Llevo un
tiempo de reflexión. Un viaje y la espera por las negociaciones y posibilidades
de pactos han causado un cierto relajo en la dedicación bloguera. Como ayer se
ha iniciado el verano, retomo una de las temáticas estrella en esta ya larga
trayectoria: la política.
De lo mejor
que he leído en estos últimos días acerca de la tan cacareada renovación
orgánica del Partido Popular, te da buena idea la ilustración que acompaña el
comentario de hoy lunes. Comprobarán que se trata de una reforma muy profunda.
Otra más de las que nos tiene mal acostumbrados su ilustrísimo presidente. Del
que existen múltiples instantáneas gráficas circulando por este vasto
territorio virtual y a las que estuve tentado por recurrir a más de una harto
significativa. Porque la cara, eso dicen, siempre es el espejo de un algo
interior que parece mover el organismo a su dictado. Aunque, a fuer de sincero,
en Rajoy es mucho más habitual que en cualquier otro humano a semejante.
Si los que
Mariano va a acometer en el seno de su gobierno son de características
similares, deberá esperar sentado a que surtan los efectos pretendidos. Si
entiende que sustituir algunos caretos por unos rostros sin arrugas aparentes y
adornados con marchamo de modernismo en comportamientos, hablares y decires,
aviados están. Como si cambiar la carrocería del coche, sin tocar sus
destartalado motor, fuese el agua milagrosa que les brinde andares placenteros.
Meros recauchutados y lavados de imagen que a nada conducen.
Mientras el
conductor, de los de la antigua usanza o escuela, siga empeñado en cambiar de
marchas con un embrague en pésimas condiciones (incluso con el motor gripado,
parodiando a uno de sus recientes fichajes), me temo que al vehículo no lo
salva ni… Iba a escribir Fernando Alonso, pero me arrepentí. Y a los hechos me
remito.
Como este
pasado sábado estuve en la casa de un buen amigo echándonos unos vasos de vino
y unos excelentes condumios y allí se contaron, como en toda reunión al uso,
unos buenos chistes, me acordé de uno para reforzar el contenido de este primer
mensaje veraniego.
Fue una
señora, elegante y bien dispuesta, a confesarse. Tras los prolegómenos
rituales, inició su perorata.
–No sé lo que
me ocurre, Padre, cuando paso por un hombre de buen ver. Se me ‘enciende’ el
organismo, me sube la temperatura y siento enormes deseos de cometer un
gravísimo pecado mortal. Me pueden los deseos de manera irresistible. ¿Me
salvaré, Padre?
Al otro lado
de la rejilla del confesionario, apenas el susurro de una respiración que se
antojaba normal. Pero no hubo respuesta alguna.
–Ayer mismo,
Padre, cuando el panadero procedía a dejarme la barra de siempre, se agolparon
tantos pensamientos libidinosos que el cerebro parecía un caldero en
ebullición. Y es muy difícil, luego, que esos calores se disipen. ¿Me salvaré,
Padre?
Ante la nueva
callada por respuesta, creyó la moza que la respiración de su interlocutor
comenzaba una ligera perturbación.
–Ante la
duda, Padre, de venir a contárselo a usted, el cura de mi parroquia, le
confieso que pasé antes por la otra iglesia y al ver la elegancia del nuevo
sacerdote, tan joven, tan apuesto, con esos ojos que parecen atravesar lugares
prohibidos, percibí, una vez más, esa rara sensación de sofoco que… ¿Me
salvaré, Padre?
Esta vez sí.
No se trataba de mera suposición. Era una realidad como la copa de un pino. Por
los minúsculos rombos (muchos más que aquellos dos que indicaban la
peligrosidad de la película emitida) se captaba nítidamente un resuello
incontrolado. No se atisbaba la presencia de humo, pero casi.
–¿Está usted
ahí, Padre? ¿Me ha escuchado? ¿Me salvaré, Padre?
Una especie
de jadeo insatisfactorio proveniente de aquellas tenebrosas interioridades del
receptáculo acompañó la sentencia:
–Te salvas
porque son las seis y veinticinco y tengo misa a las seis y media, que si no…
Y con unos
pasos precipitados, amén de unos ininteligibles sonidos, que señalaban el
abandono del incómodo asiento, se dio por concluido el acto de la supuesta
penitencia que no tuvo siquiera la purga de unos avemarías.
Mariano no va
a tener, entiendo, la misma suerte que la protagonista del cuento. No lo
salvará la campana porque ya se ha excedido su periodo de amortización. Los
espejismos de mayorías en algunas instituciones, más debidas a campañas
engañosas de publicidad y coyunturas estructurales que de valías personales,
acabarán, asimismo, por desmoronarse. El cambio no pasa por mudar de aires sino
por mandarse a mudar. Idéntico panorama hay en Canarias, donde un ambicioso
alcalde sigue tejiendo su trama.
Hasta mañana.
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