El ayuntamiento de mi pueblo nos invita a que presentemos
sugerencias para la rehabilitación de la plaza de Viera y Clavijo. La de
Realejo Alto, para entendernos. La del entorno de la Iglesia de Santiago
Apóstol. La que ha servido de ubicación al ilustre polígrafo nacido en la Calle
del Agua allá por el día de los inocentes de 1731. Eso sí, lo hemos cambiado de
lugar casi tanto como la caja del turrón, que se dice.
No sé si ya se celebró la anunciada reunión en el Círculo
que lleva su nombre. Algo leí al respecto. Con la foto del concejal de
Patrimonio. Uno de los dos, porque en esta villa norteña disponemos de mucho
(patrimonio). Bueno, de las condiciones hablamos, o escribimos, otro día, si te
parece. Y de lo otro (fotos), ni te cuento. Pero como me hallo más atado a la
pata averiada de lo que yo presuponía a estas alturas del año, no puedo acudir
aún a casi nada, salvo a rehabilitación, de lo que acontece por estos lares. Y
que es bastante, no te vayas a creer.
Es por ello que retomo una idea que ya planteé tiempo atrás
cuando gobernaba Coalición Canaria. Amén de haberlo publicado asimismo en varios
foros. Ahora se repite en Pepillo y Juanillo. Lo que significará que ni el más
mínimo caso. Como aquellos versos (dos sonetos, un romance y veinte décimas)
que entregué a cierto edil en 2013, con motivo de los actos que conmemoraron el
segundo centenario de su muerte (Las Palmas), y que ni uno de ellos tuvo cabida
en la amplia agenda desplegada. De ahí el escepticismo. Porque se aparenta
mucha predisposición hacia invitaciones y propuestas, pero deben al final
escocer bastante al provenir de otros sectores.
Y si están escorados a lo zurdo, le aplicamos lo que por Madrid se
atribuye a Sánchez. Visiones.
Las fotografías que ilustran este comentario de hoy señalan la
dirección de los tiros. Como se deberá acometer una reforma en profundidad (las
humedades delatan que las anteriores no dieron el resultado apetecido) y el
insigne ilustrado será, una vez más, bajado del pedestal (el pobre hombre no se
ha marchado caminando por pura vergüenza), invito a que consideren la
posibilidad siguiente:
La plaza, una vez concluida la enésima acometida (en la que,
me imagino, se contemplarán unos servicios públicos con fundamento), pasará a
denominarse de Santiago Apóstol. Por razones obvias. Y estúdiese muy bien si
procede toda la parafernalia de toldos y sillas, o si la cafetería debe
retirarse del lugar. O si lo que está al lado es un parque infantil.
Y vámonos a la entrada del pueblo por El Castillo. Qué
hermosas rotondas para sacarle mayor rendimiento plástico. No sé, pero siempre me
ha gustado una fuente. Y especialistas en la materia, a cientos. Que a buen
seguro se presentarán al pertinente concurso de ideas. Y una bienvenida solemne
a la Villa de Viera. Entorno que presidirá el busto de Perdigón.
Como soy consciente de que magníficas iniciativas, tanto
particulares como de los grupos de la oposición, pasan a dormir el sueño de los
justos, guardo ciertos recelos ante estas llamadas a la ciudadanía. Y es que da
la impresión de que todo lo externo al grupo de gobierno no vale para nada.
Ahí queda. Seguro que alguno de los catorce (a la escondida,
por si acaso peque mortalmente) se entera. Ya sé que los otros siete (seguro,
seis; el otro, tengo ciertas dudas) me leerán. Los más, esbozarán una sonrisa. Los
menos, lo mismo lo piensan.
Y acabo con una de las décimas aludidas unos párrafos más
arriba:
La villa natal de Viera
debe ponerlo en valor,
pues merece tal honor
el genio que aquí naciera.
Su imponente afán debiera
ser por todos conocido,
no dejar en el olvido
que un museo es menester,
en el que prime el saber
de lo que ha estado
dormido.
En El Castillo, la llamada de atención, el reclamo. En la
casa natal, el museo. Y háganme el favor de no tener que recordarles la
sentencia del centenario palmero Leoncio Afonso: “En cien años no había visto
tantos tontos juntos en política”.
Hasta mañana.
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