Loable, sin duda. Y uno se alegra de que en la actualidad se
disponga de los medios necesarios para que tales hechos sean conocidos. Pero sin
alharacas ni aspavientos. Porque si digo que aconteceres de tal guisa se han
dado siempre, lo mismo no me vas a creer.
Aquellos que transitamos aulas y pasillos de las escuelas públicas
durante bastantes años –doy fe– algo sabemos. Y en estos centros, pónganle el
cuño, las necesidades se acrecientan. Por razones obvias de economías
familiares. Nadie se quedó jamás detrás. En cualquier tipo de actividad. Desde
la más insignificantes hasta las de mayor enjundia. Pongo por testigo a un
maravilloso grupo –la quinta del 74– con el que compartí cinco cursos de
docencia y cuyos miembros (alumnos) dispusieron siempre de idénticas
oportunidades. Trabajara el padre de peón de la platanera o en la recepción de
un hotel portuense. Viniera al aula con lonas blancas de esparto o con los
primeros tenis de marca que iban apareciendo en el mercado. Pero nada se
alardeaba. Ni disponíamos de mecanismos para hacerlo. Aunque echando la vista
atrás, vaya si valió la pena.
Cuando creamos la Asociación de Madres y Padres de aquella
Agrupación Escolar Mixta, fue tanta la ilusión e implicación habida en el barrio
que debimos añadirle la etiqueta de “y Amigos” para la aprobación de sus
primeros Estatutos. Y como nos propusimos que TODO el material escolar
(incluidos los libros de texto) fuera entregado, en calidad de préstamo (que no
se atribuyan méritos la consejería de Educación, ni ayuntamientos, ni cabildos),
se aprobó por asentimiento que la cuota a pagar por los socios fuera de carácter
familiar, independientemente del número de hijos que tuviesen matriculados. Bueno,
alguna explicación debimos dar a los más obstinados hasta hacerles comprender
que un mayor número de hijos entrañaba más cargas económicas, y que esta
modalidad aliviaría, al menos, los desembolsos de cada inicio de curso.
El observar cómo los colectivos y asociaciones vegetan ahora
y viven a expensas del maná institucional, nos provoca cierta desazón. Y puede
que sea por ello el que el hecho al principio reseñado nos llame poderosamente
la atención. En fin, el contexto, que se dice. Ese por el que ahora iría a la
cárcel si me atreviese a sacarlos de paseo cada viernes por la tarde (siempre
por arriba de cuarenta el grupo en cuestión) con la única pretensión de mamar
naturaleza y, de paso, limpiar la playa de Los Roques. Por ejemplo.
Cambiamos de asunto y nos vamos a La Gomera. Hasta Alojera
(Vallehermoso). Donde su CEIP (una de las cinco escuelas rurales* que conforman
el Colectivo de Escuelas Rurales de la isla) ha sido galardonado en la 11ª
edición del Cinedfest (Festival Educativo de Cine para Centros de Enseñanza de
Primaria, Secundaria, Bachillerato y Formación Profesional). Su corto “Gomera,
mujer, bruja” (ya sabes que en Internet está todo: ¡¡¡búscalo!!!) recibió el
premio al mejor sonido.
Un servidor ya le dedicó los minutos reglamentarios para su
visionado. Y me supo. Puede que, una vez más, La Gomera me atrae. Desde las
leyendas brujeriles de La Laguna Grande hasta la magia de su natura. Pero la
implicación de alumnado y maestra merece todo tipo de plácemes. Si la docente
que figura en los títulos de crédito (Fayna Hernández Morales) no es la única
que intervino, mis públicas disculpas al resto del profesorado (dense también
por felicitados).
Como el buen amigo José Luis –el padre de la maestra– está
que se le cae la baba (y no es para menos), este gomero de adopción (mientras
la autoridad no diga lo contrario y dicte sentencia) quiere unirse a la
felicidad familiar y aboga por la puesta en valor de lo mucho y bueno que
aporta a la sociedad la escuela pública. Y proyectos como el que se deja
mencionado contribuyen a tal reconocimiento. Reitero mi enhorabuena y que las
mañas no se pierdan.
* Las otras cuatro son las de
Alajeró, El Retamal (Valle Gran Rey), Temocodá (Chipude, Vallehermoso) y Áurea
Miranda González (Agulo).
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