Lo he vuelto a releer y me he dicho que si no doy a conocer los
antecedentes puede colar por actual. Pero no, lo aclaro, por si acaso. Y como
hay opiniones de gente bien cualificada, y ya pasó ‘el agobio’ de esperar una
calificación, un diploma, un título, me atrevo a publicarlo íntegramente
(también las encuestas, tal cual), pues, quizás, lo mismo alguno ha cambiado de
sentir con el paso del tiempo. Porque a este osado casi viejo no se le ocurrió
mejor asunto, hace algo más dos décadas (era, por supuesto, unos veintitantos
años más joven que ahora), que matricularse de nuevo en la universidad. Tampoco
me puedo quejar: me entretuve, hubo ratos animados y otros no tanto, pasé el
tiempo y este también pasó por mí. Si uno no fuera de pueblo, puede que algo
más de sus inquietudes hubiese visto la luz, pero, bueno, tiempo al tiempo. Les
puedo asegurar que el contenido de las aludidas encuestas es completamente
desconocido. Salvo el destinatario original de este trabajo –el profesor de la
asignatura–, y espero que lo haya leído, y un servidor de todos ustedes,
asiduos de Pepillo y Juanillo (que lo recibirán en ‘fascículos’ para evitar cansancios
e indigestiones), nadie lo conoce. Ahora bien, a partir de estos instantes ya
no respondo. Y en algunos pasajes de más de una respuesta, la crítica
–constructiva, por supuesto– hizo notorio acto de presencia. Sin más…
1. A modo de
presentación
Este trabajo es una consecuencia del sistema de evaluación
continua, al que tuve a bien acogerme en la asignatura de "Periodismo
turístico".
Surgió, como otras tantas cosas, de una manera casual. Mi
pertenencia a un grupo folclórico[1],
que en muchas ocasiones ha tenido la oportunidad de ofrecer su trabajo al
turista, me hizo recapacitar acerca de estos dos conceptos: turismo y folclore.
De ambos existe bibliografía abundante. Más del primero que del
segundo. Pero no se trataba de recopilar cuestiones por separado. Eso ya está
hecho. Fue mi intención –y en esa línea me he dirigido– abarcar aquellos
aspectos que pudieran tener especial trascendencia en la relación que entre
ellos se establece.
Desde aquellos visitantes ilustres (fundamentalmente, ingleses),
que tanto y bien observaron nuestras peculiaridades (Elizabeth Murray, Olivia
Stone, René Verneau...), pasando por Alfred Diston –afincado en Puerto de la Cruz –, hasta la actualidad,
las concomitancias entre folclore y turismo son abundantes.
Había, pues, que indagar, bucear en las fuentes, escritas o no,
que, por una u otra razón, ligaron ese conjunto de creencias, costumbres,
artesanías, etc., tradicionales de un pueblo[2],
con quienes visitan estas peñas esparcidas en la inmensidad del Atlántico.
Es, con toda probabilidad, esa raigambre que me atrae a esta
tierra, vilmente horadada en multitud de ocasiones, sin el más mínimo
escrúpulo, y que tan bien supo reflejar el prologuista de la primera de mis
publicaciones:
Pero, también, con el común denominador de la
mar océana, se detiene en tejidos humanos y en parajes insulares, en los que el
inmenso amor a la tierra y a la identidad del espíritu canario aún no pasan por
la desgracia de la peor de cuantas contaminaciones nos acechan, la del desapego
u olvido de un acervo tan universal como entrañable y peculiar.[3]
Así, acudir a quien pudiera
aportar luz a este trabajo modesto –por escasez y limitación de
tiempo, por falta de profundidad, pero que puede conformar el núcleo de un
posterior y más profundo tratamiento–, fue saciar la sed de
quien deseaba saber algo más, mucho más de una faceta que le gusta, pero que no
domina.
Estudiosos en el campo de nuestras costumbres
y tradiciones los hay, y buenos. Gozamos, merced al esfuerzo de muchos
colectivos, de una estimable documentación. Hemos sido capaces de rescatar
indumentarias, bailes y músicas. Pero eso, aun con ser fundamental, no
satisfacía una curiosidad: el folclore actual, sujeto, para bien o para mal, al
progreso, y que ofertamos al turista.
¿Cómo? ¿Con la frecuencia que sería menester? ¿Respetando la
pureza de la manifestación? ¿Escapando? ¿Adulterando? ¿...?
Las entrevistas realizadas, incluso en el convencimiento de que la
tarea de una asignatura no puede ser el marco adecuado para un trabajo más
profundo, me han aportado un material importantísimo. Son escasas, pero
constituyen una muestra selecta de contraste de pareceres. Y de coincidencias
en facetas bien dispares.
Comenta el profesor de Pablos en el apartado I del programa de la
materia (Objetivos de la asignatura):
Por ese camino, llegamos, igualmente, a la
posibilidad de redactar tesis doctorales sobre turismo, los efectos de su
comunicación, desde la
Facultad de Ciencias de la Información.
Me atrevo a sugerirle que incluya, cara a un nuevo curso
académico, otra lección en el programa: Turismo y folclore. Porque este lo
estamos comunicando a aquel.
De algo de lo folclórico[4]
versa el presente. Desviado siempre –al menos así lo he intentado– hacia su
práctica cara al turista, hacia esa puesta en escena que recrea modos de vida
en un escenario.
Pero esto y algo más, si te atreves a continuar ojeando las
páginas que se te presentan seguidamente, te vas a encontrar. Te insinúo,
cuando menos, echarle una visual, porque algún apartado habrá, que pueda llamar
tu atención.
(Continuará)
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