Puede que te
haya causado sorpresa el titular. Quizás estés pensando que me equivoqué y
cambié una a por una e: Qué pena. Pero no, has leído bien. Y te lo intentaré
explicar:
Ayer por la
mañana, antes de que Manolo me llamara ignorante cuando leyó la propuesta para
buscar los 140.000 euros que debe aportar el ayuntamiento al denominado plan de
empleo, y después de caminar un rato (poco, la verdad, de mi casa a La Montaña y regreso), me
sorprendió determinada información (curiosidad, eco de sociedad, suceso,
gilipollez –qué mala leche– o vaya usted a saber) que por razones evidentes de
edad me dejó patinando, como los coches que resbalan en los pasos de peatones a
causa de la pintura barata que compran los ayuntamientos. No, qué va, a ti no
te ha pasado. Te deslizas hasta después de borrado. O no habrás pasado por Los
Barros.
Menos mal que
uno se ha modernizado y tiene a doña Internet para salir de estos casos de
dudas más que razonables. Y sin haber accedido a los cursos de formación de
cualquier fundación bancaria. Uno solito, a base de equivocaciones y errores,
cargándote ficheros y carpetas pero levantándote después de cada tropiezo. Lo
de levantar, aposta.
Parece ser
–qué ignorantón sexual estoy hecho, no pasé de las cuatro reglas (qué mala
leche otra vez)– que pululan tantos entretenimientos en esta faceta del placer,
que algunos excesos pueden causar malas pasadas en lugares que duelen un montón
si los tratas al estacazo. Vamos, como cuando te dan un balonazo en las protuberancias
y te quedas más encogido que un higo pasado. No digamos nada cuando te cogen…
Sigue tú.
En no sé qué
estado de excitación se encontraba cierto individuo lituano que tuvo la infeliz
ocurrencia de colocarse en el órgano humano masculino bautizado como miembro
viril nada menos que cuatro anillos… de acero. Y aquello se le inflamó. Todavía
más, claro. El duro metal no dilató lo suficiente con el calor del volcán en
erupción y lo aprisionó hasta extremos insospechados. Que si es por el cogote,
para entendernos, se asfixia el pobre hombre.
Al no
disponer el equipo médico en el hospital de Denia (Alicante) del instrumental
adecuado, tuvieron que llamar a los bomberos para sofocar aquel fuego inguinal.
Te puedes imaginar la escena. Por muy acostumbrados que estén en urgencias a
las sirenas y luces de las ambulancias, lo del camión (incluidas escalera y
manguera –fuerte mala leche por tercera vez–) tuvo que ser un espectáculo de
órdago. Cómo desfiló esa tropa de galenos improvisados, máquina dremel de
precisión en ristre, con paso marcial a través del quirófano. Dos por el
costado izquierdo y otro para por el derecho. Pues tuvieron que cortar por
ambos lados. No había manera de doblar el acero. Y extraérselos al tirón…
quita, quita.
Como la
temperatura seguía ascendiendo con la delicada intervención, y el paciente
gritaba sin saberse a ciencia cierta si eran orgasmos de dolor o de placer,
hubo que rociar de manera casi permanente la zona en conflicto con suero
fisiológico ante el peligro evidente de una emisión en toda regla. A punto
estuvieron de llamar al amigo Javier Dóniz para que controlara el nivel de
magma y las corrientes de convección.
Todo acabó
felizmente. Cuando nuestro hombre se vio liberado de los malditos anillos, se
prometió que jamás volvería a emular a Saturno. Se conformaría con Mercurio,
más pequeño pero más caliente (por su cercanía al Sol, por supuesto). Y firmó
un acta de reconciliación para, en futuras ocasiones, seguir el manual de
instrucciones al pie de la letra y dejarse de experimentos raros que pudieran
poner en peligro sus ‘compromisos’.
Si hubiese
actuado en consecuencia con las directrices emanadas de las tiendas
especializadas (mi visita a Internet, como antes te señalé, fue muy fructífera;
por si… ja, ja, ja, iluso), el susodicho habría escogido el material y modelo
adecuados a las características físicas (medida, tamaño, grosor) de la pieza objeto del repentino disfrute.
Intuyo, además, que debió olvidar, en el arrebato de locura, el llevar a cabo
la división entre 3,14, algo fundamental, para obtener el diámetro (del
aparato), que debería ser unos milímetros menor que el del otro (aparato) para
que la holgura permita la libre circulación de lo que tenga que transitar. Responde
todo ello a la lógica más elemental y a las normas de tráfico más comunes. Chiquita
lección hubiese impartido mi primo Juan Antonio. Y de atascos sabemos mucho en
esta isla. En Alicante, y a los hechos me remito, de turrones. De los duros.
Habrás
comprobado que no dejo entrever pena alguna en las líneas redactadas. Ya se
sabe que sarna con gusto no pica. No se me ocurre darle consejo alguno al
lituano porque se presta a la rima fácil. Y la décima con mano y ‘trasero’…
Quieto.
Hasta mañana.
No hay comentarios:
Publicar un comentario