Ya no llueve
como antes, se escucha. Los barrancos ya no corren, sostienen los viejos en su
charla diaria tomando el sol en el banco de sus cuitas. Yo recuerdo que cuando
joven estaba cayendo agua durante más de una semana… Y aquellas casas de mala
muerte, en medio de las plataneras, todo enfangado… Ya no se cae la gente al
estanque (tanque, en canario) sino que lo hace en un depósito hidráulico,
remacha el más espabilado.
Son tantas
las veces que he manifestado que el exceso informativo al que estamos sometidos
causa más problemas que satisfacciones, que ya peco de reiterativo. Vaya montón
de ques me salió en la oración anterior. Sí, algo, o mucho, falla.
Desde hace
varios días se nos viene anunciando la proximidad de una buena, que se decía.
Aunque tengo entendido que los meteorólogos –los de verdad, no tanto aficionado
que nos ha salido con estos inventos de las redes sociales– no las tienen todas
consigo cuando procede el vaticinio de lo que puede acontecer en estas peñas
aisladas en la inmensidad del Atlántico. Porque no es solo el factor del
aislamiento, sino que la especial configuración orográfica de las islas hace
que los pronósticos fallen con mucha frecuencia. Bien por exceso como por
defecto.
En la
madrugada de este pasado miércoles correspondía visitarnos un cúmulo o cóctel
atmosférico de padre y muy señor mío: aguaceros intensos y prolongados,
tormentas, vientos, nieve en las cumbres… Y te juro que me acosté preocupado.
¿Darán abasto los tomaderos del patio, la azotea, la rampa del garaje y demás a
tantos litros por metro cuadrado? Y si se va la luz –siempre la probabilidad es
elevada en este sector próximo al Macizo de Tigaiga– y no llega la corriente a
la motobomba, ¿cómo me las voy a arreglar para sacar todo ese volumen que se
acumula justo debajo de donde aparco el fotingo?
Revisé por si
la vela y la caja de fósforos seguía en la gaveta de la mesa de noche. Comprobé
que en la oficina –siempre la llamé así– estuviese en el lugar prefijado la
linterna y las pilas. Hice tres cuartos de lo mismo con la otra –más grande y
potente– en el mueble de la cocina. Efectuado lo cual –explorado mentalmente
cuando ya me disponía a contar las ovejas acostumbradas– me acomodé en los
brazos de Morfeo.
A las dos de
la madrugada –no era aún el momento de levantarme a mear– me despertaron las
primeras gotas. El tintineo que provocan en el cerramiento del hueco de la
escalera constituye un despertador más efectivo que cualquier artilugio al uso.
Pero el ruido no daba sensación de mayor inquietud. O se acabó prontamente o me
volví a dejar dormir. Hasta las seis, hora en la que oí otra vez el goterío,
que dijera cierto paisano opositor a que un tendido eléctrico sobrevolara su
terreno. Mas no tuve sensación de algo que no entrara en los límites de la
normalidad que se le presupone a esta estación del año.
Cuando me
levanté, próximo a las ocho (¿para qué madrugar?), y encendí el ordenador, me
fui a Facebook, tras comprobar que la programación de la entrada del blog había
funcionado correctamente. Hallé de todo. Ahora bien, fotos y vídeos se llevan
la palma. Lo malo son las mezclas, pues aparecen retazos de temporales idos y
como más de uno no mira bien la fecha original, los comentarios son dignos de
enmarcar. Prueba inequívoca de que nos lanzamos alegremente a esgrimir pareceres
sin haber leído de qué va el asunto. Algo que no me extraña, de otra parte, si
cada vez que caen cuatro gotas abogamos por el cierre de los colegios.
A estas
alturas de la vida, cuando uno ya adquirió (in)cierta madurez, pocas son las
facetas que te sorprenden. Y si echamos la vista atrás, recapitulamos y
enumeramos las situaciones problemáticas a las que la meteorología nos ha
sometido y puesto a prueba, damos saltos de alegría al comprobar que seguimos
vivos. No soy capaz de asegurar que aquellos temporales fueran de rango superior
a los que ahora nos visitan. No obstante, como los datos previos (cabañuelas,
el sombrerito de El Teide, “cumbre clara, mar oscuro, agua seguro” y poco más)
eran escasos, casi siempre nos cogía de sopetón. Chiquitas enchumbadas alcancé
de la escuela o del colegio a mi casa. O cogiéndole de comer a los animales.
Nos hemos
vuelto mimosos. En grado sumo. O a lo peor cómodos. Y sujetos a cualquier
pretexto para no mover un dedo. Cuando no el culo. A este paso no tardaremos
demasiado en sostener que las lluvias son perjudiciales para las islas. ¿A
dónde vamos a parar? No podemos aparcar en los barrancos, se nos llenan los
zapatos de barro, no es posible sentarte para echarte un cortado en cualquier
acera porque te chingas todo, el coche se nos queda hecho un asquito… Y como se
vaya la luz, qué dilema, qué calvario, cuánto sacrificio. Bien haría el
Gobierno de Canarias en planificar nuevas autopistas para que los frentes,
vaguadas y borrascas desvíen sus trayectorias y no les permitamos estos asaltos
a nuestro territorio. Con Repsol y Soria de muestras es suficiente.
No creas que
con estos fenómenos adversos me había olvidado de las fotografías. Mañana irá
otra entrega. Como es sábado, habrá lluvias intensas y debes quedarte en casa,
aprovecha. Sean felices.
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