Un día
cualquiera; un mes cualquiera. El sol comienza a asomar, tímidamente, entre los
resquicios de los pinos. A pesar de este asomo balbuceante, da a entender, sin
embargo, que será un espléndido día, que disfrutaremos de una estupenda
jornada.
Hace apenas
unos minutos que nos han dejado en la zona recreativa del Chanajija. Es
nuestra intención lograr pasar un día diferente, un día en contacto pleno
con la Naturaleza.
Luego de
despojarnos de algunas prendas de abrigo, que ya comenzaban a molestarnos, emprendemos
la ruta. Tomamos pista adelante atravesando, en primer lugar, la zona de
juegos infantiles del propio parque de Chanajija. A la margen derecha de la
pista, la nueva tubería que conduce el agua potable al barrio de Icod el Alto
desde la galería el Nuevo Portillo, ya que la anterior, que provenía de la
del Cabezón, no era del todo adecuada para el consumo humano debido a su gran
dureza.
La Cordillera
va adquiriendo, poco a poco, un intenso color verdoso bajo el generoso influjo
de los rayos solares. Se respira por doquier paz y tranquilidad. Los lagartos
comienzan a aflorar y se disponen así a tomar su diaria ración de calor. Los
pájaros revolotean inquietos intentando encontrar algo que llevarse a la boca –perdón,
a su pico–. Un alto en el camino, una parada obligatoria para testimoniar
nuestro saludo al guarda forestal tristemente fallecido en circunstancias aún
no aclaradas.
En las
orillas de la pista, allí donde la ladera va adquiriendo tintes peligrosos por
sus tremendas cortadas en el vacío, se pueden observar restos de nuestra
‘civilización’. Son, como siempre, los desaprensivos, los irresponsables,
cuyo respeto y amor a la Naturaleza, brilla por su ausencia. Latas, plásticos,
botellas... son una muestra patente de la ‘educación’ de algunos ‘animales
racionales’.
Es una de las
tantas curvas de la pista, una importante vista de Los Realejos. Sumisa, a
nuestros pies, adormitada aún en este día festivo, la villa realejera. De la
cumbre al mar, del mar a la cumbre en declive pronunciado. Allá abajo, la
costa sinuosamente recortada en el azul infinito de la mar, de nuestra mar.
Aquí arriba, la linde de nuestro monte con los terrenos de cultivo, las
tierras hechas como gusta decir a las gentes de nuestro campo. Entre ambas se
jalonan los caseríos de nuestro pueblo que, desde aquí arriba, se nos antojan
más bellos.
El sol, que
no quiere desentonar en este día, luce esplendoroso allá en lo alto. Una muy
leve brisa viene a suavizar un tanto los efectos de aquél.
Luego de
descansar físicamente, mientras se ha dejado libre muestra imaginación,
continuamos nuestro recorrido. Más adelante atravesamos una de las pocas
zonas de nuestra isla donde aún es posible encontrar y contemplar en vivo
valiosos ejemplares de laurisilva, tan impunemente esquilmada a través de los
años, y que ha dado lugar a que contemos hoy en día con los dedos en las manos
–y nos sobran dedos– aquellos parajes, como éste, en el que el milagro todavía
es posible.
Entre un
verdor exuberante, entre un paisaje impregnado fuertemente de humedad, transcurre
buena parte de esta pista recortada en lo más recóndito de nuestro Macizo de
Tigaiga.
Desembocamos
en el cortafuegos, en la trocha que en el año 83 se abrió desde el Cabezón –Cruz
de Fregel o de la Degollada– hasta la Corona, en un intento de salvaguardar, en
caso de siniestro como el ocurrido aquel otoño, los montes del Valle de La
Orotava.
Trocha abajo
llegamos al Asomadero. Nunca mejor nombre para tan impresionante lugar. Desde
aquí nos asomamos al Valle, y aún más allá de sus lindes naturales. Alcanza
nuestra vista a superar la Cordillera de Santa Úrsula, traspasando la Comarca
de Acentejo para, en la lejanía, observar las quebradas siluetas del Macizo
de Anaga.
Aquí, un alto
en el camino, una obligatoria parada para reponer las energías perdidas. Se
trata de un aperitivo que nos permita el poder continuar hasta el punto
previsto del almuerzo.
Los árboles –ayer
tan limpios y aseados– presentan los efectos de la erosión de cuchillos y
navajas. La multitud de iniciales semejan una sopa de letras. ¡Ay, de promesas
incumplidas!
Entre tierras
recientemente roturadas para la siembra de las papas, siguiendo siempre la
trocha que se ha ido llenando de vegetación, seguimos descendiendo con la sana
intención de llegar a La Corona, donde haremos la principal parada de la
jornada y poder dilapidar las existencias de nuestras mochilas.
Sin
contratiempo alguno estamos ya en la Corona de la que, en otras ocasiones,
tanto hemos hablado. Los más pequeños del grupo han abierto inmediatamente cuantos
jugos y refrescos han encontrado. El camino recorrido ha sido capaz de lograr
lo que las madres no han podido hacer a pesar de sus grandes dotes persuasivas.
En un
ambiente completamente distendido transcurre la comida. De vez en cuando, la
instantánea fotográfica que perpetúe en el tiempo el recuerdo de estos momentos.
El tiempo ha
pasado sin apenas darnos cuenta. La tarde ha comenzado a refrescar y va siendo
hora de recoger bártulos y pensar, muy a pesar nuestro, en ir abandonando tan
idílico lugar para retomar al mundo del ruido, del ajetreo y la polución. Al
menos nos queda el consuelo de llevarnos una buena dosis de medicina natural.
De la Corona
al Lance, en un abrir y cerrar de ojos. Aquí observamos, una vez más, la anarquía
en las construcciones. Y es realmente una pena el ver cómo esta forma indiscriminada
de hacer las cosas repercute en un entorno que habría que cuidar al máximo.
Abajo en la
carretera echamos un último vistazo a panorámica tan peculiar. Las nubes han
ido haciendo acto de presencia y ya no es posible ver mucho más allá de las
lindes de nuestro Valle.
Podríamos
coger la guagua para retornar al pueblo. Pero, decidimos hacer un último esfuerzo
y bajar por las Vueltas de Tigaiga, por Los Pinitos, para terminar esta
jornada.
Cansados,
pero tremendamente satisfechos por haber logrado abandonar el coche, al menos
por un día, veíamos cumplida la ilusión que nos animaba esa misma mañana.
Por una vez,
habíamos comprobado fehacientemente que no podemos tomar como una perogrullada
temas tan importantes como la conservación de la Naturaleza, y lo hemos palpado
haciendo camino al andar.
…
El anterior
relato fue publicado en El Día (04-noviembre-1987). Porque me hallo en la fase
de recopilación de artículos periodísticos. Muchos de los cuales fueron
escritos en máquina de escribir, cuando el ordenador no era siquiera un sueño.
Menos mal que estoy aprendiendo a manejar un
programa denominado OmniPage Professional, que me convierte en texto las
imágenes escaneadas. Con fallos y limitaciones, pero preferible a tener que
volver a teclear cientos de colaboraciones. Y menos mal –¿otra vez?– que
conservo los recortes de la prensa. Si no hubiese sido así, ahora mismo estaría
escribiendo de la reforma laboral. ¿O no?
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