Ayer fui a la piscina municipal. Al igual que lunes y
viernes. Antes de las 8 ya estoy tocando el timbre (puerta de atrás) para darle
menos trabajo a la pata. En los primeros días debía bajar en la silla
habilitada para minusválidos, pero ya soy capaz de acceder a la pileta por la
escalera. Aún cuesta algún esfuerzo. Paciencia me decían todos, incluido el
traumatólogo, y en ello estoy. El progreso, no obstante, es evidente. Lento, ya
lo sé, mas no queda otra.
Camino más que nado. Y como la climatización funciona, los
26 o 27 grados (centígrados) te mantienen adecuadamente. Mucho más cuando echas
una visual al tablero electrónico y te indica que en el exterior la temperatura
es la típica de Realejo Alto, por debajo de 20. Lo que sí está mal es la
techumbre. Esa cubierta metálica ya muestra síntomas evidentes de caducidad.
Tanto que cuando llueve, las goteras son abundantes. Y tú me dirás que si te
estás bañando, qué importancia tiene el hecho. Y como tienes razón, te la doy y
punto.
Remojándome estaba, cuando aparece un amigo y me da la
noticia del fallecimiento de Rita Barberá. Comentamos un par de minutos que
ahora se repartirían culpas a diestro y siniestro, porque la muerte actúa como
un bálsamo. Para el difunto, por razones evidentes. Para los que seguimos por
estos vericuetos, porque el pasado queda borrado ipso facto y el fallecimiento
establece tabla rasa. Todos pasamos a ser buenos después del óbito. Cuando ya
no te vas a enterar. Lo que demuestra fehacientemente que somos más falsos que
una moneda de cinco euros.
Cuando llegué a casa tocó la ración diaria de prensa. No
hace falta contarte qué información acaparaba todas las cabeceras. Y la redes
sociales ardían con todo tipo de comentarios. Laudatorios los unos, denigrantes
los otros. Elegías y panegíricos, pero también sarcasmos y actuaciones que
ponen en duda nuestra condición de racionales.
A pesar de que no piso una iglesia ni domingos ni fiestas de
guardar, cuando asisto a un entierro intento ser lo más respetuoso posible.
Acudo a la ceremonia fúnebre y guardo el debido silencio porque entiendo que
muchos de los allí congregados ‘viven’ los oficios. Lo mismo te traslado de
bodas, bautizos y demás. Y en cuestión de creencias, dogmas y fes, cada cual
dicta sus principios.
Hay actitudes que no comparto. La de aquellos que confunden
meros gestos de cortesía, de buenos modales, de educación, en suma, con
homenajes políticos que no vienen a cuento. No estoy de acuerdo con los que aprovechan
cualquier ocasión para los exaltamientos del bien quedar, ni con los que establecen
discriminaciones por inconsistentes tesis políticas baratas. Tan demagogos que apenan.
Se han pasado todas
las fronteras, cada uno tendrá sobre su conciencia lo que se ha dicho, queda
ahora la duda al no poner demostrar su inocencia… Argumentos defensivos que no contribuyen
al necesario sosiego. Del otro lado, minutos de silencio no compartidos y
comparaciones que no vienen a cuento. Volver a enchufar el ventilador con
explicaciones que confirman regímenes altamente peligrosos.
Gusta a unos cuantos poner listones bien altos. Pero cuando
se viran las tornas no se ruborizan en cambiar discursos a conveniencia. Nos
tildan de tontos cuando no compartimos sus ideas, pero no dudan en calificarnos
de idiotas cuando la tortilla se dio la vuelta.
Puede que todos hayamos contribuido a este clima de enfrentamiento.
Y el recurso del minuto de silencio ha sido tan choteado que nos hemos vuelto
escépticos. Y poner en la balanza quién y quién no merece las consideraciones y
respetos se ha vuelto ejercicio asaz complicado. Exteriorizar una posición de
puertas adentro y convertir estos aconteceres en espectáculos televisados ha
desembocado en tiras y aflojas lamentables.
Culpables somos todos. Pero los que se presentan como adalides
de la regeneración y fieles exponentes de jóvenes sobradamente preparados no
muestran los mimbres requeridos ni la cordura necesaria. Esa hornada de universitarios,
aparte de fagocitar una formación política de dilatada trayectoria democrática,
flaco favor prestan con aspavientos y poses cara a la galería. Demasiados
sectarismos. Y no creo que la solución a los fallos del sistema venga de la
mano de estos fanatismos. Me han vuelto a defraudar.
Y hacemos la número 1988. Nos quedan 12.
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