Cada vez que
escribo acudo al DRAE. Como disponemos ahora de formatos digitales, ya el papel
ni está sobado ni se pone amarillento, cuando no tirando a marrón. Ventajas del
mundo de la internet que te brinda, incluso, las últimas actualizaciones sin necesidad
de moverte de la silla. Aunque por mi zona la velocidad no anda muy allá y eso
de la banda ancha no se atisba ni siquiera por el horizonte. Se la habrá
llevado la terrible tormenta de esta pasado domingo.
Cuando este
blog se acerca a su final (los fieles seguidores saben perfectamente a qué me
refiero), me alegra sobremanera que el número de visitas haya adquirido unos
índices bastante notorios para unos chicos de pueblo (Pepillo y Juanillo).
Puede que ese invento añadido de las redes sociales haya contribuido a tal
desenlace. Y como lo amigos gentilmente comparten estos pareceres, la cadena se
amplía de manera considerable. Algo que, obviamente, agradezco, al tiempo que
se cursa la invitación para cuando Desde La Corona haga acto de presencia.
Con el paso de
los años, y ya van unos cuantos inmerso en el universo de la opinión, uno
adquiere un determinado estilo. Y aquellos que han tenido la infinita paciencia
de convertirse en incondicionales, que los hay, saben muy bien de qué pata
cojeamos. Y no me refiero a la del accidente, para mi desgracia. Por lo que han
captado que es la ironía uno de mis recursos literarios preferidos. Manejado,
igualmente, en las décadas docentes por aulas, salas y pasillos, creo que me ha
valido para diseñar una manera de entender la escritura. Y la vida misma, ¿por
qué no? Tan válida, entiendo, como la más directa y concisa. Pero si logro cada
día hacer pensar al que ojea las líneas, mucho habremos adelantado. Aun a
riesgo de que haya desvíos en las interpretaciones. Pero es trance que asumo y
por qué no afirmarlo rotundamente: Me encanta.
“El uso de la ironía en la literatura se refiere a jugar con
las palabras de tal manera que el significado implícito en la palabra/oración
es en realidad diferente del significado literal derivado. A menudo, la ironía
se utiliza para sugerir el fuerte contraste del significado literal planteado.
En profundidad, un mayor significado real se revela no por las palabras mismas,
sino por la situación y el contexto en el que se encuentran”. La ironía es,
pues, una expresión que da a entender algo contrario o diferente de lo que se
dice (o escribe), generalmente como burla disimulada.
Con la entrada de ayer (irónica al ciento por ciento) acaeció
un curioso fenómeno. Que viene a confirmar que por regla casi general cuando
uno deja un comentario en Facebook suele no echar una visual a los que le
precedieron. Por lo que se elabora una cadena con eslabones tan dispares que
difícilmente pueda sujetar un argumento. Y de tal guisa, la semejanza del texto
primigenio con el último de los juicios emitidos viene a ser como aquello del
huevo y la castaña.
Cada cual es libre, válgame la divinidad, de interpretar mis
palabras como mejor crea conveniente. Y si entiende que yo he manifestado lo
que no he declarado, allá cada cual. Pero creo que me está pasando lo de la
tele: Nadie la ve, pero sabemos al dedillo la programación de cada canal. Son
escasos lo que reconocen ser adictos de los Gran Hermano, Sálvame, las lindezas
de Paco Marhuenda o los exabruptos de Pepe López. Quita, quita, yo perder mi
precioso tiempo en eso.
Corro el riesgo de que me tachen de petulante si declaro que
son cuantiosos los que no me leen. Y lo exteriorizan urbi et orbi. Y ponen
nombre y apellidos en expresiones tan genéricas como la siguiente: Vale más
corrupto conocido que podrido por conocer. Que la plasmo tras la realización de
un hipotético sondeo, en unas hipotéticas quintas elecciones, que arrojan unos
hipotéticos resultados, con un hipotético y elevadísimo porcentaje de encuestados
a los que todo se les importa un hipotético pito y les da lo mismo ocho que
ochenta (hipotéticamente, claro; aclaro la turbidez).
Yo no te leo. Pues bastante que me alegro. Así no te
intoxico. Además, es preferible, pues no me echo a la espalda un cargo de
conciencia. Ahora los doctores me espetarán…
¿Qué tengo yo, que mi amistad procuras? / ¿Qué interés se te
sigue, Jesús mío, / que a mi puerta, cubierto de rocío, / pasas las noche del
invierno oscuras?
Y con un extracto de este poema englobado en las denominadas
rimas sacras de Lope de Vega, me despido deseándoles toda clase de parabienes.
Sobre todo a los que, a pesar de no leerme, estarán en este mismo instante
maldiciendo mi maldita ironía.
Mañana me toca traumatólogo. Pienso entrar en su despacho sin
muleta. A ver si le quito la manía de saludarme con el sugerente adhesivo de la
lentitud, de que no me apure y tenga paciencia. Y tú, estimado no seguidor, no
vayas a meter la pata (ya seríamos dos) deseándome una pronta recuperación.
Acuérdate de que tú no me lees. A los otros sí, faltaría más. Gracias
infinitas.
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