Me caía bien el Papa Francisco hasta ayer. A partir de ahí,
el asunto de las cenizas (en polvo te convertirás) me está haciendo cambiar de opinión.
Porque me huele a meterse en terrenos resbaladizos ante el temor, cada vez más
patente, de pérdida notoria de cuotas de mercado.
El día 9 de mayo de 2012 fuimos mi mujer y yo a la notaría
del pueblo para hacer el testamento. Pero, al tiempo, también se redactó, y
debidamente firmada y registrada está, el acta de declaración de voluntades (o
testamento vital). En ella se recogen los siguientes criterios:
Que si por enfermedad llegara a estar en situación crítica
irrecuperable, no se le mantenga en vida (a un servidor) por medio de
tratamientos desproporcionados o extraordinarios, que no se le prolongue
abusiva e irracionalmente su proceso de muerte y que se le administren los
tratamientos adecuados para paliar los sufrimientos con el máximo ahorro del
dolor, inclusive si con ello se pudiera acelerar el fallecimiento. Con unas
instrucciones sanitarias de no aplicación de medidas, técnicas o terapias en
caso de enfermedad incurable o irreversible.
Y estas otras post mortem:
Deseo que mi cuerpo sea donado a la ciencia y, en su
defecto, incinerado y esparcidas mis cenizas en… [Los puntos suspensivos
pretenden guardar el anonimato del lugar elegido no sea que mis herederos
paguen las consecuencias de tamaño atrevimiento]
Liberar al personal sanitario de toda responsabilidad civil
y/o penal que pueda derivarse para llevar a cabo los términos de la
declaración.
El notario se fio de mí y entendió que aquel cuerpo que le
hablaba era el mío. Y le bastó con mi DNI. No me preguntó qué religión
profesaba ni pidió informes por si había salido del armario la semana anterior.
Cuando yo era mucho más joven que ahora –unos doscientos
años atrás– me enseñaban en las clases de religión que lo que se ‘recuperaba’
después de la muerte era el alma. Pero ha debido cambiar el panorama porque se
necesita también el cuerpo para ese viaje final. No entiendo cómo permite la
iglesia que el proceso de la cremación siga vigente, porque su lógica indica
que tampoco debería estar permitido.
Este nuevo documento (Instrucción Ad resurgendum cum Christo)
indica, además, que se podrá negar el funeral. No se pongan bravos que van a
perder mucha clientela. Después de que el médico certifica que no hay nada que
rascar, todo lo posterior deberá quedar sujeto a la conciencia de cada cual.
La iglesia sigue prefiriendo la sepultura de los cuerpos. Pero
ello choca con los cada vez más acuciantes problemas de espacio y de
salubridad. Y tampoco está, entiendo, asegurado el
recuerdo del difunto con esta modalidad, salvo el día de la novelería en que
acudimos todos en masa. Justifico más la conversión de las cenizas en recuerdo
conmemorativo (allá cada cual) que estas excursiones florísticas por mor del
qué dirán. No me gusta confundir la falsedad con otro tipo de sentimientos.
Las cenizas del difunto, "por regla general, deben
mantenerse en un lugar sagrado, es decir, en el cementerio o, si es el caso, en
una iglesia o en un área especialmente dedicada a tal fin por la autoridad
eclesiástica competente". Sería, intuyo, algo parecido a los casilleros
que contemplamos en las estafetas de correos. Previo pago del canon
correspondiente. Porque la muerte, reconozcámoslo, es un negocio muy rentable.
Con una clientela poco dada a las reclamaciones, con lo que cualquier precio
que se estipule será bienvenido.
No creas que ha ido este comentario por la senda de la falta
de respeto. Nada más lejos de mi intención. De igual manera que jamás osaré inmiscuirme
en creencias ajenas, la iglesia debería ser consciente el profundo cambio
social. Y reducir sus acciones a su ámbito. Sus poderes también tienen
fronteras. Y si ya estoy excomulgado por el uso del derecho a la libertad de
expresión, lo mismo te ahorré un duelo.
Así sea.
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