Estas islas han despertado, desde hace bastantes años –desde
siempre, quizás–, el interés de muchos europeos. Unos han acudido por motivos
científicos, y quedaron, de camino, maravillados ante la contemplación de tanta
belleza (Humboldt, quien hiciera escala en Tenerife el 19 de junio de 1799).
Otros acudieron en busca de un lugar agradable donde poder dar un respiro a su
maltrecha salud[1].
Otros, en cambio, solo por satisfacer su romántico espíritu de aventura.
Esta atracción hacia el Archipiélago se vino a incrementar con las
sucesivas publicaciones de viajes y descripciones geográficas. Podemos citar a
Webb, Berthelot, Murray, Stone, Verneau, entre muchos. Algunos de ellos han
dejado su impronta especial, ya que no solo se limitaron a ser simples
viajeros, sino que fueron testigos directos de costumbres, indumentarias,
tradiciones..., que reflejaron en sus publicaciones, dejando un legado
importante para posteriores investigaciones. Gracias a ellos, que vinieron de
fuera, sabemos hoy en Canarias mucho de nuestro pasado. En los últimos años,
tras un largo período de silencio y oscurantismo, hemos ido recuperando
nuestras señas de identidad. Y nos han ayudado sobremanera, las observaciones,
anotaciones y recopilación de quienes, tiempo ha, hicieron algo más que una
simple visita a estas peñas atlánticas. Fue –ha sido– una base fundamental de
datos, una fuente en la que han bebido gentes preocupadas por rescatar datos de
un pasado que dormía oculto.
Pero este panorama, tan paradisíaco para el europeo, no lo era
para el isleño. Para este su principal preocupación era la subsistencia. Y
debía conseguirla horadando la tierra, su única fuente de alimento. Esa tierra,
que tanta admiración causó a ilustres visitantes, era producto del sacrificio y
abnegación del campesino, que hubo de construir bancales para retener esa
tierra en laderas y pendientes.
Acerca de este turismo del siglo XIX, Benigno Carballo Wangüemert[2]
expresa: Con esta suavidad
de temperatura, con esta riqueza de vegetación, con este
encanto de naturaleza, el Valle de la Orotava ofrece a las familias ricas y
acomodadas de Europa, la primavera y el verano más deliciosos, que en vano
buscarán en ningún país del mundo, en circunstancias comparables a La Orotava;
ofrece a los sanos solaz y recreo, y a los de quebrantada y delicada salud, el
mejor clima para restablecerse, como la experiencia lo tiene demostrado.
Pero el Archipiélago Canario, "al ser región
intercontinental, tierra de paso y nudo de comunicaciones entre el Viejo y
Nuevo Mundo, es un territorio siempre proclive a la afluencia e influencia de
los extranjeros. Todos tienen una importante incidencia en la realidad
histórica y actual de Canarias".[3]
Y como el término folclore nace de la unión de dos viejas palabras
anglosajonas, como muchos extranjeros –en especial ingleses– han sido los
primeros recopiladores de la historia de nuestros ancestros, como la influencia
del turismo es harto notoria, como se dejaba meridianamente claro en la
presentación que la idea del trabajo es establecer concomitancias entre turismo
y folclore, vayan a continuación unas breves pinceladas de las manifestaciones
más conocidas de las costumbres de nuestro pueblo, antes de dar paso al
desarrollo de otros apartados, entre los que, obviamente, habrá de destacar el
comentario de las encuestas que constituyen la base de este pequeño estudio.
El vocablo folclore tiene su origen a
mediados del siglo pasado. El arqueólogo inglés William J. Thoms observó,
estudiando civilizaciones antiguas, que salían a la luz elementos que eran de
difícil definición: aquéllos que no sólo no habían muerto, sino que con el paso
del tiempo habían madurado y en esa evolución adquirieron una gran fuerza vital
y que podrían llegar a desvelar la personalidad de un pueblo. Al no poder encajarlos
en la etnografía, ni siquiera en un posible concepto de
"antigüedades", aglutinó la palabra "folk" (pueblo, grupo
étnico o comunidad) y "lore" (sabiduría, conocimiento, cultura). Es,
pues, folclore: "sabiduría popular", "arte popular",
"cultura tradicional"...
En España se introdujo en 1870, de la mano del catedrático de
Derecho, periodista y literato gallego, Antonio Machado y Álvarez.
No solo es folclore, pues,
lo musical y lo lírico. Debemos incluir en la ciencia folclórica otros temas y
géneros como los festejos (paganos y religiosos), pronósticos del tiempo
(especial referencia a las archiconocidas cabañuelas, tan en boca de nuestros
mayores), ritos ancestrales que aún perviven (rezos de un curandero)... El
folclore es un término que viene a resumir la serie de danzas, cantos, bailes,
leyendas, etc., que dan carácter a un país o a un grupo étnico.
Thoms encontró el término adecuado para definir todas las cosas
antiguas que han llegado vivas hasta la actualidad. La obligación de los
folcloristas –y algo tienen que decir los grupos que a ello se dedican– es
conservar estos valores y convencer de la importancia de ese legado recibido de
nuestros antepasados de una manera natural.
Esa ciencia o sabiduría popular ha podido derivar en muchas
ocasiones por otros derroteros. Hoy prima, quizás, la acepción menos acertada
del término: la del espectáculo que ofrecen determinados colectivos en un
escenario, que explotan aspectos de la cultura tradicional en cantos y danzas,
aprovechando las ayudas de la moderna tecnología.[4]
Y, aunque es la versión más arraigada en la sociedad, este espectáculo nada
tiene que ver con el sentido profundo del folclore.
El folclore es, entre otras cosas, la música que el pueblo ha
ido decantando a través de los siglos.[5]
Es algo bien diferente a la denominada "canción popular", en nuestro
caso, "canción canaria", que se compone en ciertas ocasiones
basándose en los esquemas musicales tradicionales, pero no siempre. Es un
fenómeno relacionado con la industria discográfica y que, aunque tenga una
importancia relativa, no debemos confundir con ese acervo histórico-cultural
que ha llegado hasta nosotros merced al pueblo que celosamente lo guardó.
Por eso, hay que tener sumo cuidado con las denominaciones de agrupaciones
folclóricas a todo colectivo que suba a un escenario con guitarras, timples,
laúdes y bandurrias. Tuve la oportunidad
de leer en un libro hace unos cuantos años que Los Sabandeños es uno de los
conjuntos que con más seriedad y rigor estudia y presenta el folclore musical
canario.[6]
Se podría seguir detallando conceptos acerca de las diferentes
opiniones sobre el origen de la canción y danzas de nuestros antepasados, la
"modernización" del folclore y su mayor difusión debido a los avances
tecnológicos, la labor de rescate y conservación realizada en el interior de
nuestros pueblos (e incluso en las grandes ciudades que se han surtido de un
éxodo rural importante), de las semejanzas y/o enigmas que rodean los aires más
característicos del folclore musical..., pero ese no fue el objetivo trazado.
El desarrollo de los capítulos siguientes pretenderá siempre poner
de manifiesto los vínculos entre turismo y folclore, fundamentalmente haciendo
hincapié en todo aquello que brindamos a quienes nos visitan y que,
desgraciadamente, no cuidamos cuanto sería menester.
(Continuará)
1 Al oeste de Puerto de Puerto de
la Cruz, un poco más allá de Loro Parque y del barrio de Punta Brava, y ya en el término municipal de Los Realejos,
se encuentra el Hotel Maritim. El edificio está enclavado sobre el acantilado
de la "Punta de la Piedra Grande", con una espectacular vista hacia
el oeste (Playa de Los Roques del Burgado).
Lo que tal vez pocas personas saben es que en
ese mismo lugar existió, hace ya muchos años, una posada, o
"pensión", para visitantes en una amplia casa terrera, con tejado de
estilo tradicional canario, propiedad de un tal señor Mederos. Tenía un pórtico
o galería que se extendía a lo largo del costado sur de la casa, es decir, el
orientado hacia la cumbre. Allí la señorita Edith Brown, inglesa y enfermera de
profesión, montó su pensión a finales del pasado siglo. Duró hasta el inicio de
la Primera Guerra Mundial en 1914.
¿Por qué esta pensión para gente enferma en
un lugar algo alejado de Puerto de la Cruz? La explicación viene determinada por
la existencia de una burga –manantial de aguas termales, muy apropiada para
baños curativos– en las proximidades de la edificación.
De la palabra burga debe derivar el nombre de
"El Burgao" o "El Burgado", que es como se conoce al lugar.
Es mucho más verosímil esta postura, que la de otros que sostienen que el
nombre se deriva de los moluscos denominados burgados, ya que estos existen en
todos los lugares de la costa de la isla.
La palabra Burgado aparece en el diccionario
estadístico-administrativo de las Islas Canarias, de don Pedro Olive, publicado
en 1865, en el que dice: "Caserío situado en el término jurisdiccional de
Realejo Alto, partido judicial de La Orotava, isla de Tenerife. Dista de la
cabeza del distrito municipal 3
km . 754
m ., y lo componen 7 edificios de un piso, habitados
constantemente por 9 vecinos y 63 almas" [sic]. Uno de los siete edificios
era, con toda seguridad, la casa que sirvió, años más tarde, para que Miss
Brown montara su pensión.
En el libro "Las Islas Canarias", publicado en Londres
en 1911, Florence Du Cane cuenta la existencia de una rara planta –la
"Statice Arborea"– en la pequeña bahía de Los Roques (Roque Chico y
Roque Grande). Esta pequeña bahía o playa, así como la gran cascada del cercano
lugar de Gordejuela, han pasado a la posteridad merced a las litografías del
artista inglés J.J. Williams. En los tiempos de Miss Brown la escena debió ser
muy similar a lo plasmado en tales litografías. (Datos obtenidos de Austin Baillon. Casa de la Aduana.
Puerto de la Cruz)
5 Diego Talavera. Canarias, folclore y canción. Biblioteca Popular Canaria. Taller
Ediciones JB. 1978
6 Canarias. Editorial Miñón. Valladolid. 1977
No hay comentarios:
Publicar un comentario