Se están
observando demasiados sesgos. Y es una consecuencia, entiendo, de ese
variopinto conglomerado que constituye el Partido Popular. Que aglutina en su seno todo el espectro ‘derechoso’ de
este país. Desde la más carca, retrógrada y cargada de marcados tintes de
añoranza hacia un pasado no tan lejano, hasta esa pléyade de gente joven que
irrumpió en política en tiempos de bonanza no habiendo tenido jamás que
esforzarse para nada pues todo le vino hecho. Son la flor y nata del señorito
español que mira siempre por arriba del hombro. Aunque intenten disimularlo,
siempre les traiciona el subconsciente. Y contemplo atónito que estos se estén
contagiando de aquellos. Hace unos días apenas pude comprobar la encendida
defensa que hace uno de ellos de un artículo que en La Gaceta conmemoraba el 37º
aniversario de la muerte de Franco y titulado ‘La figura decisiva de nuestro
siglo’. Es como si en el cesto la fruta estuviese adquiriendo vicios ocultos. Y
sus reacciones los delatan sobremanera.
En Los
Realejos gobierna el PP con una mayoría absoluta que les permite hacer de su
capa un sayo y, por lo tanto, ningunear cualquier propuesta que venga de la
bancada opositora. Deben seguir el manual dictado de las altas esferas y a las
enmiendas a los Presupuestos Generales del Estado me remito. Han aprovechado la
debacle socialista para arremeter contra todas aquellas mejoras de las que
ellos también se aprovecharon. Pero ahora es diferente. Y Rajoy no se recata lo
más mínimo en constituirse en el veleta mayor del reino. A un año de su
victoria, puede presumir, y jactarse, de no haber cumplido ni una de las
escasas promesas electorales que llevaba en su programa. En su deambular sin
freno, actúa como un sonámbulo. Y si debiéramos reconocerle algún mérito sería
el que sabe leer bastante bien cuando es otro el que le escribe los discursos
porque, harto sabido es, que su letra no la entiende. Como tampoco de cualquier
otra faceta.
La sociedad
española ha llegado a tal grado de estoicismo que merece… un par de cachetones
para que espabile. Nos han convencido de tal manera, que ya consideramos como
algo natural el ser culpables de este desaguisado económico y estamos
dispuestos a que nos dejen sin comer, considerando el hecho como terapia
alternativa a nuestro consabido régimen de adelgazamiento. Ante los desahucios,
más ayudas a la banca. Creamos un banco malo (yo nunca lo haré, dijo Mariano) y
ponemos al frente a unos directivos que cobrarán sustanciosos sueldos. En
breve, las tarifas eléctricas volverán a cortocircuitarnos con un nuevo
sablazo. Porque en tiempos de crisis no se suben los impuestos. Eso es el
leitmotiv del mal gobernante. Y si no puedes pagar el recibo, te jodes. Da lo
mismo que se opongan todos los grupos de la Cámara, empresas, asociaciones, sectores
industriales, que salga la gente a la calle (se contabilizan apenas unos
cientos y La Razón
está de nuestra parte), que declaren huelgas generales…
Hay que
recortar, pero lo fácil, lo sencillo. Y que nadie proteste. Mejor, que lo haga,
pero rompemos la baraja y jugamos con otras cartas. Y nos cercenan el derecho a
una justicia igualitaria. Que acuda a ella el que la pueda pagar. Los
muchísimos que no, que se lo hubieran pensado. Ya el Tribunal Constitucional se
manifestó, con respecto a otra ley del PP, por la que establecía una tasa
judicial para las empresas con un volumen de negocios superior a los 6 millones
de euros anuales, del tenor literal siguiente: “La cuantía de las tasas no debe
ser excesiva, a la luz de las circunstancias propias de cada caso, de tal modo
que impida satisfacer el contenido esencial del derecho de acceso efectivo a la
justicia”. Y ahora en 2012, y en las condiciones en que nos hallamos todos con
el bolsillo lleno de agujeros, se extiende el chocolate del loro –toma
generosas dosis en amplias tazas, sujetas a múltiples y abusivas tasas– a todo
bicho viviente que ose aproximarse a cualquier palacio de justicia. No te
acerques siquiera a las escalinatas de acceso, porque lo mismo te cobran un
impuesto por desgaste de material.
Como los
españolitos hacemos cada año la declaración de la renta, amén de otras
nimiedades (IVA, IGIC, combustibles, bebidas, lotería nacional, la primitiva…),
resulta que eso del copago (yo tampoco lo haré, los reiteró hasta la saciedad
uno con barba) nos aguardará, cual avezado ladrón, en cualquier esquina.
Médico, págalo. Enseñanza, págala. Pleitos tengas… y los puedas pagar, como
escribió hace unos días el amigo Salvador.
Pero todo lo
anterior, aunque puedas pensar lo contrario, no tiene la mayor importancia. Ahí
seguimos, aplatanados. Nos dan estampidos y cogotazos hasta en el carné de
identidad y seguimos tan campantes. Aquí no pasa nada. Mejor, estamos
preocupados por si no se le avería el coche a Vettel y Alonso alcanza la
carambola que anda buscando desde hace unas cuantas carreras. Lo estamos,
también porque nos parece excesiva la fianza solicitada para el pobrecito
Urdangarin. Y lo de Reverón en Arona, por favor, si tiene una carita de no
haber roto nunca un plato. El ayuntamiento portuense va a ahorrar unos 350.000
euros al prescribir una relación de pagos: buena táctica, yo no te abono la
factura y al cabo de unos años, espera sentado en la plaza Benito Pérez Galdós;
si Manrique levantara la cabeza.
Este fin de
semana estaremos de tenderete. Lo pagamos nosotros, claro. Y no preguntes. Si
lo haces, te señalan como criticón. Pobre Baltasar Gracián si le diera por
levantar la cabeza. No, la caliente no, esa la trae la tele. Por ella se
encarece el asunto. ¿Crisis, quién dijo crisis?
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