–Lo dejo,
Adolfo, no puedo seguir soportando estas terribles presiones sobre mis sienes,
que me atenazan, me comprimen, me sujetan, me dejan hecho un asquito –decía
Manolo en un receso, el tercero, de aquella importante reunión en el local
‘secreto’ de Las Llanadas– y se lo achaco a tanta nimiedad, al escuchar
peticiones insulsas de unas gentes que no se merecen un alcalde como yo. El
pueblo se me queda chico. Yo necesito volar más alto. Mi espíritu aventurero se
anquilosa por momentos. Sabes que idolatro a José Manuel, su prestancia, su
forma de estar, su manera de actuar, su elegancia al mentir, su verborrea
pausada. Añoro aquel breve periodo de mi estancia madrileña en el Congreso.
–Eso ya lo
hemos hablado en el seno del grupo. Y somos conscientes de tus legítimas
aspiraciones. Es más, no vamos a poner impedimento alguno cuando tú decidas,
con la libertad que te caracteriza, alzar el vuelo en busca de otras corrientes
de aire que te conduzcan al lugar que tan bien te mereces. Sabemos que el
pueblo siempre lo van a seguir siendo. Que no progresa la mente vecinal en
proporción directa al desarrollo neuronal de tus altísimas capacidades. Pero
aguanta estoicamente unos meses. Delega en mí cuanto creas menester y
desarrolla la actividad orgánica con total desahogo. Aquí estamos nosotros, al
pie del cañón.
–No sé, deja
pasar estos días en familia y adoptaremos una medida cuando las luces navideñas
se apaguen hasta el próximo año, salvo las que dejaremos en San Agustín para
los carnavales. Por cierto, los comerciantes de Toscal-Longuera no quedaron
satisfechos con aquellos churros que pusiste.
–¿Cómo que
puse? –soltó iracundo el primer teniente de alcalde, al que se le encendieron
todos los colores del arco iris, cuyo semicírculo perfecto, y duplicado, quedó
reflejado en ambos cristales de sus pequeñas gafas–. El que haya presidido la
reunión para concretar las acciones de estas fiestas, no quita que la acción
colegiada del equipo esté presente en cada rincón y en cada instante de nuestra
gestión. Creo que a Isa no le va a gustar ese tinte de desconfianza hacia
nuestro quehacer.
–Desde que se
inició el proceso electoral, tras la convocatoria y disolución de las Cortes
por nuestro estimadísimo Mariano, a quien Dios guarde y cuide durante
muchísimos años más, regreso a casa a las tantas de la noche, cansado de las
agotadoras jornadas, y no hago más que observar quejas en mi Twitter y en mi
Facebook. Sé que son expuestas sin argumentación alguna por aquellos, pocos,
menos mal, que entienden que el partido que tan dignamente representamos puede
perder apoyos ciudadanos por deslices y mariconadas que se nos van de las manos
sin darnos cuenta. Pero ustedes…
–¡Ah!,
¿ustedes? Qué bonito. ¿Tú quieres que me dedique únicamente al urbanismo? Pues
me pongo a ello sobre la marcha. Haré unos cursillos del estilo de los que
realizó Laura con Hacienda, que los pague el ayuntamiento, me encierro en mi
despacho y a planificar un pueblo bonito, un pueblo con encanto, un pueblo que
se dirija al futuro con horizontes de esperanza, con salidas y entradas que
dignifiquen, sin colapsos, con unas conexiones hacia la autopista dignas de una
población de cuarenta mil habitantes. Y todo eso lo haré si no me distraigo en
los cometidos que te corresponden, por los que cobras y que te pagamos religiosamente.
No olvides que en mi condición de Licenciado en Bellas Artes me siento capaz de
diseñar un planeamiento que nos devuelva el prestigio y nos sitúe en el
contexto de las ciudades modernas, sin olvidar que la conservación del
patrimonio histórico debe erigirse en seña de identidad. Y que tú, por tus
evidentes relaciones y connotaciones con el mundo empresarial, también de la
construcción, prefieres que el tiempo, inexorable cuentadante, actúe cual
termita en la noble tea.
–Échate otro
vasito, Adolfo. Relájate. Ponte cómodo y no te alteres. Sabes que los nervios
juegan malas pasadas. Mi único objetivo hacia tu persona es que vayas
aprendiendo, fogueándote y adquiriendo los mimbres suficientes. Ya te queda
menos para que agarres el timón de mando. Sabes, al igual que yo que todos
tenemos deseos inconfesables, pero entre nosotros basta con una mirada. Revelarte
la intención de abandonar esta plataforma para subir otros peldaños, es prueba
inequívoca de que no te cierro puertas, al contrario, mis pretensiones te
convienen. Y una vez haya dado el salto, podrás acometer los cambios en las
concejalías, y personal de confianza, que guardas planificados en ese recóndito
lugar de tu privilegiado cerebro. Al que solo le falta una pizca de ambición.
Pero no todo se puede poseer. Somos pocos en este mundo de la política los que
disponemos de esa capacidad, mejor, habilidad para hacer previsibles los
futuros inciertos.
–¿En serio,
Manolo? O sea que en enero ya podré ocupar definitivamente el sillón. ¿Antes o
después de San Vicente? Es que me hace ilusión portar el bastón. Ya me veo por
El Cantillo, bajo la atenta mirada del vecindario… ¿De verdad, Manolo?
Un retortijo
inoportuno había causado la ausencia de Domínguez por motivos fisiológicos más
que obvios. Cuando Siverio se dio la vuelta se tropezó con Domingo que traía
una nueva jarra de vino. No aquel azufrado de épocas idas, no, un verdadero
jugo de lo que da la uva.
Ambos
sonrieron. Se sonrieron.
–¿Y Manolo?
–preguntó el recién llegado.
–Fue a
evacuar otra consulta. ¿Tú pusiste en el cuarto de baño las varias decenas de
papeles con las delegaciones en forma de decretos y desenroscaste la bombilla?
Otras
sonrisas. De complicidad.
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