lunes, 5 de septiembre de 2016

Turismo y folclore (II)

2. Introducción
Estas islas han despertado, desde hace bastantes años –desde siempre, quizás–, el interés de muchos europeos. Unos han acudido por motivos científicos, y quedaron, de camino, maravillados ante la contemplación de tanta belleza (Humboldt, quien hiciera escala en Tenerife el 19 de junio de 1799). Otros acudieron en busca de un lugar agradable donde poder dar un respiro a su maltrecha salud[1]. Otros, en cambio, solo por satisfacer su romántico espíritu de aventura.
Esta atracción hacia el Archipiélago se vino a incrementar con las sucesivas publicaciones de viajes y descripciones geográficas. Podemos citar a Webb, Berthelot, Murray, Stone, Verneau, entre muchos. Algunos de ellos han dejado su impronta especial, ya que no solo se limitaron a ser simples viajeros, sino que fueron testigos directos de costumbres, indumentarias, tradiciones..., que reflejaron en sus publicaciones, dejando un legado importante para posteriores investigaciones. Gracias a ellos, que vinieron de fuera, sabemos hoy en Canarias mucho de nuestro pasado. En los últimos años, tras un largo período de silencio y oscurantismo, hemos ido recuperando nuestras señas de identidad. Y nos han ayudado sobremanera, las observaciones, anotaciones y recopilación de quienes, tiempo ha, hicieron algo más que una simple visita a estas peñas atlánticas. Fue –ha sido– una base fundamental de datos, una fuente en la que han bebido gentes preocupadas por rescatar datos de un pasado que dormía oculto.
Pero este panorama, tan paradisíaco para el europeo, no lo era para el isleño. Para este su principal preocupación era la subsistencia. Y debía conseguirla horadando la tierra, su única fuente de alimento. Esa tierra, que tanta admiración causó a ilustres visitantes, era producto del sacrificio y abnegación del campesino, que hubo de construir bancales para retener esa tierra en laderas y pendientes.
Acerca de este turismo del siglo XIX, Benigno Carballo Wangüemert[2] expresa: Con  esta  suavidad  de  temperatura,  con esta riqueza de vegetación, con este encanto de naturaleza, el Valle de la Orotava ofrece a las familias ricas y acomodadas de Europa, la primavera y el verano más deliciosos, que en vano buscarán en ningún país del mundo, en circunstancias comparables a La Orotava; ofrece a los sanos solaz y recreo, y a los de quebrantada y delicada salud, el mejor clima para restablecerse, como la experiencia lo tiene demostrado.
Pero el Archipiélago Canario, "al ser región intercontinental, tierra de paso y nudo de comunicaciones entre el Viejo y Nuevo Mundo, es un territorio siempre proclive a la afluencia e influencia de los extranjeros. Todos tienen una importante incidencia en la realidad histórica y actual de Canarias".[3]
Y como el término folclore nace de la unión de dos viejas palabras anglosajonas, como muchos extranjeros –en especial ingleses– han sido los primeros recopiladores de la historia de nuestros ancestros, como la influencia del turismo es harto notoria, como se dejaba meridianamente claro en la presentación que la idea del trabajo es establecer concomitancias entre turismo y folclore, vayan a continuación unas breves pinceladas de las manifestaciones más conocidas de las costumbres de nuestro pueblo, antes de dar paso al desarrollo de otros apartados, entre los que, obviamente, habrá de destacar el comentario de las encuestas que constituyen la base de este pequeño estudio.
El vocablo folclore tiene su origen a mediados del siglo pasado. El arqueólogo inglés William J. Thoms observó, estudiando civilizaciones antiguas, que salían a la luz elementos que eran de difícil definición: aquéllos que no sólo no habían muerto, sino que con el paso del tiempo habían madurado y en esa evolución adquirieron una gran fuerza vital y que podrían llegar a desvelar la personalidad de un pueblo. Al no poder encajarlos en la etnografía, ni siquiera en un posible concepto de "antigüedades", aglutinó la palabra "folk" (pueblo, grupo étnico o comunidad) y "lore" (sabiduría, conocimiento, cultura). Es, pues, folclore: "sabiduría popular", "arte popular", "cultura tradicional"...
En España se introdujo en 1870, de la mano del catedrático de Derecho, periodista y literato gallego, Antonio Machado y Álvarez.
No  solo es folclore, pues, lo musical y lo lírico. Debemos incluir en la ciencia folclórica otros temas y géneros como los festejos (paganos y religiosos), pronósticos del tiempo (especial referencia a las archiconocidas cabañuelas, tan en boca de nuestros mayores), ritos ancestrales que aún perviven (rezos de un curandero)... El folclore es un término que viene a resumir la serie de danzas, cantos, bailes, leyendas, etc., que dan carácter a un país o a un grupo étnico.
Thoms encontró el término adecuado para definir todas las cosas antiguas que han llegado vivas hasta la actualidad. La obligación de los folcloristas –y algo tienen que decir los grupos que a ello se dedican– es conservar estos valores y convencer de la importancia de ese legado recibido de nuestros antepasados de una manera natural.
Esa ciencia o sabiduría popular ha podido derivar en muchas ocasiones por otros derroteros. Hoy prima, quizás, la acepción menos acertada del término: la del espectáculo que ofrecen determinados colectivos en un escenario, que explotan aspectos de la cultura tradicional en cantos y danzas, aprovechando las ayudas de la moderna tecnología.[4] Y, aunque es la versión más arraigada en la sociedad, este espectáculo nada tiene que ver con el sentido profundo del folclore.
El folclore es, entre otras cosas, la música que el pueblo ha ido decantando a través de los siglos.[5] Es algo bien diferente a la denominada "canción popular", en nuestro caso, "canción canaria", que se compone en ciertas ocasiones basándose en los esquemas musicales tradicionales, pero no siempre. Es un fenómeno relacionado con la industria discográfica y que, aunque tenga una importancia relativa, no debemos confundir con ese acervo histórico-cultural que ha llegado hasta nosotros merced al pueblo que celosamente lo guardó.
Por eso, hay que tener sumo cuidado con las denominaciones de agrupaciones folclóricas a todo colectivo que suba a un escenario con guitarras, timples, laúdes y bandurrias.  Tuve la oportunidad de leer en un libro hace unos cuantos años que Los Sabandeños es uno de los conjuntos que con más seriedad y rigor estudia y presenta el folclore musical canario.[6]
Ni aun respetando la fecha de edición, podemos estar de acuerdo con tal aseveración. Para ello, me remito no solo a mucha de la bibliografía consultada, sino a las respuestas habidas en la mayoría de las entrevistas realizadas para la confección del presente trabajo. Bien cierto es que los mismos, en sus orígenes, ahondaron y bebieron en las fuentes de la tradición. Pero, y también desde un inicio, fueron tantas las variantes, arreglos y, por qué no decirlo, ausencias de elementos propios de la música tradicional canaria, que desvirtuaron el verdadero sentido de folclore. Por supuesto, ni que decir tiene que su labor actual está a años luz de la esencia de la cultura popular. Pero estos aspectos serán desarrollados posteriormente.
Se podría seguir detallando conceptos acerca de las diferentes opiniones sobre el origen de la canción y danzas de nuestros antepasados, la "modernización" del folclore y su mayor difusión debido a los avances tecnológicos, la labor de rescate y conservación realizada en el interior de nuestros pueblos (e incluso en las grandes ciudades que se han surtido de un éxodo rural importante), de las semejanzas y/o enigmas que rodean los aires más característicos del folclore musical..., pero ese no fue el objetivo trazado.
El desarrollo de los capítulos siguientes pretenderá siempre poner de manifiesto los vínculos entre turismo y folclore, fundamentalmente haciendo hincapié en todo aquello que brindamos a quienes nos visitan y que, desgraciadamente, no cuidamos cuanto sería menester.
(Continuará)


Al oeste de Puerto de Puerto de la Cruz, un poco más allá de Loro Parque y del barrio de Punta Brava, y  ya en el término municipal de Los Realejos, se encuentra el Hotel Maritim. El edificio está enclavado sobre el acantilado de la "Punta de la Piedra Grande", con una espectacular vista hacia el oeste (Playa de Los Roques del Burgado).
Lo que tal vez pocas personas saben es que en ese mismo lugar existió, hace ya muchos años, una posada, o "pensión", para visitantes en una amplia casa terrera, con tejado de estilo tradicional canario, propiedad de un tal señor Mederos. Tenía un pórtico o galería que se extendía a lo largo del costado sur de la casa, es decir, el orientado hacia la cumbre. Allí la señorita Edith Brown, inglesa y enfermera de profesión, montó su pensión a finales del pasado siglo. Duró hasta el inicio de la Primera Guerra Mundial en 1914.
¿Por qué esta pensión para gente enferma en un lugar algo alejado de Puerto de la Cruz? La explicación viene determinada por la existencia de una burga –manantial de aguas termales, muy apropiada para baños curativos– en las proximidades de la edificación.
De la palabra burga debe derivar el nombre de "El Burgao" o "El Burgado", que es como se conoce al lugar. Es mucho más verosímil esta postura, que la de otros que sostienen que el nombre se deriva de los moluscos denominados burgados, ya que estos existen en todos los lugares de la costa de la isla.
La palabra Burgado aparece en el diccionario estadístico-administrativo de las Islas Canarias, de don Pedro Olive, publicado en 1865, en el que dice: "Caserío situado en el término jurisdiccional de Realejo Alto, partido judicial de La Orotava, isla de Tenerife. Dista de la cabeza del distrito municipal 3 km. 754 m., y lo componen 7 edificios de un piso, habitados constantemente por 9 vecinos y 63 almas" [sic]. Uno de los siete edificios era, con toda seguridad, la casa que sirvió, años más tarde, para que Miss Brown montara su pensión.
En el libro "Las Islas Canarias", publicado en Londres en 1911, Florence Du Cane cuenta la existencia de una rara planta –la "Statice Arborea"– en la pequeña bahía de Los Roques (Roque Chico y Roque Grande). Esta pequeña bahía o playa, así como la gran cascada del cercano lugar de Gordejuela, han pasado a la posteridad merced a las litografías del artista inglés J.J. Williams. En los tiempos de Miss Brown la escena debió ser muy similar a lo plasmado en tales litografías. (Datos obtenidos de Austin Baillon. Casa de la Aduana. Puerto de la Cruz)

2 Las Afortunadas. CCPC, Ayto. de Los Llanos de Aridane. 1990.

3 Manuel Pérez Rodríguez. Extranjeros en Canarias. CCPC, Cabildo Insular de Tenerife. 1991

4 Benito Cabrera. El folclore de Lanzarote. CCPC. 1990

5 Diego Talavera. Canarias, folclore y canción. Biblioteca Popular Canaria. Taller Ediciones JB. 1978

Canarias. Editorial Miñón. Valladolid. 1977

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