Y la luz se
hizo. En el palacete de doña Esperanza Aguirre. Qué suerte. Qué inmensa suerte.
Qué cara. Qué tremenda cara.
Quería opinar
hoy de los fichajes ‘eléctricos’ de las formaciones políticas para atraer el
voto ciudadano este próximo 20 de diciembre. O de los despidos ‘eléctricos’,
como el de Miguel Ángel Aguilar, por criticar a El País en un reportaje
publicado en The New York Times. O de un titular periodístico que no entendí
muy bien cuando leí “Logran curar la leucemia incurable”. Y recordé que hace
unos días perdí un imperdible y aún no lo he encontrado.
Recuerdas que
hace unos días (vaya manera de comenzar un párrafo igual que finalicé el
anterior) comenté que era necesario hacer un máster para descifrar la nueva
factura eléctrica. La de los contadores inteligentes. Algo inaudito en una
sociedad de torpes (me incluyo). Pero este problema no debe preocupar lo más
mínimo a la señora Aguirre. Sí, la que se fue y después volvió. Como la luz,
sin necesidad de buscar otros ejemplos.
Desde el año
2003, célebre por el “Tamayazo” que la encumbró a la presidencia de la Asamblea de Madrid, la
señora condesa, doña Esperanza Fuencisla Aguirre y Gil de Biedma, miembro (que
no miembra) de una línea genealógica entroncada con la alta burguesía de la
sociedad madrileña, no paga la luz de su modesto hogar, de su humilde casita.
Del chozo, vamos, en canario, pa´entendernos.
Entre 200 y
300 euros mensuales se estima el importe de cada factura. Y como las nuevas
autoridades comunitarias han cerrado el grifo, más que nada por incordia, viene
a resultar que ya se acumula una deuda de más de 5.000 euros. Que viene a ser
peccata minuta respecto al montante total de lo que los madrileños (y todos los
españoles) han abonado desde el mencionado 2003. A saber, unos 30.000
euros, céntimo arriba, céntimo abajo.
La condesa
atropelladora de motos policiales manifestó, bastante compungida, allá por
2006, que no llegaba a final de mes. Y que, sobre todo, llevaba muy mal el
recibo de la electricidad. Y tan mal, caradura.
Doña
Esperanza es persona de armas tomar. Cuando se aúpa en el burro, hay que actuar
con un regimiento de infantería para bajarla. Sostiene que no debe un euro. Que
la cantidad que se reclama nada tiene que ver con su casa. Y sugiere que debe
ser el gasto de la garita de la guardia civil. Porque Fuencisla dispone de
protección por haber sido alto cargo en su momento. Y en el cuartucho (el
despectivo va por el tamaño) de seguridad deben existir millones de bombillas,
miles de cámaras de seguridad, cientos de pantallas, decenas de focos y un
ejército de tricornios. Siempre encendidos, consumiendo vatios, o julios por
segundo, a destajo. Solo conozco un caso en el que el flujo de electrones es
tan dinámico: la casa del señor Soria, ministro del ramo y defensor acérrimo de
las energías renovables.
Mientras, la
compañía que les suministra la corriente, Endesa, solo ha ganado 1206 millones
de euros en los primeros nueve meses del año. A pesar de haber vendido el
enorme tinglado que poseía en los países del continente americano. Y como de un
conflicto entre ricos poderosos se trata, bien hace en demandar a la señora Gil
de Viedma. Porque pagar a tanto consejero delegado no es moco de pavo. Desde la
enorme distancia de esta Canarias alejada y ultraperiférica, sugiero
humildemente que la operadora contrate, que escribo, enchufe a la deudora y en
todo caso detraiga de la generosa asignación esos diez billetes de quinientos
euros, motivo y razón de ser del conflicto.
A la guardia
civil, un ruego: Hagan el favor de apagar la luz cuando salgan al patio que con
los focos de fuera tienen bastante. Y cuando vayan al baño, con la del techo es
suficiente. Y no conecten los cuatro televisores al tiempo, que todos los
telediarios dicen lo mismo. Tampoco es cuestión de tener Telecinco desde los claros
del día.
Doña
Esperanza Aguirre y demás hierbas aromáticas: Tiene usted unos morros que se
los pisa. Y líbrenos el Espíritu Santo de sus no disimuladas aspiraciones para
suceder al Mariano. Como alcance el objetivo, se nos funden los plomos. O se
nos quema el interruptor de control de potencia.
Concluyo
estas líneas el día de San Martín (11 de noviembre). Al tiempo fui redactando
la décima número 315, que la dediqué a mi nieto (por llamarse Martín y por
cumplir ocho meses). Pero esa se queda en la intimidad familiar, salvo que Isa
o Adolfo me llamen para publicar, junto con Pepe Herrera (y así embarcamos a
Linares), un libro de espinelas. ¿Cómo? ¡Ah!, vale, la poesía no vende.
Hasta mañana.
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