Este pasado
fin de semana se produjo en Valverde (El Hierro) un lamentable espectáculo en
el que se vieron involucrados varios luchadores del Arguama (Candelaria),
equipo que horas antes había disputado en El Pinar un encuentro del vernáculo
deporte que transcurrió, dicen las crónicas, dentro de los cánones de la más absoluta
normalidad. Pero las copas, parece ser, allá a las tantas de la madrugada en la
capital herreña, villa fría donde las haya, comenzaron a calentar los ánimos. Y
se armó la marimorena en la cuna de la lucha canaria, en el solar de insignes
bregadores que tanto brillo aportaron al engrandecimiento del deporte canario
por antonomasia.
Cuando me enteré,
sentí una tristeza enorme por esta degradación moral. Que se agrava por el
entorno en el que se desarrolla. Y me vinieron a la memoria recuerdos de los
inicios del C.L. Atlante, hace casi unas cinco décadas en el barrio realejero
de Toscal-Longuera. Mejor, en El Toscal, que en aquel entonces se hallaba bien
diferenciado de La Longuera
y cuyo límite se marcaba en la Casa Azul.
Como me tocó
alcanzar unos buenos talegazos en la práctica del mismo –creo haberlo contado
en anteriores ocasiones–, entiendo que estos acontecimientos provocados por
¿deportistas?, aunque sea fuera de la propia competición, flaco favor hacen a
una disciplina que se caracteriza por otros nobles valores. Estimo en gran
medida la rápida y contundente acción del club de apartar a los dos más
destacados protagonistas del circo montado en las calles de Valverde por tan
indigno comportamiento. Hubo mucho más que palabras. Corrió la sangre, y no
exagero, por la tranquila y sosegada localidad.
Me vino a la
memoria que el 21 de marzo de 1983, en un improvisado terrero ubicado en el
inmenso solar que albergaría luego el colegio público, reaparecía el equipo
antes mencionado, tras un período de baja en los torneos y después de haber
realizado un periplo por diferentes espacios (La Gorvorana, la Media Cuesta, Los
Potreros).
Tuvimos la oportunidad
e inmenso placer de dirigir unas palabras al respetable público a través de
aquella megafonía que hoy constituiría una pieza de museo. Allí, en aquella
noche, dijimos:
“Al igual que
en la primavera nuestros campos se tornan más bellos y hermosos, al igual que
en la primavera, dice el refrán popular, la sangre se altera, quiere, asimismo,
el Atlante, en esta su segunda etapa, alterar la fisonomía del barrio y darle
un nuevo aliciente.
Que los días
de luchada vengan a ser los motivos de acercamiento en torno a un objetivo
común. Que los aplausos que siguen a una agarrada sean no solo un estímulo para
los bregadores, sino el clamor que inunde a todos y cada uno de los rincones
del barrio.
Bien es
verdad que nuestras limitaciones son muchas. Que sabemos de antemano que por
diferentes razones, que a nadie pueden ni deben escapar, no podremos aspirar a
realizar una primer temporada con la brillantez que todos desearíamos. Como muy
bien todos sabemos, las novatadas se pagan y aunque el Atlante no es un club
neófito en estas lides, se encuentra con un plantel de luchadores, mezcla de
veteranía y juventud, al que hay que dar un plazo prudencial para su puesta a
punto.
Mas no por
ello va a disminuir nuestro empeño para forjar un equipo que con el paso del
tiempo vuelva a brillar como lo hizo en su anterior singladura, cuando paseó
con orgullo su nombre por todos los terreros de la geografía insular, incluso
allende nuestra fronteras y cuando por sus filas pasaron grandes hombres que
han aportado a la lucha canaria todo su saber y todo su ingenio para que el vernáculo
deporte arraigase en las entrañas del pueblo como una muestra de su hidalguía y
su nobleza.
Que el genio,
la destreza y el valor, parodiando la canción, vengan de nuevo en este terrero
a demostrar que entre todos, directivos, luchadores y afición, formando una
gran piña en torno a esos nobles ideales, podamos llegar a metas más
ambiciosas, teniendo siempre por lema, ante todo y sobre todo, la deportividad.
Y no queremos
dejar pasar esta ocasión sin hacer un llamamiento a la juventud ya que en ella
tenemos depositada toda nuestra confianza para un futuro inmediato. Que este
juvenil que ahora empieza a competir sea el molde forjador de grandes
luchadores.
Que el
desánimo no cunda a pesar de las primeras caídas pues solo llegarán a la cima
los que superen los avatares en contra. Que el estrechón de manos con que
comienza cada agarrada venga a simbolizar la leal competencia entre unos
hombres que defienden unos colores”.
Concluida
aquella brillante fase del Atlante, uno apenas siguió esta disciplina deportiva
en las retransmisiones televisivas. Y acabé aburriéndome cuando aquellas
tremendas moles de muchísimos kilos se asentaban (se adherían, mejor) en la
arena y dejaban transcurrir los minutos hasta que el árbitro los eliminase por
amonestaciones o concluyese el tiempo reglamentario. O, también, al comprobar
cómo el gesto noble de tender la mano al caído iba desapareciendo porque había
primero que pavonearse ante la afición por la hazaña llevada a cabo. O por las
protestas airadas al árbitro de la contienda ante una revuelta o una decisión
dudosa. Con estos mimbres del deporte profesionalizado, donde prima el
resultado en aras de un sueldo o de una ficha, no me extraña que ocurran hechos
como el acaecido en la Isla
del Meridiano.
Me concedo
una segunda licencia para reproducir el contenido de un tema que compuse tiempo
ha, y que grabó la Agrupación Folclórica
de Higa (La Perdoma)
–creo que también ya lo cité en otra ocasión–, y que puede sintetizar el
sentimiento que debe rodear siempre esta disciplina deportiva. Siquiera para
honrar la memoria de quienes mucho aportaron y que unos energúmenos, parece,
quieren cargarse: Isla de luchadores.
Una primera
parte, recitada:
“El Hierro,
pequeña, avanzadilla en la mar Océana, que se alonga por Orchilla a las tierras
de promisión; faro de la despedida, pero también de la añoranza, de la
esperanza por retornar algún día.
El Hierro, la
antigua Hero, la fuente del mítico Garoé, isla de la soledad que une, isla del
Meridiano Cero al decir de Ptolomeo.
El Hierro, la
isla de las sabinas doblegadas por el alisio, árbol viejo y de formas
caprichosas, que se retuercen tumbadas y abatidas buscando el socaire en las
alturas de La Dehesa.
Y arriba, muy
arriba, las nubes que se abrazan a las cumbres configurando la techumbre
preñada de humedad. Sobre ellas, el azul infinito.
Abajo, la
nobleza, la hidalguía, la isla de los hombres de noble lid y generosas y
amplias miras. Porque El Hierro es, además, isla de luchadores”.
Y unas coplas
que conforman una Berlina:
“De tierra
tan pequeñita, / última que vio Colón, / han salido grandes hombres, /orgullo
de esta región.
El Hierro
goza de fama / por ilustres luchadores, / caballeros de valor, / merecen
nuestros honores.
Ramón Méndez
y Machín, / El Chorizo y El Piñero / se batieron con honor / en la arena del
terrero.
En la Hoya del Morcillo / yo bregué
con Barbuzano, / me pegó fuerte cadera / nada más soltar la mano.
Ya comienza
la luchada, / la gente en la grada espera, / para ver cómo se agarra / el
Pollito de Frontera”.
A perdonar la
extensión, pero, como canario, me siento en la obligación de tapar las
vergüenzas de estas maneras indeseables. Hasta mañana. Y siempre, limpieza en
la mirada.
No hay comentarios:
Publicar un comentario