4. Y llegaron “los bárbaros”
4.1. Cuando el turismo no era un fenómeno de
masas
Sin embargo,
personas que se tienen por ilustradas en Madrid mismo, confunden las Canarias
con Filipinas y la Habana, así es que, al despedirme en la Corte de España, me encargaron
loros, guacamayos, café, tabaco y otras zarandajas de sus habitantes.[1]
Leyendo uno estas cosas, llega a
comprender por qué estas peñas atlánticas han sido tan codiciadas por los
extranjeros desde tiempo ha, y, a la par, tan olvidadas por quien tenía el
sagrado deber de potenciarlas.
A Canarias
llegó un día
una inglesa
soñadora
que ver el
cielo quería
siempre azul y a todas horas.
Si con un
guanche fue a dar
y comió mojo
picón,
fue de lo
más natural
dejarse aquí el corazón.
Eso dice el cantar popular. Y algo de razón tendrá. La copla la
inventa el pueblo. Y el pueblo algo sabe de estos cruces.
También, es verdad, eran otros tiempos. No había llegado el
momento de las avalanchas. Era todo más idílico. No era conocido aún el término
aculturación. Porque cuando el pueblo se percató de que el contacto con otras
culturas podía implicar alguna consecuencia no deseada, inventó otra copla:
Soy firme
como la palma,
como el
palmito de adentro,
porque la
palma de afuera
se la bambolea el viento.
En este contexto, y solo con un turismo selecto y poco numeroso,
puede explicarse la siguiente aseveración:
Es
incuestionable que el contacto con otras formas de cultura, con gentes de otros
idiomas, contribuye a enriquecer el acervo cultural propio (hay que tener en
cuenta que la mayoría de los que vienen son personas de cierto nivel cultural)[2].
Ya indicaba en la introducción cómo esta encrucijada de caminos
fue convirtiéndose en un destino turístico de primer orden. Pero cuando el
turismo no era aún un fenómeno de masas, este se interesaba por los baños, las
fiestas, el paisaje, el clima, las gentes, los pueblos, la artesanía...
Incluso, husmeando en libros escritos por gentes "de fuera", pero que
hablan, que nos cuentan cosas de "aquí", he podido encontrar un canto
de alabanza hacia nuestra nunca siempre querida "panza de burro", esa
masa nubosa que cubre ciertas zonas de nuestras islas –entre ellas, el Valle de
la Orotava–, y que impide que el sol haga acto de presencia en pleno verano.
Nos la dibuja el observador como un encanto más. Claro, no estábamos todavía
vendiendo sol y playa.
Continuando
nuestra peregrinación vamos a penetrar en el famoso Valle de la Orotava,
antiguamente de Taoro; Valle el más encantador que los ojos vieron, según
expresión del Barón de Humboldt, y en efecto nunca la vista ha podido recrearse
más a su placer que contemplando esta región privilegiada, tanto por su
exhuberante[3] vegetación, cuanto por su suave y uniforme
temperatura de 18º centígrados generalmente; por su cielo casi siempre adornado
de celajes claros y trasparentes en invierno y mitigadores de los rayos
solares; por producirse en él plantas de todas zonas; y más que nada por la
galanura del paisaje, coronado por el gigante de las montañas canarienses[4].
Otro párrafo extraído del mismo libro hace referencia a Puerto de
la Cruz, que es tanto como decir turismo. Lo saco a colación por tener
elementos ya citados en el presente trabajo:
Su temperatura es de 13º a 30º
centígrados. Las aguas frescas y buenas proceden de los manantiales de
Martiánez, Burgado y la empresa de Los Realejos. Es estación climatológica por
la benignidad de su clima; acuden a esta población multitud de extranjeros a
pasar la invernada, especialmente enfermos de las vías respiratorias[5].
Lógico sería imaginar que en esta época de turistas bien avenidos,
de alto poder adquisitivo, de esos que aprovechaban los denominados cruceros
turístico-fruteros con que la "Yeoward Brothers" inició una singular
experiencia, que, con el devenir de los años, elevaría a Puerto de la Cruz a la
más alta cima del turismo mundial, lo que hoy conocemos por agrupaciones
folclóricas serían, en todo caso, simples grupos de tocadores, meras parrandas
que se reunían en cada lugar para practicar los cantos y danzas populares.
Es a partir de los años 30, cuando el mundo del espectáculo y la
industria discográfica pasa a formar parte de la vida cotidiana, cuando los
jóvenes de la burguesía isleña forman agrupaciones de tipo campesino.
Obviamente, para pasar un rato con el rasgueo de un timple y una guitarra, no
para añorar la forma de vida de quien pretendían imitar. Ese espíritu de
solidaridad solo se destapa en muy contados eventos, como en las mal
denominadas romerías, en las que nos atiborramos de colocar telas de araña en
el sombrero para parecer más "magos". Comenzaba a sacarse las cosas
de quicio o, como en la actualidad diremos, de contexto.
Comienza a descubrirse la denominada "canción canaria",
que tanto auge adquiriría con la llegada masiva de turistas y que tantas
discusiones ha suscitado, pero que será objeto
de posterior desarrollo.
Canción
canaria (a diferencia del folclore canario, que es la música popular que nadie
ha inventado y que el pueblo ha ido arrastrando a través de su historia) es un
tema con texto y música inspirada en el folclore (nace con el auge de los
medios de comunicación y la industria discográfica).[6]
Es la que se vende y muchas veces la que nos vende. A veces para
bien, a veces para mal. De este particular algo se trata en las entrevistas.
Tal fue su importancia que, en una visita de la Orquesta de
Instrumentos Populares de la URSS, esta formación nos sorprendió con una
especial versión de "Sombras del Nublo", de Néstor Álamo.
(Continuará)
[1] Cipriano
de Arriba y Sánchez. A través de las
Islas Canarias. ACT. 1993. Página 39
[2] Varios
autores. El Valle de La Orotava. Ayuntamientos del
Valle. 1983. Página 116
[3] Aparece con "h" en el texto
correspondiente. Es transcripción literal.
[4] Cipriano
de Arriba y Sánchez. A través de las
Islas Canarias. ACT. 1993. Página 8
[5] Ibídem. Página 89
[6] Diego
Talavera. Folclore y canción.
Biblioteca Popular Canaria. 1978. Página 58
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