La
urbanización de la costa realejera no fue un dechado de virtudes. Y de nada nos
vale el consuelo de que en la inmensa mayoría de poblaciones ocurrió tres
cuartos de lo mismo. Es por ello que constituye un motivo de alegría el que se
vayan culminando todas aquellas deficiencias (por no llamarlo de otra manera)
que nos han traído de cabeza en estas últimas décadas.
Es curioso
observar cómo se ha ido diluyendo el espíritu reivindicativo, tan a flor de
piel en los primeros compases de la democracia, hasta el ostracismo más acomodaticio.
Porque me gustaría que alguien me señalase qué protestas ha escuchado, o leído,
en estos últimos años acerca de este particular que da título al presente post.
Hubo
movimientos ecologistas que pusieron a caer de un burro a los ineptos políticos
de aquellos primeros mandatos tras las elecciones de 1979, y que luego se
diluyeron cual azucarillos en el Charco de las Mujeres. Este hecho me recuerda
a lo que acontece en las redes sociales, cuando, sin motivo aparente que lo
explique, alguno de los que se mostraba asaz incisivo con los gobernantes del
momento, se torna en dócil corderito y, o bien silencia todo tipo de
comentarios subidos de tono, o cambia su discurso de manera harto notoria.
Aquellos que
transitamos –más bien, corrimos– por los acantilados comprendidos entre el
límite con Puerto de la Cruz
y la zona de El Guindaste, fuimos testigos de las alegrías constructoras que
supusieron el nacimiento de asentamientos poblacionales en lo alto de donde
nosotros recorríamos senderos y canales para acceder al Charco de las Lisas, a la Cueva del Mármol, al Callao
de Méndez o a la Piedra Alta.
Por estrechísimos vericuetos que mejor ni recordarlo. Y contemplamos cómo la
basura comenzó a hacer acto de presencia en lugares completamente vírgenes. Un
capítulo importante del progreso y la civilización vino de la mano de los
lindos chorritos que discurrían laderas abajo para formar piletas hediondas en
los aledaños de lo que había sido, desde siempre, espacio natural de baño.
La red de
saneamiento –bonita fórmula de comenzar la casa por el tejado– vino a poner
cierto grado de sensatez en el ‘asqueroso’ asunto. Aunque ha sido un proceso
demasiado lento. Y les puedo asegurar que el que suscribe estas líneas creía
que el emisario submarino había pasado a la historia y que todo el caudal de
las porquerías líquidas estaban siendo conducidas a la depuradora de Punta
Brava.
Por lo que
leo en estos últimos días, parece ser que no. Que restaban flecos para que la
circulación subterránea fuese efectiva en sus totalidad. Aun así, a seguir los
doctos consejos del amigo en lo que respecta a su particular versión del
refrán: “Nunca es tarde si la chica está buena”. Y congratulémonos de que todo ‘eso’,
que no se ve pero que se huele, vaya a donde debe ir.
Sería
conveniente, no obstante, recordar que una estación depuradora de aguas
residuales requiere un mantenimiento adecuado. Y en los alrededores del Hotel
Maritim, en demasiadas ocasiones, se respira un tufo no muy agradable. Por lo
que se deduce que algo debe estar fallando en el proceso. Puede que haya sido
otra de las causas para que la operatividad del complejo hotelero haya quedado
reducida a la mínima expresión. O dicho de otra manera, si el aire hubiese
tumbado para el naciente, en lugar de para el poniente, otro gallo habría
cantado. O mejor, otros loros hubiesen gritado Scheiße. Y esa es palabra mayor, máxime
cuando se expresa en alemán.
Ya que he dedicado este día para recorrer esos mundos recónditos por
los que transita todo ‘eso’ que sale de los cuartos de baño –bueno, sale de
otro sitio, pero tú me entiendes–, y ya que la noticia que hoy comentamos hace
referencia a esa zona baja, o costera, de Los Realejos, manifestar mi total
extrañeza –lo adelanté de soslayo tiempo atrás– ante el anuncio (Radio Realejos
lo emitió hasta la saciedad) de que aprovechando la obra de remodelación en las
calles La Longuera
y El Toscal, todo aquel que lo deseara podía conectarse a la red de saneamiento.
Y te juro que no lo comprendo. No se trata de un deseo personal a gusto y
conveniencia de cada cual. Es una obligación. Un servicio por el que ya se
abona la tasa correspondiente. De qué nos vale felicitarnos por suprimir esos
vertidos a la costa si luego persistimos en inyectar porquería al subsuelo. Es
más, si una vez se haya finalizado la obra del acerado comienzan a tupirse
varios pozos –algo bastante frecuente en aquellos terrenos–, tendremos que
empezar a romper de nuevo. Sí, ya sé que el ayuntamiento se escudará en que
correrá a cargo del vecino implicado. ¿Y qué? ¿Cuándo vamos a aprender a matar
varios pájaros del mismo tiro? ¿O nos sigue pareciendo más lógico levantar lo
recién cerrado?
Y concluyo en el lugar en el que he vivido gran parte de mi
existencia. El afer de las cabras y el tramo del sendero por la Romántica I, de juzgado de
guardia. Hace años se mató un joven por una imprudencia temeraria al circular
con una bicicleta por parajes de increíble belleza pero de enorme peligrosidad.
Lo que se vislumbra ahora mismo en el salto de agua de Gordejuela, a escasos metros
de la elevación, pone los pelos de punta. Cuando ocurra la desgracia, nos
pasaremos la pelota echando culpas al otro por mor de unas competencias.
Hasta mañana. Ya sé que estamos en Semana
Santa, pero no pienso irme de vacaciones ni acudir a las procesiones. Díscolo
que me vuelto.
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