Ya
he dejado constancia en anteriores ocasiones de mi espíritu
refractario con todo aquello que guarde relación con la Iglesia. En
sus múltiples variantes y, sobre todo, en los aspectos que
trascienden de las paredes de templos, sinagogas y demás. Porque lo
que ocurra en la intimidad de cada cual, ya se sabe. Y lo de puertas
afuera siempre estará sujeto a criterios y controversias.
Viene
esta introducción a cuento de lo acaecido días atrás en el barrio
realejero de La Zamora. O La Grimona. Donde el zarandeo de la Virgen
de las Nieves, hecho que se ha venido produciendo, según me cuenta
uno de los 'inventores' del baile, desde finales de la década de los
ochenta (las razones por las que se principió tal acontecer me las
reservo por ahora), dio lugar a un enfrentamiento bastante
desagradable entre quienes entendían que por este suceso (y nunca
mejor expresado) no se iba a venir el mundo abajo y aquellos que
pensaban que no había lugar semejante meneo en el transcurso de una
procesión.
Como
siempre, ni doy ni quito razones. Pero parece que ha pasado a mejor
vida aquello de que hablando se entiende la gente. El párroco, al
que se le presupone instruido, bien pudo, en lugar de sacar
fotografías de los presuntos implicados en plan intimidatorio,
llamar al personal a debatir con tranquilidad en cualquier local de
los alrededores. Porque su actitud vino a desembocar en un
calentamiento general de la atmósfera circundante, hasta el punto de
casi alcanzar el grado de altercado público. Es decir, de ebullición
neuronal. Y a los vídeos que circulan por Internet y al eco
desmesurado en todos los medios de comunicación me remito.
A
este paso, en algunas parroquias se van a quedar los curas más solos
que la una. Bueno, la una y media. Tienen determinados representantes
de Dios en la Tierra el don de rechazar, cuando aquel al que siguen,
eso he leído, era capaz de dejar el rebaño para salir en busca de
la oveja descarriada. ¡Ah!, eran otros tiempos.
Que
estos hechos ocurran en verano da un extra de morbo al particular.
Los periodistas, o supuestos, que buscan desesperados motivos que
sacar a la luz, se dieron gusto en la propagación del evento. Sí,
este hecho sí lo fue; lo demás, nimiedades apenas. Y hallar
informadores que exageren hasta límites insospechados, es tan fácil
como colocarle la alcachofa al alcance de cualquiera que merodeara
por la tómbola o la turronera. Y menos mal que tengo vetados
(in)ciertos canales. Como dijera cierto alcalde: Me lo quiero
dimaginar.
Donde
habremos de llevar a la Virgen ‒que
se baile o no será cuestión al margen‒
es a las negociaciones del PP con C´s. Para que les desatasque el
diccionario. Instrumento valioso para salir de dudas, pero en el que
se pretende insertar una nueva acepción para el vocablo corrupción.
Hemos de suavizarlo. Recuerda: hoy por ti, mañana por mí. No basta
con lo que la RAE estipula de lo que es un corrupto. Ablandemos los
contextos. Puede que cambie de opinión y decida entrar a formar
parte del conglomerado gubernamental y las tentaciones siempre son,
y serán, golosas. ¡Ay!, ciudadanos.
Mejor
sería mandarlos a todos a que exploren ese nuevo planeta (lo malo es
que se parece al nuestro) que orbita en una estrella que dista apenas
unos años luz del sistema solar que conocemos. Quizás encuentren
paz y sosiego. Y no sería necesario recurrir a danzas transgresoras,
ni provocadoras.
Y
quizás en la soledad de la lejanía no perdamos el norte. O todos
los puntos cardinales. Como en la información del seísmo habido en
Italia. Ahí sí que ha habido baile. Desde la intensidad en la
escala de Richter, o escala de magnitud local, hasta la cifra del
número de accidentados en la catástrofe. Cómo se puede jugar de
tal guisa con datos que zahieren. Da la impresión de que los muertos
se reducen a meras cantidades.
El
periodismo está enfermo. Gravemente. Y los llamados a poner remedio
no aportan demasiados esfuerzos para la cura. Máxime cuando en
Birmania se produjo casi paralelamente otro terremoto de mayor
magnitud sin que se brindase cobertura alguna del siniestro. Penoso.
Las desgracias nos conmueven en función de las cercanías. Aquellos
de allá son sus fallecidos. Que se las arreglen. Hasta ciertas
distancias se imponen poses y minutos de silencio. En horizontes
lejanos nada se divisa.
Falsedad
por doquier. Tiemblen, herreños, porque el Baile de la Virgen puede
llegar a ser cuestionado. Cuidado con la del Carmen. Nada de
balanceos al arrullo de las olas. Calma chicha. Y los encuentros de
San Juan en Semana Santa, a compás lento. Las prisas, que siempre
implican movimientos, son malas consejeras. A pasito lento, pasito
tun tun.
Y
una advertencia a las gentes de El Mocán: Si están pensando
utilizar la música de Los Gofiones, para compensar el pasodoble
sabandeño de Islas Canarias, para amenizar el recorrido... ¿Me
entendieron? Que cuelgo los hábitos y me mando a mudar.
Hasta
la próxima.
No hay comentarios:
Publicar un comentario