miércoles, 27 de marzo de 2013

El Hierro y la comunicación

Como no le gusta nada a mi amigo Humberto que se comiencen así las definiciones de los vocablos, hoy me apetece fastidiarlo un fisco. Sismo: Dícese del terremoto o sacudida de la tierra producida por causas internas. Dado que llevo unos días con las tripas medio averiadas, me he imaginado, al escucharlas moverse por esos interiores, que de ubicarle un sismógrafo al intestino, lo mismo habría alcanzado un grado cinco en la escala del fulano ese. Porque son causas internas, sin duda.
Vuelve El Hierro a temblar y los medios de comunicación se empeñan en que la isla se hunda más. Y me refiero, obviamente, al daño que se causa a la maltrecha economía con la pérdida de confianza en los posibles visitantes. Máxime en estos días de Semana Santa, en los que podía haber un repunte en el número de viajeros que pretendían descansar  en la sosegada y tranquila Isla del Meridiano.
Y no es ya solo ese portento de televisión autonómica (en la que el amarillismo sigue marcando improntas), sino que parece haberse añadido un grupo de periódicos con titulares que en nada benefician que el turismo vuelva a permitir que el sector de la hostelería y restauración saque la cabeza a flote. Porque no es lo mismo que se indique que la situación es de normalidad, que se magnifique la posibilidad (75%) de que pueda haber un seísmo de 4,3 y de 4,6 (25%). Amén de la sentencia del Colegio de Geólogos acerca de no descartar una erupción volcánica en El Hierro. Toma, y en Tenerife, ¿por qué no?
Estamos viviendo un periodo en el que el exceso de información tiene a la sociedad bastante ‘desinformada’, confusa y sumergida en un mar de dudas. Lo que bien pudo ser un atractivo turístico más, se ha convertido en un circo mediático. Y gran parte de culpa la tiene ese señor bajito que ayer por la tarde nos deleitó con un discurso plúmbeo, pero que –cómo cambia la película– gustó a los socialistas. Siquiera por una vez debería asumir unos gramos de sensatez e indicar a sus asesores de comunicación e imagen que se reúnan para poner orden y concierto en la plantilla del Daswani. Buenos profesionales, aunque dedicados a otros menesteres, tiene el organigrama gubernamental como para que primen otras líneas argumentales.
Puesto que de comunicación hablamos (escribimos), no puedo dejar pasar un día más sin mostrar mi más enérgico rechazo a la furibunda campaña de la Santísima Trinidad (Ricardo, Andrés y José) en contra de quien fuera director de Diario de Avisos, Leopoldo Fernández, al que han concedido recientemente el Premio Canarias de Comunicación. Como pienso presentarme a las próximas elecciones municipales, desde ahora señalo que en el programa irá el retirar la placa que el actual equipo de gobierno realejero estimó colocar en una calle de Los Barros a nombre de José Rodríguez Ramírez. Porque mi pueblo no puede seguir estos juegos peligrosos y preñados de la mayor de las ignominias.
Resentidos, cobardes y faltos de escrúpulos hay en todas partes. Para completar el cóctel, se añaden unos quintales de envidia a la desvergüenza y resultan unas diatribas de muy difícil digestión. O me lo das a mí o no juego más. Y arriba rompo la baraja. Cómo osa el jurado agraciar a un godo conquistador, habiendo un mencey de pura raza, más viril (por lo de las dos cabezas) y fortachón que el mismísimo de El Lance. Pégaselo, compañero.
Recuerdo ahora mismo el gazapo que mi compañero Ángel colgó ayer en su blog. A la pregunta de qué tenemos entre la boca y el esófago, el alumno respondió que las heces. Espero que los no premiados no sigan escupiendo. A no ser que intenten correr el peligro de defecarse encima.
Parodiemos y decretemos. Y en justa correspondencia: las heces del periodismo.
Concluyo: España ganó, con el Barcelona casi al completo y jugando al tiqui-taca. Con un Andrés (Iniesta) brillante. Todo un señor con clase. Cuánta diferencia.
¡Ah!, si vas unos días a El Hierro y quieres desconectar, ve a esta casa: La Galana. Que no todos podemos ir al Parador. Eso se deja para los potentados y otros primos hermanos de los de Salmor.

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