Habrás oído
la expresión un millar de veces. Dígito arriba, dígito abajo. Hace un par de
días se la escuché, paradojas de la vida, al médico que me firmó las recetas en
La Orotava. Sí,
el de repetir, que ya tengo mis años, y he recalado en el colectivo que visita
las farmacias con bastante frecuencia. Y no te rías muy alto. Por dos razones:
una, porque te queda poco; dos, porque desgraciado tú si no llegas a esta
placentera etapa en la que me hallo. Por cierto, el citado doctor me sopló que
él no se vacuna contra la gripe ni de coñas. Hasta ahora yo tampoco lo he
hecho, aunque conozco algún compañero que sí lo hizo y… más nunca.
Y ese virus
que anda –jamás vuela, salta o brinca, siempre anda– es el causante de todas
las jaquecas y enfermedades habidas en estos últimos tiempos. Te duele la
cabeza o el estómago; sientes escalofríos; estás decaído; te entran diarreas,
vómitos o vértigos… el virus que anda. Tiene que haber hecho el fulano unos
veinticinco mil kilómetros sin apenas despeinarse. Y, además, se ha inmunizado
de tal manera que no hay potingue que lo tumbe. Está fuerte como un toro.
Porque mira que se le ha atacado desde todos los laboratorios y flancos
posibles. Y él sigue ahí, paseándose como si tal cosa.
Sin embargo,
no estaba hoy yo por la labor de enfocar el comentario por la banda sanitaria.
Más bien por el costado de la política. Y he escrito, aposta, lo de costado por
aquello de costilla. Porque aparte de la ingente cantidad (de personas humanas)
que se dedica a tal menester, los sustanciosos sueldos que se asignan, lo poco
productivos que nos salen y ese etcétera más o menos amplio que debe quedar a
la consideración de cada cual, no solo no hemos podido en este sector erradicar
el maldito virus, sino que hace acto de presencia con inusitada frecuencia. Me
refiero, y parece casi obvio, por desgracia, a la corrupción.
En plena
campaña electoral, hace apenas unos días, determinados medios –y no es algo
nuevo– cuestionaban ciertos procederes en la gestión de los convergentes
catalanes, señalando directamente a Pujol y Mas. Los escépticos –y casi todos
lo somos ya– pensaron que se trataba de una de las tantas maniobras, lícitas o
no, que se propagan en tales periodos. Ahora, cuando el resultado ha quedado
visto para sentencia, surgen más escándalos
en aquella Comunidad y que salpican muy directamente a los socialistas.
Cabe la
eterna pregunta, y hasta el momento sin respuesta, de que a dónde vamos a
parar. Es verdad que muchas imputaciones quedan en nada. Pero no es menos
cierto de que algunas acusaciones, puede que demasiadas, acaban en una
sentencia condenatoria. Y es tan variado el capítulo que engloba las diferentes
reacciones de los implicados, que bien podría escribirse un grueso tratado al
respecto. Tan cercano tenemos el caso del que fuera alcalde de Arona, que
podría servirnos de mal ejemplo.
Mi particular
versión, y quizás intuición, me indica que los excesivos tiempos en los
mandatos causan verdaderos estragos en los comportamientos. Parece hacerse
efectiva aquella letra de ‘todos queremos más’. O la avaricia rompe el saco.
Acaban por creerse los dueños y señores de los chiringuitos, los que hacen y
deshacen a su antojo. Y lo peor es que la censura, pena o multa jamás guardará
proporción con el daño causado, quedándonos la impresión de que el castigo
impuesto no redime, en manera alguna, esta sensación de indefensión ante estos
desaguisados, por no escribir otra cosa.
Anteayer vio
la luz un vídeo en que un grupo de jóvenes militantes socialistas madrileños
pedían perdón por los errores cometidos. Hirvieron las redes y fue tema
estrella en las tertulias de los medios audiovisuales. Se dispararon,
obviamente, las conjeturas, y uno que suele husmear aquí y allá, llega a la
conclusión de que, efectivamente, puede haber gato encerrado detrás de la grabación.
Y de ello ser así, volvemos a las andadas, a las maneras clásicas de dirimir
diferencias que ha utilizado el PSOE siempre. Entiendo que si se sigue dejando
pasar el tiempo, con el ánimo de que la herida cierre sola, malos pronósticos
vaticino para esa formación. Y el afer catalán viene, arriba, a profundizar un
poco más el cuchillo. A perro flaco…
Si ustedes
tuvieran la paciencia de leer los numerosos (deben ser varios cientos)
artículos en los que Jesús Manuel Hernández García ha tratado las luchas intestinas
del partido que fundara Pablo Iglesias allá por 1879, coincidirían conmigo en
que no me he apartado un ápice en el planteamiento que aquí he vuelto a
esgrimir. Leí ayer: “El PSOE necesita un baño de humildad para ser creíble”.
Eso lo vengo sosteniendo desde que se lo espeté por vez primera al final de la
década de los ochenta al entonces alcalde portuense Félix Real.
Lo gracioso
(por añadir unos gramos de distensión) de todo esto es que después de múltiples
tajos, sajas y cortes varios, acaban por hacer lo que el sentido común
aconsejaba desde bastante tiempo atrás. Mientras, permanecen. Y comienzan las
tentaciones ante el temor de un posible desembarco. Y abren la mano cuando el
logo es el de un puño cerrado. Y ya no sigo, no sea que el virus, el que anda,
me ataque.
Para mañana
viernes, día de San Andrés, no te prometo que escriba de algo agradable. Pero
te juro que voy a intentarlo, aunque deba ponerme tapones.
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