellos jóvenes
equipados con unos caseros mechones, pueda llevar a cabo el estudio pertinente.
Lo mismo estamos perdiendo la ocasión de tener un atractivo turístico de primer
orden en el barrio. Lanzado queda el reto. Y convidados los lectores de este
medio de comunicación para que propaguen la propuesta a quienes puedan hacerla
posible.
El acto
concluyó con la actuación de la pianista Cristina Coronado. Que tuvo la
oportunidad de ‘lucirse’ un fisco más que en la presentación de Sodero. Siento
no haber sido capaz de pasarle las hojas de las partituras, pero este pobre
infeliz pertenece a la época pretérita en la que solo pasábamos hambre y
necesidades. Pero fuimos felices y salimos adelante. La próxima vez, Cristina,
encárgame tal menester pero tú me haces una señal con la cabeza en el momento
exacto en el que debo voltear la página. Lo mismo me aplauden a mí también.
En las líneas
plasmadas en el libro de firmas, mi agradecimiento por haberme hecho partícipe
de estos ciclos socioculturales. Siempre es agradable recordar, siquiera para
no volver a cometer errores.
Hasta luego.
Y descansen.
"Siempre es agradable recordar, siquiera para no volver a cometer errores.
ResponderEliminarHasta luego". Pero lamentablemente no lo hacemos con frecuencia Esta crisis es un ejemplo de lo poco que miramos al pasado no tan lejano y el lamentable estado de esa joya, que te debe doler especialmente, como es la vieja Casona de la Gorvorana.
Buen y entrañable relato que nos acerca a los que no pudimos estar presentes.
¡Enhorabuena por toda tu labor!