Constituye, como cada año, el anuncio navideño de la lotería
nacional todo un acontecimiento. Sujeto, claro, a los más diversos pareceres. Cuestión
de gustos o colores, se diría. “En este mundo traidor / nada es verdad ni
mentira, / todo es según el color / del cristal con que se mira”. (Ramón de
Campoamor, 1846, en su poema ‘Las dos linternas’, de su obra ‘Doloras’)
He leído con suma atención muchísimos comentarios al
respecto. Los más, de carácter laudatorio. Debemos reconocer que la agencia
logra tocar la fibra de la gente. Y como siempre estamos prestos ─por
si cae, a gastar unos euros en los décimos de rigor y, además, soñar es gratis─ a
construir castillos en el aire, bienvenidos sean estos gastos superfluos.
Cuando el 22 de diciembre haya hecho acto de presencia el tan codiciado ‘Gordo’,
compensaremos las aflicciones de los millones de desconsolados con los brincos,
abrazos, brindis y risas de los escasos agraciados. Este año no será una
excepción. Nos quedará la tremenda suerte de haber recuperado lo jugado (qué
mentira más piadosa) y a la espera de que El Niño ponga el resto. Es decir, la
mano para llevarse los reintegros y las aproximaciones.
Debo manifestar, sin más dilación, que a un servidor no le
convenció. Puede que ya me halle próximo a la edad en la que los achaques
suelen ser frecuentes. Y debí relacionar el despiste de la maestra jubilada con
una enfermedad que causa estragos. Puede que el conocerla en ámbitos cercanos
haya añadido un plus de desconfianza. Y uno piensa, se piensa, si no existe en
el entramado una falta de respeto hacia quienes sufren esa lacra que rompe estructuras
arraigadas como puede ser la familia.
La agencia Leo Burnett se defiende alegando que la historia
narrada es mera ficción publicitaria. Claro, como toda película que se precie.
Ya se sabe, cualquier parecido con la realidad… Solo, se manifiesta,
pretendimos dar a conocer el enorme cariño de tres generaciones de una familia
y el afecto de todo un pueblo hacia Carmina, la maestra, su maestra. No lo
pongo en duda. Pero el trasfondo me ha descolocado.
Si yo sostuviera que la protagonista sufre un trastorno
neurológico con pérdida evidente de memoria, de la percepción y del sentido de orientación,
no creo que discrepes demasiado con mi apreciación. Que no ha sido la intención
el destacar esa característica, entiendo, debe quedar fuera de toda duda. Pero
ese poso (el trasfondo, que menté antes) que subyace en el nudo, en el
argumento, me ha puesto a la defensiva. Repito, pueden ser las primeras derivas
de una edad provecta. O los restos de un díscolo redomado.
¿Falta de respeto? No llegaría a tanto. No entra en mis ya reumáticas
neuronas que tal cuestión haya pasado por la imaginación de los publicistas.
Pero ellos, mejor que nadie, saben de las debilidades y flaquezas de la mente.
Y explotar sentimientos es factor importante para ganar adeptos en un mundo en
el que la competencia juega papel primordial. Y cuantos más vean, y opinen,
mejor. Insisto, no quisiera pensar que hayan jugado con trampa. Concedo el
beneficio de la duda. Aunque hay momentos en que el revoltillo cerebral parezca
indicarme lo contrario.
Juega una baza importante en favor de esta opinión, si no
negativa del todo al menos reacia, el hecho de que desde hace muchos años no me
sumerjo en la dinámica y solo compro el décimo que reparto con tres compañeros
del gremio docente. Ellos hacen lo mismo. Alguna comida, en algún guachinche ha
caído.
También es verdad que el periodo navideño no es santo de mi
devoción. No comparto la vorágine consumista que ha devorado ilusiones y otros
parámetros por los que se regía esta época del año. Y el peso del paso del
tiempo te va minando. Oye, pero aplaudo la actitud de los que le ha gustado,
han sacado a la luz su vena sensible e, incluso, han soltado una lagrimita.
Aunque con las lluvias no se haya notado. Qué buenas estas agüitas para esas
papas que ya están rompiendo la tierra.
Y concluimos: 1987 y 13.
No hay comentarios:
Publicar un comentario