Esta
modernidad que constituye el mundo de las redes sociales ha hecho posible que
nos volvamos escuetos, cortos y olvidadizos. Con las ventajas indudables de la
inmediatez y la rapidez adquirida en determinados dedos para enviar mensajes,
aunque vayan cargados de faltas de ortografía. Por lo que, en lógica
consecuencia, sería fácil deducir que en el futuro no tendremos artrosis en las
manos, pero sí, y en grado superlativo, en la cada vez más reducida masa
neuronal.
Ello ha
desembocado en que la lectura pausada de la prensa se haya permutado por un
ejercicio visual al estilo de los libros cargados de dibujitos. Que nos hayamos
acomodado hasta extremos que rayan el gandulismo más extremo. Que nos
descuidemos en el uso del lenguaje escrito y, por añadidura, en el oral. Lo
positivo es que los cambios tecnológicos se suceden a tal velocidad que es
bastante difícil que los hábitos adquiridos se consoliden. Lo malo viene cuando
los nuevos se manifiesten para apuntalar y reforzar los procederes y
comportamientos inadecuados de los anteriores.
Para algunos
es muy fácil –muy cómodo– quedarse ahí. Otros, ni siquiera eso, con los
comentarios del arreglotodo en los
bares va servido. Pero existen personas, no muchas, que escriben aquello que
sostienen. Y vierten sus opiniones en soportes más firmes o duraderos. Al menos
mucho más que el recorrido de la palabra desde la boca de quien la emite hasta
el oído de quien la escucha. Si no es, para mayor desgracia, que halle un
tropiezo en tan corto recorrido y perezca antes de ser captada.
Hace unos
días escribí, como lo vengo haciendo desde que aprendí (y me gustó), lo
siguiente: “Si yo fuera concejal de EDUCACIÓN (que no lo soy), aun teniendo en
cuenta la ligereza y despreocupación con las que actuamos en las redes
sociales, procuraría cuidar (muy mucho) la ortografía”. Porque tendría que ser
consciente de que me están ‘acechando’, como mínimo, los habitantes de mi
municipio. Y ahora con la globalización, desde bastante más lejos. Fue a raíz
de vislumbrar en una ventana (los perfiles de políticos, instituciones y
entidades suelen ser públicos, salvo raras excepciones) un pretérito perfecto
en el que el verbo haber (y que tampoco se trataba de a ver) era bien diferente
de aquel que estudiamos en la escuela. Juro (o prometo) por mi conciencia y
honor que el aun de mi sugerencia está puesto a conciencia y provocó la
pertinente reacción del que me replicó con esta otra oración compuesta: “Si aún
no lo eres, aún estás a tiempo”. A lo que me creí en la obligación de aclarar:
“Un ‘aun’ (estratégica o adredemente ubicado, átono, es decir, SIN
TILDE=INCLUSO, diferente de la forma tónica aún, a saber, CON TILDE=TODAVÍA)
puede dar lugar a ciertas confusiones”.
Entiendo que
Facebook, Twitter y demás (sin no utilizo móvil, ¿cómo voy a tener WahtsApp?) son
instrumentos en los que no cabe el sosiego o el reposo que sí exige este blog,
por ejemplo. Comprendo asimismo que no todos disponen del tiempo de un
jubilado. Que además se empeña en pretender hacer las cosas bien, cumpliendo
normativa y cánones que la lengua establece. Al que se le escapan –vaya que sí–
errores como al que más. Pero intenta ir con tacto y mesura. Pues si te asomas
a estas ventanas, pasas a estar en el punto de mira de mucha gente. Y si se
muestra crítico, como yo, ni te cuento. Me esperan detrás de las esquinas con
la tranca preparada.
A estas
alturas, si tuviste la paciencia de alcanzar esta línea (objetivo harto
complicado para los que hemos decidido motu proprio no quedarnos en la
superficialidad de algún que otro flash), te estarás preguntando el porqué de
las ilustraciones que acompañan a este texto, a este post con el que arrancamos
otra semana de marzo.
En dos de
ellas queda meridianamente claro que el éxito deportivo de un equipo de fútbol
se remojó, como parece estar de moda, en una instalación, llámala fuente si te
place, que se ubica en un pueblo cualquiera. Y yo, con toda la libertad que la Carta Magna me otorga,
aunque a los no coincidentes en pareceres bien les encantaría cercenar,
sostengo que no me gustan estos hechos. Porque los mobiliarios urbanos (y como
tal considero al lugar retratado), costeados con los dineros de la caja del
fondo común, deben ser objeto de especial cuidado, atención y respeto. Máxime
cuando, por otra parte, se alude a responsabilidades, desconsideraciones,
cuidado del medio ambiente, cuidado de las cosas… Y que conste que esos
subrayados no son míos. Me recuerda al padre que le conmina, más que aconseja,
al hijo para que no fume, porque es muy malo para la salud, mientras él, con
total parsimonia y superior deleite, se manda sus buenas caladitas.
Cuando en una
persona concurre el que en alguna ocasión, o quizás en varias, haya ostentado
responsabilidades en cargo público, deberá extremar las precauciones para no
incurrir en incongruencias manifiestas. Si tú aspiraste, y es un ejemplo como
otros tantos, a ser alcalde de tu pueblo (otro cantar es que te hayan elegido o
no) y argumentaste una serie de promesas en un programa electoral, te será
complicadísimo justificar que un bien de dominio público sirva para desahogos y
celebraciones. Y mucho menos justificarte ante quien mantiene la postura
contraria con un es cuestión de gustos. O mejor, lo que a usted no le guste es
su problema.
Ojalá fuera
tan simple. Ojalá fuera ‘mi’ problema. Pero es que no se trata de una mera
cuestión de preferencias o de colores. El día de mañana, cuando animados los
mozalbetes por el consentimiento y complacencia en el pasado, reiteren la
jugada como consecuencia de cualquier intoxicación etílica (otra moda muy al
uso), pondremos el grito en las nubes ante el gamberrismo imperante. Puede que
nos parezca un momento de solaz, divertimento y recreo. Puede que las
autoridades se hagan la vista gorda. Vale. Pero no se escuden en que los que
disentimos tenemos un problema. Aunque pueda ser “de ves en cuando”. Sí, lo
vuelvo a entrecomillar. Y dale la vuelta a la tortilla y échame a mí la culpa.
Si no lo ves claro, sustitúyelo por vez.
A los que
hablamos claro, incluso lo escribimos para que quede constancia, a los que
procuramos mantener una línea argumental con cierta coherencia, siempre y en
todo lugar, nos tachan de casi todo y nos califican del otro casi todo. Incluso
se atreven a obviar pasados de reveses electorales, posteriormente premiados en
ascensos inmerecidos (por este Norte existen ejemplos variopintos), y demandan
ahora aquello que tuvieron y que desestimaron porque a lo peor la apatía
esgrimida no es tanta. Conozco un ejemplo de alto cargo del gobierno autonómico
en un pasado no tan lejano que no fue capaz de escribir una nota en varios
años. Y no es que tuviera el bolígrafo averiado. Me remonta a otro caso que
debimos lidiar cuando desempeñábamos labores no docentes. Lo contaré en mis
memorias con pelos y señales. En ello estamos.
A los desmemoriados
quisiera proponerle un ejercicio de hemeroteca. Hubo una sección en el
periódico El Día que se mentó Desde La Corona.
Que, junto a otras, dio lugar a la confección de un libro
titulado “Desde La Corona
hasta El Asomadero”, debidamente maquetado, solo a falta de fotografías que
alegren las manchas de tinta, que probablemente no verá la luz porque faltan
patrocinadores. Y echando hace un rato una visual me topé con estos dos
artículos: Los pobres también cuentan (14-agosto-1987) y Cosas del barrio
(12-octubre-1988). Seguro que hay más, pero tengo otras ocupaciones que
atender. Frágiles memorias para lo que interesa. ¿Cómo? Búscalos y demuestra
que vales tanto como presumes y más (lleva destinatarios concretos).
Y si hay que
remojar los éxitos porque ya es costumbre, bueno sería dejar en paz lo que
tanto nos ha costado (a un servidor le duele del dinero, parece que a otros que
han debido asegurar jugosos complementos no), los de La
Cruz Santa tienen la balsa; los de Los
Príncipes, la charca; los de La
Longuera se pueden lanzar desde La Cueva hasta lo que fue el
Charco de las lisas; los de El Peñón, el trampolín de la piscina, con más
emoción si está vacía… Hay alternativas. Lo que redundará en el uso y disfrute
de las infraestructuras municipales que con tantos sacrificios hemos ido
consolidando. Incluso aquellas que ocupan espacios remozados (sí, con z; añadan
otra al capítulo de afortunadas intervenciones) por aquellos que estaban
pensando que bañarse en un molino no era lo mismo.
Si todo lo
anteriormente expuesto (que está fielmente mostrado a pesar de que puedas
entrever pasajes oscuros) falla por cualquier motivo, siempre habrá una salida
airosa: echarle la culpa a los maestros y a la escuela.
Jamás
olvidaré una expresión de mi madre ante la lectura de cierta candidatura electoral:
Como salga este, habrá que hacer las puertas más grandes. Los mayores siempre
han sabido disparar enormes cargas de profundidad con gran tino. Y a estas
alturas de la vida –coño, ya soy mayor– ya no voy a cambiar. Seguiré opinando
por escrito. Porque de vez (en lugar de ves) en cuando es bueno repasar. Qué
simpleza con lo de cuestión de gustos.
Hasta mañana.
Formidable.
ResponderEliminarDe obligada lectura para cargos públicos y aspirantes.
Y si me apuran, sirve para una clase que sustituya un rato a Educación para la Ciudadanía.