martes, 19 de enero de 2016

Degradación

Este pasado fin de semana se produjo en Valverde (El Hierro) un lamentable espectáculo en el que se vieron involucrados varios luchadores del Arguama (Candelaria), equipo que horas antes había disputado en El Pinar un encuentro del vernáculo deporte que transcurrió, dicen las crónicas, dentro de los cánones de la más absoluta normalidad. Pero las copas, parece ser, allá a las tantas de la madrugada en la capital herreña, villa fría donde las haya, comenzaron a calentar los ánimos. Y se armó la marimorena en la cuna de la lucha canaria, en el solar de insignes bregadores que tanto brillo aportaron al engrandecimiento del deporte canario por antonomasia.
Cuando me enteré, sentí una tristeza enorme por esta degradación moral. Que se agrava por el entorno en el que se desarrolla. Y me vinieron a la memoria recuerdos de los inicios del C.L. Atlante, hace casi unas cinco décadas en el barrio realejero de Toscal-Longuera. Mejor, en El Toscal, que en aquel entonces se hallaba bien diferenciado de La Longuera y cuyo límite se marcaba en la Casa Azul.
Como me tocó alcanzar unos buenos talegazos en la práctica del mismo –creo haberlo contado en anteriores ocasiones–, entiendo que estos acontecimientos provocados por ¿deportistas?, aunque sea fuera de la propia competición, flaco favor hacen a una disciplina que se caracteriza por otros nobles valores. Estimo en gran medida la rápida y contundente acción del club de apartar a los dos más destacados protagonistas del circo montado en las calles de Valverde por tan indigno comportamiento. Hubo mucho más que palabras. Corrió la sangre, y no exagero, por la tranquila y sosegada localidad.
Me vino a la memoria que el 21 de marzo de 1983, en un improvisado terrero ubicado en el inmenso solar que albergaría luego el colegio público, reaparecía el equipo antes mencionado, tras un período de baja en los torneos y después de haber realizado un periplo por diferentes espacios (La Gorvorana, la Media Cuesta, Los Potreros).
Tuvimos la oportunidad e inmenso placer de dirigir unas palabras al respetable público a través de aquella megafonía que hoy constituiría una pieza de museo. Allí, en aquella noche, dijimos:
“Al igual que en la primavera nuestros campos se tornan más bellos y hermosos, al igual que en la primavera, dice el refrán popular, la sangre se altera, quiere, asimismo, el Atlante, en esta su segunda etapa, alterar la fisonomía del barrio y darle un nuevo aliciente.
Que los días de luchada vengan a ser los motivos de acercamiento en torno a un objetivo común. Que los aplausos que siguen a una agarrada sean no solo un estímulo para los bregadores, sino el clamor que inunde a todos y cada uno de los rincones del barrio.
Bien es verdad que nuestras limitaciones son muchas. Que sabemos de antemano que por diferentes razones, que a nadie pueden ni deben escapar, no podremos aspirar a realizar una primer temporada con la brillantez que todos desearíamos. Como muy bien todos sabemos, las novatadas se pagan y aunque el Atlante no es un club neófito en estas lides, se encuentra con un plantel de luchadores, mezcla de veteranía y juventud, al que hay que dar un plazo prudencial para su puesta a punto.
Mas no por ello va a disminuir nuestro empeño para forjar un equipo que con el paso del tiempo vuelva a brillar como lo hizo en su anterior singladura, cuando paseó con orgullo su nombre por todos los terreros de la geografía insular, incluso allende nuestra fronteras y cuando por sus filas pasaron grandes hombres que han aportado a la lucha canaria todo su saber y todo su ingenio para que el vernáculo deporte arraigase en las entrañas del pueblo como una muestra de su hidalguía y su nobleza.
Que el genio, la destreza y el valor, parodiando la canción, vengan de nuevo en este terrero a demostrar que entre todos, directivos, luchadores y afición, formando una gran piña en torno a esos nobles ideales, podamos llegar a metas más ambiciosas, teniendo siempre por lema, ante todo y sobre todo, la deportividad.
Y no queremos dejar pasar esta ocasión sin hacer un llamamiento a la juventud ya que en ella tenemos depositada toda nuestra confianza para un futuro inmediato. Que este juvenil que ahora empieza a competir sea el molde forjador de grandes luchadores.
Que el desánimo no cunda a pesar de las primeras caídas pues solo llegarán a la cima los que superen los avatares en contra. Que el estrechón de manos con que comienza cada agarrada venga a simbolizar la leal competencia entre unos hombres que defienden unos colores”.
Concluida aquella brillante fase del Atlante, uno apenas siguió esta disciplina deportiva en las retransmisiones televisivas. Y acabé aburriéndome cuando aquellas tremendas moles de muchísimos kilos se asentaban (se adherían, mejor) en la arena y dejaban transcurrir los minutos hasta que el árbitro los eliminase por amonestaciones o concluyese el tiempo reglamentario. O, también, al comprobar cómo el gesto noble de tender la mano al caído iba desapareciendo porque había primero que pavonearse ante la afición por la hazaña llevada a cabo. O por las protestas airadas al árbitro de la contienda ante una revuelta o una decisión dudosa. Con estos mimbres del deporte profesionalizado, donde prima el resultado en aras de un sueldo o de una ficha, no me extraña que ocurran hechos como el acaecido en la Isla del Meridiano.
Me concedo una segunda licencia para reproducir el contenido de un tema que compuse tiempo ha, y que grabó la Agrupación Folclórica de Higa (La Perdoma) –creo que también ya lo cité en otra ocasión–, y que puede sintetizar el sentimiento que debe rodear siempre esta disciplina deportiva. Siquiera para honrar la memoria de quienes mucho aportaron y que unos energúmenos, parece, quieren cargarse: Isla de luchadores.
Una primera parte, recitada:
“El Hierro, pequeña, avanzadilla en la mar Océana, que se alonga por Orchilla a las tierras de promisión; faro de la despedida, pero también de la añoranza, de la esperanza por retornar algún día.
El Hierro, la antigua Hero, la fuente del mítico Garoé, isla de la soledad que une, isla del Meridiano Cero al decir de Ptolomeo.
El Hierro, la isla de las sabinas doblegadas por el alisio, árbol viejo y de formas caprichosas, que se retuercen tumbadas y abatidas buscando el socaire en las alturas de La Dehesa.
Y arriba, muy arriba, las nubes que se abrazan a las cumbres configurando la techumbre preñada de humedad. Sobre ellas, el azul infinito.
Abajo, la nobleza, la hidalguía, la isla de los hombres de noble lid y generosas y amplias miras. Porque El Hierro es, además, isla de luchadores”.
Y unas coplas que conforman una Berlina:
“De tierra tan pequeñita, / última que vio Colón, / han salido grandes hombres, /orgullo de esta región.
El Hierro goza de fama / por ilustres luchadores, / caballeros de valor, / merecen nuestros honores.
Ramón Méndez y Machín, / El Chorizo y El Piñero / se batieron con honor / en la arena del terrero.
En la Hoya del Morcillo / yo bregué con Barbuzano, / me pegó fuerte cadera / nada más soltar la mano.
Ya comienza la luchada, / la gente en la grada espera, / para ver cómo se agarra / el Pollito de Frontera”.
A perdonar la extensión, pero, como canario, me siento en la obligación de tapar las vergüenzas de estas maneras indeseables. Hasta mañana. Y siempre, limpieza en la mirada.

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