Se inicia
junio y se aproximan las vacaciones veraniegas. Aunque, si digo verdad, no me
gustan demasiado. El calor me agobia. Y hay mucha gente en cualquier sitio.
Parece que debes ir pidiendo permiso para moverte en fiestas, playas y lugares
de ocio. Yo prefiero viajar en épocas de menos aglomeraciones. Típica visión
del jubilado.
En esto de
los números solemos ser especialistas. Al alza, cuando nos conviene, y a la
baja, por lo mismo. La foto, que se la robé a Isidro, nos muestra una secuencia
de la carrera de caballos en asfalto que se viene celebrando en mi pueblo desde
hace unos años. Asistí en la pasada edición, pero no me gustó, así que en la
presente me quedé en casa tranquilo.
En cuestiones
de seguridad no me meto porque para tal menester cobra el señor Marrón. Y me
imagino –tiempo para ello tiene y le sobra– que todo estará atado y bien atado.
Somos unos cuantos los que no lo tenemos tan claro, pero doctores tiene la
iglesia. No quisiera ser testigo si una bestia se desboca o ese furgón se queda
sin frenos, o tiene otra avería, cuando baja a toda pastilla desde La Cruz Santa.
Fuentes
municipales aseguran que unas 11.000 personas asistieron a dichos actos. Y como
el éxito siempre se mide por idéntico baremo, habrá que convenir que si
juntamos los habitantes de Toscal-Longuera, Cruz Santa-Cartaya e Icod el Alto
(a la web oficial del consistorio me remito), cien arriba, cien abajo, se
antoja mucha gente. Ignoro el método para cuantificar la concurrencia, pero
atisbo ciertas dosis de alegría al ir sumando. Insisto, cuando ocurra algo no
deseado, daremos la vuelta a la tortilla y diremos que había mucha gente
Podríamos,
asimismo, sumergirnos en otras cantidades que marean: la tasa de pobreza con la
que Canarias se erige en líder de un penoso ranking o el montante de
desempleados de larga duración (la mayoría sin prestación social alguna) que
llevan más de un trienio en paro (35 de cada 100). Para que nos prometan bajar
el IRPF y reducir, al tiempo, el déficit con el truco (palabras del ministro de
Economía) de mantener el crecimiento. ¿Dónde está que quiero saludarlo? Para
que me explique, asimismo, si el próximo año voy a seguir cobrando la pensión.
Porque al paso que van, la hucha no va a aguantar mucho.
Hay otros
números más satisfactorios. Los del turismo, verbigracia. En este pasado mes de
abril llegaron a estas peñas nada menos que un millón cien mil visitantes. Un
16% más que en idéntico periodo de 2015. Y el doble que en 2010. Son datos
oficiales, del INE (Instituto Nacional de Estadística). En el primer
cuatrimestre de este año hemos alcanzado la cifra de 4.532.048. Un 11,3% más
que el pasado año, es decir, 460.128.
Los
conflictos de Egipto, Túnez y Turquía hacen que Canarias esté recibiendo
grandes remesas que tienen felices y contentos a los hoteleros. Tanto que he
tenido la oportunidad de leer este mensaje de jolgorio: Canarias, máquina de
hacer turistas.
Me alegro de
que el sector navegue placenteramente. Eso debe redundar en el desarrollo
económico. Pero sigo sin establecer correspondencias entre los incrementos de
los ingresos –que deberá haberlos– y la reducción de las listas del paro, o de
una subida de sueldos, o de mejoras de cualquier otra índole. Algo debe estar
fallando. Y como hay ministros, consejeros y concejales con dedicación exclusiva
para velar por el bienestar de los que viven verdaderos dramas, uno se pregunta
si ponen toda la carne en el asado o, por el contrario, se dedican a verlas
venir mientras se echan medio güisqui en cualquier complejo residencial con
campo de golf.
Cuando se
inundan los medios de comunicación con estas alegrías, alguien debería
reflexionar y, de paso, averiguar si la dicha es compartida o los beneficios se
quedan en círculos muy reducidos. Yo me quedaría mucho más satisfecho si el
responsable político del ramo no echara campanas al vuelo, ni que el
propietario hotelero nos vendiera ocupaciones rayanas al ciento por ciento,
sino que nos señalaran cúantos camareros, cuántas limpiadoras… han pasado a
engrosar las plantillas.
En fin, los
números solos, así en abstracto, bien poco indican. Eso hay que concretarlo y
hacerlo visible en la denominada economía doméstica. Los papeles y los datos
estadísticos no sacian estómagos vacíos.
Así que no
todo es cuestión de números. Hay que condimentarlos. Y otras: ¿Aguantará esta
tierra que las cifras de turistas sigan en continuo aumento? ¿Hasta qué punto?
¿Dónde está el límite? ¿No nos hundiremos y nos moriremos de éxito?
Vayan
pensando en las posibles respuestas. Y hasta mañana.
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