Es, según el
diccionario, la que sigue inmediatamente en orden al o a lo septingentésimo
nonagésimo nono. Así que, estimados amigos y ojeadores varios de este blog, la
entrada número ochocientos es la que tienes ante tus ojos en estos mismos
instantes. En la presente ocasión no te voy a cansar con datos chivados por el
Google Analytics porque lo suprimí hace un tiempo, exactamente cuando cambié la
plantilla. Y ese marcador que se incluye en la columna de la derecha, aun con
sus fallos –a veces da unos saltos numéricos medio raros–, señala el número de
visitantes, que a tenor de los entendidos son pocos, pero que a mí me parecen
bastantes para las boberías que uno escribe. Entiendo que estos vehículos de
‘información-opinión-entretenimiento…’ se deben, muy mucho, a los lectores
incondicionales que uno se va forjando con el paso del tiempo. Los más para
trincarte los fallos y reírse un rato de las evidentes carencias literarias, y
los menos para seguir las opiniones vertidas en este instrumento que la Red
propaga por esos mundos informáticos. Entre estos últimos, algunos políticos.
Hacemos la
número 92 de este año 2012, que sumadas a las 324 de 2011, 332 de 2010 y las 52
del primer año 2009, nos dan el resultado arribada enunciado: 800. Ocho
centenas. DCCC, en números romanos.
Como he
estado estos días atrás sumergido en los recortes periodísticos tradicionales,
y debidamente archivados, que forman mi particular colección de colaboraciones
en los medios impresos de esta isla tinerfeña, me llama poderosamente la atención
que ni siquiera en todos los años que me asomé ‘Desde La Corona’ al periódico
El Día, cuando aún no era independentista ni traía a mal vivir a nuestro
presidente autonómico, pude alcanzar tal cantidad de artículos, comentarios o
como quieras denominarlos.
Aunque deba
reconocer que uno ha llegado más bien tarde a este maravilloso mundo, no es
menos cierto que la tremenda facilidad que Internet nos brinda, máxime ahora en
este estado jubiloso, ha desembocado en situaciones que ni por asomo se parecen
a las vividas en aquella época de máquina de escribir –a Dios gracias–,
imprimir un par de folios (con calco) y enviarlos a la capital en la guagua con
los de Cayetano –ahora Rafael Ben-Abraham– Barreto. El que le des al ‘enter’ y
al instante pueda haber un neozelandés regolisniando
allá abajo, es un hecho difícilmente explicable pero altamente satisfactorio,
reconfortante. Y te juro que, tras sumergirme lo que buenamente he podido, la
experiencia ha valido la pena. Y bien. Tanto que no comprendo a quienes en edad
parecida se declaran acérrimos enemigos del ordenador (alegando, precisamente, que
llegaron tarde). No te hablo de quienes se han desenvuelto en un mundo alejado
de cualquier círculo cultural o instructivo, sino de otros que incluso habiendo
desarrollado su vida laboral en facetas que serían en la actualidad impensables
sin el auxilio del PC, se jactan de indicarle al sobrino o nieto que les busque
tal o cual cosa o les ponga la película de Los Diez Mandamientos en las
vacaciones de Semana Santa. No lo entiendo.
Mientras, con
días mejores o con días peores, aquí seguimos. Entretenido. Intentando sacarle
chispa a la crisis para no morir de asco. Jugando una primitiva de vez en
cuando con la lícita esperanza de alcanzar buen botín. Y llevarle el fajo al
susodicho para que me lo ponga a (su) buen recaudo. Y es que mi Caja, después
de que se hizo Cívica, parece que no es lo mismo. La noto rara. Antes se
preocupaban más pues sus clientes eran más cercanos. Tanto que en una ocasión
escribí una queja por las colas existentes y mandaron un ‘jefe’ para hablar
conmigo. Y les saqué un par de tableros de ajedrez para los chicos del IES. Lo
mismo me sobornaron. Ya me desvié: me enfogueto y no me doy ni (de) cuenta.
Avanzaremos
por este nueva centena y apostamos decididamente por alcanzar el millar. No
tengo ni la más remota idea de qué voy a tratar en la 801, pero no hay que
estrujarse demasiado los cascos (ni los trillos). Algo surgirá.
Bueno, la
próxima semana presentamos un libro. Ves, ya está, el lunes te lo contaré con
más detalle y así no tienes disculpa para que el viernes 16 de marzo te des un
salto a La Perdoma. Lo adquieres, si te apetece, escuchas buena música de
nuestra tierra y después te mandas un cacho carne con dos vasos de vino en
cualquier guachinche y sales con los caños ardiendo. Cultura para el alma y
para el cuerpo. Te lo tengo todo programado. Hasta luego.
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