Entro en Word 2013. Que me lo instaló mi sobrino Fabián. Pincho
en documento en blanco. Que tengo predeterminado con las siguientes
características: la fuente o tipo de letra es la denominada calibri de cuerpo
(tamaño) 12, alineación justificada, sin sangrías (una manía pecaminosa desde
que abrí el blog), interlineado sencillo y espaciado posterior de 6 puntos. En
el otro ordenador me gustaba la charter BT, que me dejaron los buenos amigos de
Tipografía García, pero me tendré que remediar hasta que vaya a visitarlos
cuando la pata me deje realizar algunos movimientos aún no permitidos.
Y hoy me hallo con idénticas peculiaridades a las del brillante inicio
de este post: completamente en blanco. No me ha animado el que doña Rita Barberá
vaya a ser investigada por el Supremo. Ni que el macrojuicio por el pelotazo de
Las Teresitas hay arrancado en la Audiencia Provincial. Ni las vicisitudes de
IU para que Podemos le ceda un mínimo de protagonismo en el Congreso (se está luciendo
Garzón). He rechazado hace un rato una gentil invitación para colaborar en
cierto periódico digital.
Estoy, en definitiva, cansado y aburrido. Necesito viajar
urgentemente (el destino es lo de menos), pero la imposibilidad física me
atenaza. No estaba acostumbrado a tan largo periodo sin moverme, caminar un
fisco, que me dé el aire. Esto de ir cada día a rehabilitación y comprobar que
los avances son más lentos que una procesión de tortugas, me exaspera. Hasta me
entra cierto pánico por si me vuelvo agrio. Picardía, sí; vinagre, no.
Me encantaría marcharme para El Hierro una buena temporada
porque –lo acabo de escuchar en las noticias de la Autonómica– se acaba de
constituir en algo así como territorio amigo de los burros. Y ahí sí tendría
cabida. Me sentiría como en casa. Entre los míos. Con el debido respeto hacia
los demás que no quieran entrar (en el corral).
Aunque, y lo había leído previamente, en un espacio en el
que habitan unas 10.500 almas existen (datos del Instituto Canario de
Estadística) 8.058 vehículos. Lo que nos debe hacer reflexionar. Porque si
ponía el grito en el cielo con lo que acontece en La Graciosa, esto de la Isla
del Meridiano no se queda atrás. La Frontera, según el padrón de 2015, tiene
una población de 3.926 personas. Y 2.983 vehículos. Valverde, 4.870 y 3.965,
respectivamente. Y el más joven, El Pinar, 1.791 y 1.200.
Si me decido, compraré una huertita y un burro. Seguro que
nos vamos a entender. Cuánto ha hecho este animal por el isleño a través de los
años. No se merece ni siquiera el nombre que le hemos atribuido. Porque de dos
patas habemos muchos más. Y si medimos en ambos el grado de testarudez, no tengo
muy claro qué hará el fiel de la balanza.
Puede que el cuerpo me esté pidiendo un cambio de tiempo. Que
llueva de una vez. Y que el agua se lleve, a ser posible, toda la basura acumulada
en la atmósfera. Sé que aún nos encontramos en la estación veraniega y que
muchos de los que disfrutan sus vacaciones lejos de los agobios de julio y agosto
me tildarán de aprovechado por mi condición de jubileta.
Sí, este verano se me ha presentado de lo más parado que me
he tirado a la cara en estos sesenta y siete de existencia. Un parón que va
para cuatro meses me ha hecho sentirme inútil. Y eso que el recurso de la
escritura me consuela y me llena huecos en esta agenda de gandulismo por
obligación.
Y como mencioné la isla del faro de Orchilla, te cuento que
puse el pie en el Puerto de la Estaca el 5 de agosto de 1967 (sábado). Veníamos
(éramos seis los aventureros) de La Palma en el Santa María de las Nieves. Uno
de los tres ‘santas’ (del Pino y de la Caridad eran los otros) que sustituyeron
a los correíllos y que se movían como una cáscara de nuez. Allí, en una de esas
ventas de antes en la que podías comprar cualquier cosa y, al tiempo, echarte
un vaso de vino con un bocadillo o unos chicharros fritos, nos gastamos 320
pesetas, más de lo que al fondo común le restaba. En el resto de la travesía
hasta Santa Cruz, vía La Gomera, amén de la vuelta al barrio en guagua, tuvimos
que hacer préstamos personales para solventar las telarañas de los bolsillos y
monederos del entonces.
Luego volví, solo, en 1970. Ahí tienes el billete del
retorno en uno de los ‘negros’, el Viera y Clavijo. Tengo anotadas las peripecias
en un cuadernillo de resortes. Con los gastos habidos. Cuando escriba mis
memorias te voy a sorprender con lo que costaba una cena o un almuerzo hace
casi cincuenta años. Y éramos felices. Si reconvierto el importe a euros, lo
mismo no me alcanza para la entrada del cine.
En fin, puede que por haber redactado estas líneas ayer martes
y 13 no me encontrase debidamente inspirado, pero te prometo que voy a procurar
no quedarme otra vez en blanco.
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