Perplejito me
hallo. Lo mismo voy a tener que recuperar viejos escritos, publicados o no, y
comenzar a pedir permiso a mis chicos (Pepillo y Juanillo) para pasar estos
meses (hasta mayo) alejado del mundanal ruido político. O dejar la manía diaria
de leer los periódicos. Porque agüita, cómo anda el patio.
Me llama
poderosamente la atención ese concepto, cada vez más de moda, de la intención
del voto. Que ignoro qué validez pueda tener cuando los cambios se suceden a
tal velocidad que mañana ya estamos pensando lo contrario de lo que
argumentamos hoy. Y más en ese campo tan sugerente que ocupan los cargos
públicos, en el que las veleidades son moneda de cambio (y nunca mejor
expresado). Más falsa que la de cinco euros, con o sin retrato de Felipe.
No he tenido
jamás la suerte de que me pregunten al respecto. Y mira que proliferan las
encuestas. Sin embargo, sí que estoy disponible para todos los que se empeñan
en venderme artilugios. O en regalármelos. Menudo enfado agarré hace dos días
con una señorita, muy amable, que pretendía saber qué opinión nos merecía el
agua de abasto público en el municipio. Y no le gustó que le señalara la
dirección del ayuntamiento.
Si tuviese la
inmensa fortuna de que me llamaran para que directamente les indicara a qué
partido votaría en las próximas elecciones (supongamos que en las generales),
les contestaría, ipso facto, que al Partido Popular. Y sería capaz de
repetirles las consignas con las que en cada telediario nos sermonean. Sin
salirse un milímetro de la línea trazada y que nos brinda las bondades de un
gobierno que ha sido capaz de sacarnos de la crisis (lo del paro en enero fue
mero desliz coyuntural) y con la ventaja añadida de hacerlo sin llevar a cabo
el más mínimo recorte en los servicios esenciales: la educación, la sanidad,
las pensiones… Eso no se toca. Cuánto te quiero, Mariano.
Si tuviese la
inmensa fortuna de que al rato de lo acontecido en el párrafo precedente me
llamaran para idéntica cuestión, les respondería, más ipso facto que antes, que
al Partido Socialista. Porque no me trago las sandeces periodísticas de que
Pedro Sánchez no se halla capacitado para timonear la nave y que Susana lo
tiene cogido. Eso, lo tiene cogido. No, que no, no me lo creo. Me cae bien el
nuevo secretario general. Y los tertulianos son muy malos. Dan pábulo a
comentarios interesados porque entienden que ellos son la opinión publica. Y lo
más, a lo sumo, alcanzarán el grado de opinión publicada. Si tienen suerte.
Si tuviese la
inmensa fortuna de que al rato de lo acontecido en el párrafo precedente, y tal
y cual, les espetaría que por Coalición Canaria. Sobre todo, por Ana Oramas. La
que debió acordarse de la mujer de Paulino, la que tuvo de asesora en el
ayuntamiento lagunero, cuando soltó la lindeza de llamar goda a la jueza que
paralizó los mogollones carnavaleros en Las Palmas. Me gusta ese discurso. Al
pan, pan; y al vino, vino. Las cosas, claras; y el chocolate, espeso. Y no por
ello es ese un planteamiento de extrema derecha, como leí por algún lugar. La
diputada no alcanza esos términos. Ni con tacones.
Ya sería el
culmen, el éxtasis, que volviera a sonar el teléfono. No, a los de Podemos, Sí
se puede, Alternativa por la alternancia, Fuera el bipartidismo, Quítense
ustedes, Ahora me toca, Qué quieres tú oír, No dar gongo a cambio de todo y
etc., etc., etc., etc., no los voy a votar jamás. Porque me toman por bobo. Y
tonterías, las justas. Lo haré por Izquierda Unida. Sumergida en una convulsión
tal (ya escribí antes que el PSOE no se queda atrás), que ha equivocado su
táctica salvadora y arremete contra el que no debe. Por estrategias pasadas y
futuras, por pura conveniencia o por razones de afinidad. Algunos se han vuelto
neurasténicos perdidos y no cuentan hasta doscientos o más antes de lanzarse a
emitir opiniones que no se mantienen ni con el pegamento más consistente.
Restan en vez de sumar. Dan alas, como las compresas. Llegarán lejos. Mucho.
Bueno, la
próxima escribiremos de la estimación de voto. ¿O ya lo hicimos en este? Esta
cabeza…
Ya está.
Hasta mañana.
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