Llegué anoche
de La Palma. Cansado
y sin ganas de sentarme a teclear la consabida aparición diaria en el blog. Las
entradas de la pasada semana habían sido previamente programadas, para lo que
aproveché las fotos pendientes. Que hay que ir alternando, pues no solo de
política vive el hombre. Aunque llevé el portátil –uno es antiguo y desconoce otras plataformas informáticas–,
la conexión Wi-Fi del lugar de alojamiento (Las Olas, recomendado por el amigo
Rayco) guardaba cierta relación con la luz eléctrica del barrio de Tigaiga
(sugerencia del amigo Domingo). Por lo que su lentitud y desapariciones no me
permitieron atender el negocio con la suficiente diligencia.
Allá, en la
también denominada Isla Bonita, me gocé la película del temporal que, como muy
bien todos ustedes saben, fue la causa de que se dispararan los índices de
audiencia de la televisión de Paulino (y ahora también de José Miguel, que
antes no la quería pero ahora sí; al revés que Soria: lo que es capaz de hacer
un gobierno o una oposición).
Uno con
sesenta y cinco años a las espaldas (coño, cumplo hoy, me tendré que felicitar)
ha tenido la oportunidad de ver pasar ante sus narices algunas ventoleras,
varios aguaceros y bastantes tormentas eléctricas. Y recuerdo de especial
manera las que sucedían cuando éramos medianeros en la finca de La Gorvorana, en aquellas
casas que, como los borrachos, se mojaban más por dentro que por fuera. Y que
cuando soplaba el viento con ganas, para qué asustarte. No hay comparación
posible con lo que nos cuentan los intrépidos reporteros de la televisión
nacional canaria.
Cuando chico,
y sobre todo en la casa de El Bosque (gracias a los excelentes políticos, hoy
desaparecido), hubo que refugiarse debajo de la cama o protegidos con el chaplón
(tabla gruesa para cerrar un vano) que existía en la puerta de la entrada.
Mientras, la platanera desaparecía bajo el empuje e ímpetu de las hordas de
Eolo. Aunque se podía aprovechar la madera, parida del ministro del turno en la
visita de rigor.
Y ahora me
vienen estos niñatos (a los que se suman los millares de personajes que no
tienen otra cosa que hacer sino estar llamando por teléfono, o enviando un
Whatsapp, para señalar que jamás en sus 49 años de vida han visto cosa igual) a
enfundarse el chubasquero, meterse dentro del primer charco que se encuentren
en su gira novelera (todo un chollo) y contarnos que el agua le llega a las
rodillas, al tiempo que la cámara nos muestra unas botas de agua (diseño mujer
de Willy). O los que agarran la sombrilla más cutre y débil que hallaron para
que cualquier ligera brisa mande las varillas a hacer puñetas y la camba pa´l
otro lado. O nos ubicamos justo al lado del único rolo de platanera que se
dobló un fisco para demostrarnos cómo el temporal, el huracán, la gota fría o
la madre de todas las tormentas mandó a freír chuchangas a todo el sector
agrícola.
No sigo
enumerando sandeces porque el tema requiere un tratamiento informativo serio.
El que en un exceso que raya el desbarajuste y el esperpento, un medio público,
con el solo propósito de darse autobombo hasta la saciedad más chabacana,
dedica horas y horas a intentar justificarse como el canal de contacto entre la
realidad y una población a la que consideran analfabeta y más propia del siglo
XIX que de una época en la que estamos empachados de adelantos.
Meteorólogos
aficionados han surgido a porrillo. Parecen setas tras las primeras lluvias del
año. Y las redes sociales nos ilustran sobremanera. En la mayoría de las
ocasiones de una manera sesgada, errónea y, a veces, con intención deliberada
de engañar, hacer mofa o llamar la atención. Fotos trucadas circulan con
velocidad pasmosa.
En todo este
círculo vicioso que acontece cada vez que caen cuatro gotas –y lo que nos
queda–, de lo que me alegro es de que se ponga en valor el esfuerzo de Victoria
Palma, una joven por la que nadie apostaba un duro en sus inicios en el ente
radiotelevisivo –estuvo con un pie más fuera que dentro– y que a base de tesón,
ganas y sacrificio (mucho más que el empeño de cambiarle el aspecto físico para
que estuviera en consonancia con el resto de la tropa dicharachera) ha sabido
ganarse el crédito del que carece la empresa que bien la exprime.
El mal tiempo
es una ventaja de tal porte que unas olas, como las que siempre han existido y
lo seguirán haciendo, nos sirve d excusa para desplegar nuestro excelente
parque móvil (el de todas las islas, incluyendo La Graciosa),
hincharnos de roscas y cotufas (a falta
de queso majorero), echar mano del vestuario más sugerente y ubicarnos bajo el
chipichipi en un peculiar desfile del despropósito.
Y con la
alcachofa en la mano, con los pelos revoltillados y cayéndonos una gota por la
punta de la nariz, comunicaremos urbi et orbi que “este” agua, sin ser toda la
que se esperaba, ha causado graves desperfectos por culpa de los recortes y del
dinero que Madrid no envió, pero saldremos adelante con las excursiones
presidenciales y tal y cual.
Ya causaba
rubor la cantinela del locutor radiofónico (de la autonómica, claro; en zonas
de La Palma
también se escucha Radio Realejos pero saben que el médico me lo prohibió) en
demanda de un suceso que llevarse al hocico. Con un desconsuelo inaudito cada
vez que alguien le transmitía que en determinado lugar no había acontecido nada
digno de destacar. Y él, deseoso de que se hubiese caído un puente,
accidentando una guagua llena de viejitos del Imserso o cualquier otra
menudencia, se quedaba compuesto y sin novia (informativa).
Se trata de
vender a toda costa. Para luego estar cuatro semanas con la canción de que
buenos somos y la cantidad de oyentes que tenemos en estas islas. Mañana,
cuando un gobierno serio y responsable tome las riendas de este archipiélago
(no pierdo la esperanza tan fácilmente) y decida cerrar el chiringuito porque
las deudas lo hacen insostenible, todos esos bizarros cronistas pondrán el
grito en el cielo. Y clamarán que les echemos una mano. Alegarán su
profesionalidad, abnegación y saber estar. Harán especial hincapié en esta
última faceta, su ‘saber estar’. Y yo no me reiré. No suelo utilizar el estilo
que ahora tan buenos resultados en cuota
de pantalla parece ser jauja. Irónico sí soy, pero no juego con las cosas de
comer. No sigan ustedes choteando esta profesión, porque más temprano que tarde
las piedras vendrán rodando en sentido inverso. Bastante tenemos ya con las
limitaciones del gobierno de Mariano. Si el ejemplo de la comunidad valenciana
no los ha puesto ojo avizor, allá ustedes.
Mis
estimados, hasta mañana.
Uno con sesenta y cinco años a las espaldas (coño, cumplo hoy, me tendré que felicitar)
ResponderEliminar¡¡¡MUCHAS FELICIDADES!!!