Se ponen de moda carreras, por todo tipo de terrenos y con
multitud de accidentes geográficos a superar, en las que el kilometraje excede
de lo que uno considera aceptable a la condición humana. Desde aquel heraldo –los
historiadores no se ponen de acuerdo en quién fue, aunque se apuesta formalmente
por Filípides, el correo griego que recorrió la distancia de 42.195 metros
desde Maratón hasta Atenas para anunciar la victoria ante el ejército persa;
hazaña que los costó la vida, por cierto– hasta las ultras actuales, un
amplísimo elenco de pruebas.
Entiendo que puede un mucho de novelería en una
significativa cantidad de participantes. Basta observarlos en cualquier vídeo a
los pocos kilómetros del inicio. Cada cual alcanza la gloria como mejor estima
conveniente. Lo malo es cuando se queda por el camino tan noble deseo. Porque la
máquina se resiente si la preparación previa no fue la adecuada y pertinente. Y
si se acaba en abandono, otra vez será. Pero si el motor falla diciendo basta,
mal asunto.
Esta noticia del niño –piloto prodigio se menta; de qué poco
le ha valido– me causa una rara sensación. No solo estiramos –o lo intentamos–
la vida útil hasta edades bien avanzadas, sino que iniciamos el recorrido a
unas cada vez más tempranas. Se trata de batir récords. Sin medir consecuencias
o sopesar los posibles efectos nocivos.
Me da que algo –o mucho– estamos haciendo mal. Si no todos
podemos ser buenos electricistas, verbigracia, ¿por qué esa tozuda manía de
intentar emular proezas solo al alcance de una minoría? Basta comprobar las
masivas participaciones en Transvulcanias, Transgrancanarias, Skyrunners, Vulcanos
Ultra Trail y amplio etcétera. ¿No son ya suficientes los fallecimientos
acaecidos en el transcurso de tentativas de tal calibre? Parece que no, ya los
hechos me remito.
Se da el pistoletazo de salida a una de las pruebas en Palo
Blanco. A los cien metros, un pegue (terreno en pronunciada pendiente) de no te
menees. Como las redes sociales (vehículos actuales de promoción, publicidad y
propaganda) se prodigan en imágenes, proliferan los saludos a la cámara y
saluditos a Maruchi que me estará viendo. Seamos serios. Hay otras maneras
menos peligrosas de hacer el indio, perdón, el mono.
Yo me quedé en El Portillo, me dijo Basilio. También escucho
a Cristofer Clemente relatar sus abandonos. De las preparaciones –tanto físicas
como mentales– de ambos, ninguna duda. De cómo recomiendan la adecuación de
cuerpo y mente para esos retos, tampoco. Pero todos queremos más. Y así nos va
en este valle de lágrimas. El minuto de gloria, a veces, conlleva peligros
evidentes.
Hacer deporte, siempre. Barco parado no gana flete. Pero
adaptando posibilidades a realidades. “Quien mucho abraca, poco atraca”, dicho
popular que resume la situación. Si una tubería solo admite un caudal de
cincuenta pipas, no lo sobrepases o colapsa.
Seguiré caminando a mi ritmo. Las fracturas en la pierna
derecha de hace unos años aun no me lo impiden. Aunque con los cambios de
tiempo se ponga boba. Pero maratones o largas distancias en pistas atléticas,
no. Y de motos, por la tele. No obstante, cuando esté arreglada la de la foto
(derbi 125, TF-13.137, año 1957) lo mismo se la pido prestada a mi hijo (herencia
del abuelo paterno) para darme un garbeo. No, a La Gomera no la pienso llevar.
Ni siquiera en carnavales.
Bueno, voy de aquí a San Nicolás por la autovía y regresaré
por San Jerónimo y La Montaña. Como alcance los consabidos 10.000 pasos,
satisfecho. Con eso y escribir boberías en este blog, expectativas superadas.
Volvemos en un par de días. Por hoy, listón superado.
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