El presidente
en funciones miraba extasiado la
Gala de Elección de la Reina del Carnaval santacrucero. Manuel
Domínguez, a espaldas del cuestionado Soria, le había remitido el vídeo del
espectáculo.
–Vaya cómo
tiran estas novillas de semejante carroza –se decía para sí mismo en otro
ejercicio de ensimismamiento (valga la redundancia como la propia palabra
indica)– que les debe pesar un testículo, ji, ji, ji; si van medio cambadas y
ahorita llegan con el jocico al
suelo. Ños, cómo presumo de lenguaje coloquial de mi tierra de adopción.
–Don Mariano,
don Mariano, el CIS nos da ganadores, salvo en Valencia –casi gritaba su
ayudante de cámara entrando en el despacho sin apenas tocar en la puerta. Se le
veía emocionado.
–Tranquilo,
majete; es mi táctica antisistema. Estaba previsto que coincidiera con la
reunión de esta tarde en Génova. Bueno, programado, mejor.
–Pero su
valoración choca bastante con estos excelentes resultados.
–Eso me
importa un pimiento…
–¿De Padrón?
–Qué alegas,
insensato. Eso es material reservado. Piensa en Calahorra. Hay varias
poblaciones con ese nombre en España y en mis viajes lo he descubierto yo
solito.
–Entonces,
señor Presidente, ¿dejo aparcada la mudanza?
–Tú embala,
tú embala. Así despistaremos al Pedrín. Déjalo que persista en su vano intento.
–Hoy se
reunía con Rivera en San Jerónimo.
–¿El Real?
–No, don
Mariano, en el Congreso.
–¡Ah!, es que
con tanta geografía acumulada se me trafullan las neuronas.
–Lo intuyo
muy canario, señor Presidente. ¿Nos vamos unos días a Las Palmas?
–Gran
Canaria, para ser más precisos. No, estoy pensando que esta vez toca Tenerife.
Me invita Manolo, el presidente de aquella isla y alcalde de Los Reflejos,
porque es el alcalde el que quieren que sean los vecinos el alcalde.
–¿No será Los
Realejos, señor?
–Es igual.
Vámonos, que quiero ver estos trajes de cerca. Deben tener mucho trabajo porque
allá no subió el paro.
–Pero hay
murgas, don Mariano, que son como las chirigotas pero con más gente. Y usted no
les cae bien.
–¿Cómo te
atreves? Yo estoy acostumbrado a los reveses. ¿O no recuerdas lo del
helicóptero de Esperanza? ¿O del que me rompió las gafas? Soy un hombre de
aguante y de pelo en…barba. Menuda murga tengo cada viernes aquí con la dichosa
reunión obligatoria. No respetan ni que esté en funciones. Oh, fíjate que
solicitan que vaya a explicar en el hemiciclo no sé qué tontería… ¿Y qué me
habían pedido? Esta cabeza… Pero su Majestad acabará por encargarme que forme
Gobierno, que soy el que más diputados tengo, y la mayoría absoluta de
senadores, y me corresponde el honor… Santa Rita, Rita…
–No la
mencione, por favor.
–¿Le pasó
algo a la alcaldesa de Valencia?
–Ex,
Presidente, ex.
–Claro que
es, te lo estoy diciendo. Este hombre me saca de quicio. Anda, déjame tranquilo
que dentro de un ratito dan el veredicto del jurado.
Se retira
cabizbajo nuestro hombre. Mientras, don Mariano Rajoy Brey, personaje público
de amplias miras y grandes dotes de persuasión, diálogo y consenso, se lleva
tremendo disgusto al no salir elegida su favorita.
Y se dirige al rincón del exilio a pensar. Disciplina que le quedó bien grabada desde los
tiempos algo ya remotos en que la seño lo mandaba con los de tres años a
reflexionar. Y eso hizo:
En esta
próxima reunión debo mostrar firmeza. Tronaré que se acabó. Que ya no se pasa
ninguna (salvo alguna cosa). Pero que tengan paciencia con mi táctica del
desgaste. Que se estalle Sánchez, que caiga en las fauces de las confluencias,
de las marcas blancas. Nos interesa este vacío de poder. Si el Rey (lo pongo
con mayúscula porque así está encerrado en el bocadillo de cavilar) no puede
viajar, que se contenga; aún es joven. No llegaremos al caso belga. Y me queda
la carta de los barones, estadistas, como yo, de tomo y lomo, de los que
llevamos a España en lo más profundo de nuestro corazón y no permitiremos el
más mínimo retroceso en la línea de recuperación que hemos trazado…
Suena el
teléfono. Es una de mis secretarias. Si le dejé una nota para que no me
molestara…
–Sí, Conchi,
dime.
–Lo llama don
Pedro Sánchez, señor.
–¿Y te dijo
para qué me quería?
–Creo que va
a comunicarle que ha alcanzado un acuerdo…
–Pero si en
la ronda de contactos me ha marginado. ¿Cómo es posible?
–… y va a
someterse a la investidura, que me cortó sin acabar.
La secretaria
primera, la preferida, Conchi de toda la vida, escuchó un extraño ruido, como
si se le hubiese escapado el inalámbrico al estimado señor presidente. Colgó y
salió disparada.
La escena que
contempló cuando abrió la puerta del despacho, pues nadie respondía a los
reiterados toques en la elegante puerta de acceso, provocó una contenida y no
menos disimulada sonrisa en su rostro. Don Mariano, subido en aquella mesa en
la que tantos ratos debió plasmar en folios lo que el superior dictaba, saltaba
a la pata coja en increíbles equilibrios mientras gritaba desaforadamente:
–No es
posible, cómo le ha funcionado, si era improbable al 99,99% que la nave llegara
a puerto, si todos los boletos estaban en mi poder, cómo lo ha conseguido… Y se
tiraba de los pelos como un poseso.
–Señor,
señor, don Mariano, se va a hacer daño.
Voló aquella
preciosa figura de porcelana de Imari y se estalló, haciéndose mil añicos, en
el mismo instante en que la secretaria huía despavorida de la habitación. Menos
mal.
…
A lo peor el
cuento se cumple. Cuando tantos agoreros vaticinan lo contrario, Santa Pola, la
notaría o un dorado retiro en el Sur de Gran Canaria también están en el bombo
de la suerte. Sean felices y nos encontramos el lunes. Y a perdonar, pero hay
que sacarle chispa a la vida.
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