Titulé de tal
guisa para evitar el enfrentamiento con los doctores de la retórica. Los que
debaten entre Puerto de la Cruz
y el Puerto de la Cruz
(sí, el artículo en minúscula porque después sostienen que se contrae, como he
hecho yo en la presente ocasión para que se den gustito).
El asunto,
bastante turbio, del agua que llega a los domicilios de la mitad de portuenses,
merece, si en este país existiera algún tan común como la dignidad, que el
equipo de gobierno del Consistorio del Penitente (sigo con las contracciones, y
no son de parto inminente a pesar de las apariencias) cogiera las de Villadiego
más pronto que tarde. Porque no hay derecho a que estos personajillos le tomen
el pelo a más de catorce mil personas. Que un día sí y el otro también, y van
semanas, contemplan atónitos como el agua del grifo sigue tan canela como la
diarrea intelectual de los regidores municipales.
Si yo fuera
Marcos Brito (que no lo soy, afortunadamente, porque no me gusta soportar tanto
peso), ante la imposibilidad de encontrarme por la calle a centenares de
paisanos que deben acudir al chorro público como en los tiempos en que él vino
de El Hierro a Punta Brava (más o menos cuando el Titlis naufragó), me habría
ido a casa a disfrutar de la jubilación (iba a poner docente, pero bien poco se
ejerció en tal labor, por lo que debería dejar de presumir por quehaceres
tales). Como tampoco me veo en el pellejo del amplísimo conglomerado
gubernamental (CC+PP), porque, hoy por hoy (como suele mentarse) tengo unos
miligramos más de vergüenza que esta manada de incompetentes. Sí, sin ambages,
pues los hemos puesto ahí para que gestionen y administren nuestros recursos y
nos suministren (utilizado el verbo aposta) servicios de calidad. Y el agua,
supuestamente potable, nos la han remitido al más puro letrina cuartelera.
Lo curioso es
que transcurridas bastantes jornadas, que sumadas a las de anteriores ocasiones
hacen un montante de varios meses, otras entidades (Cabildo, verbigracia)
comienzan a preocuparse. De cara a la galería, por supuesto. Y ofrecen
alternativas para solucionar el desaguisado. No lo hacen tanto por la
preocupación que el tema les concita, sino más bien porque las proximidades
electorales pueden remover poltronas, cargos y sueldos.
Se solicitan
informes a la empresa concesionaria del servicio. Como si la simple visión del
líquido elemento no constituyera prueba suficiente para la condena de rigor.
Hemos alcanzado un punto en que debemos dudar, y muy mucho, si las autoridades
defienden a los sufridos usuarios o se han puesto del lado de aquellos que
deben velar porque el servicio se cumpla en función de las normas establecidas
en el pliego de condiciones contractuales. No sé si alguno de los múltiples
cargos liberados vive en cualquiera de los sectores afectados. A lo peor sí. Y
si así fuese, habría que ponerlo en remojo, por dentro y por fuera, a ver si la
otra diarrea le hace ver las cosas más claras. Lo que no se ha vislumbrado es a
concejal alguno yendo a la plaza del barrio con la garrafa. A retratarse
delante de esos elegantes bidones que habrán inundado los hogares de tierras
lejanas para general regocijo de turistas y visitantes. Y con esa salida a tan
escasa altura, ¿cuántos perros no habrán dado sus buenos lambidos (de lambiar o
lambear, canarismo al uso) durante las tinieblas nocturnas? Si no otra acción
de peor gusto.
Ayer
escuchaba al señor Marcos Brito que respondía a las preguntas que le hacían en la Ser, en el programa mañanero
que dirige Juan Carlos Castañeda. Ya saben de la prohibición que me han
impuesto para no escuchar la emisora de mi pueblo, máxime cuando ya ha logrado
consolidar las maneras de lo que no debe ser una radio pública. Fíjate tú, me
soplaron anteayer que uno de los temas estrella es hablar de la programación de
Telecinco. Amén de seguir poniendo a caldo de gallina a los que no ríen
supuestas gracias.
Casi me
pierdo. A lo que iba. Sentí lástima cuando el alcalde portuense intentaba dar
una explicación del afer acuoso. Seguro que si alguno de los afectados se lo
topa de frente en esos instantes, le hace tragar sin descanso un botellín de
medio litro del líquido restringido. Se permite el lujo de asegurar que se
trabaja con toda la celeridad posible en el arreglo del desatino. ¿Tú crees,
alcalde, que alguien en su sano juicio pueda creerte? ¿Hago un chiste fácil con
el mascarita ponte tacón y con alguno de tus tenientes de alcalde disfrazados
de aguadoras?
Es un
problema de filtros. Claro. Aunque el principal, el que debemos poner a
funcionar en las elecciones, falló estrepitosamente. Así están los otros. Qué
pena de pueblo. Qué disparate de gestión. Qué sustanciosos emolumentos. Y a
pesar de todo, qué travesía más placentera.
Escribiremos
otro día de cómo han comenzado a funcionar los semáforos de las monjitas de La Montaña. Varias decenas de
miles de euros para disgustar aún más a los ahora doblemente fastidiados
conductores. Te lo contaré.
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