Esta serie frecuente de contactos nos va a permitir, creo
yo, llevar a buen puerto a estas frágiles barquichuelas que hemos botado a la
aventura de la vida. Lo que me extraña enormemente –ya lo dije el otro día a
los chicos– es que a estas reuniones vengan solamente las madres. Parece ser
síntoma general que los temas de la escuela sean cosa de mujeres. Mientras, los
padres tienen suficiente –y muy cansado es– con ir a trabajar y ‘traer el
dinero a casa’. No se percatan, probablemente, de que en este problema de la
educación –que no enseñanza– estamos embarcados todos, y si el barco se va a
pique nos ahogaremos conjuntamente.
Claro que el maestro forma parte, e importante, de la
tripulación, pero sí que habrá que dejar claro que no le corresponde toda la
tarta a la hora del reparto de responsabilidades. El chico permanece en la
escuela cinco horas. De nada me valdrá que intente modificar su conducta, crear
hábitos, si luego en su ambiente, en las diecinueve restantes, está viviendo
una problemática completamente diferente.
La vida es, y está, difícil. Atravesamos una grave crisis,
no solo económica –que ya de por sí entraña muchas dificultades– sino, y es
asunto peliagudo, una profunda crisis de valores, que en multitud de ocasiones
nos hace olvidar –o apartar– nuestro verdadero papel. Sin embargo, y a pesar de
ello, nuestra tendencia como padres es procurar darles todo hecho a los hijos,
entregarles las cosas en bandeja –y no de plata, ¡de oro, a ser posible!–, influenciados
por aquello de que nosotros no lo tuvimos y, por tanto, les ofrecemos villas y
castillos; villas y castillos que, a lo peor, ni siquiera tenemos. Y ese
aparente loable intento no es, precisamente, una buena ayuda.
Esas excesivas preocupaciones por el niño van a ir en su
perjuicio. Esta, a buen seguro, no va a ser la manera más adecuada para
prepararlo a que, cuando tenga que alejarse de las faldas de la madre o del
apego del maestro –no digo de los calzones del padre, porque ningún gallo
agasaja pollos– sepa desenvolverse en la vida, que tantas veces nos trata de
manera cruel. No vayan a pensar ustedes que pueda estar dándoles una lección de
moral, de ética o de buenas costumbres. Tampoco les estoy indicando cómo, o
cómo no, deben hacerlo. Pongo sobre el tapete, simplemente, una cuestión que,
bajo mi óptica, estamos mal encauzando.
Al educar al niño hay que hacerle ver la realidad que tiene
ahí delante, y que no es, lamentablemente, un camino de rosas. Por
consiguiente, vamos a procurar entre ustedes y yo –si contamos con los padres,
mejor– que el invento nos salga bien. No es la primera vez, ni será, por
desgracia, la última, que nos encontramos niños que no hay por donde cogerlos,
al tiempo que pensamos que se trata de alguien normal, aparentemente, y que
debería responder mejor al tratamiento. Las causas pueden ser varias. Sin
embargo, si no las descubrimos a tiempo podemos tarar al chico para toda una
vida.
Vamos a procurar educar a los chicos para la vida. Que no
nos preocupe tanto el hecho de que el niño deba tener una gran cantidad de
conocimientos en su cabeza cuanto que sepan desenvolverse. Es preferible que no
sepan tanto –algunos doctrinalistas
se echarán las manos a la cabeza– sino que sean capaces de actuar bien ante
cualquier circunstancia adversa.
El hecho de que hoy es distinto –o debemos pretender que lo
sea– lo encontramos en cuanto el niño llega a casa y plantea una duda. Muchas
veces, quizás la mayoría, no les hemos sabido responder. No les extrañe lo más
mínimo; todo ha evolucionado y también lo ha hecho la forma de dar clases, de
educar, los contenidos y, lo más relevante, los objetivos, las metas. De ahí,
insisto, la importancia de los contactos entre padres y maestro.
Es indudable que todos los chicos no son iguales; unos son
capaces de captar los conceptos con una rapidez asombrosa; otros, en cambio,
son más lentos, algunos, increíblemente. Guarda esto relación con el tema de
las notas. A ellas no les podemos –ni debemos– dar más valor de la que
realmente deban tener. Como tampoco es conveniente hacer un drama por una vez
que el alumno lleve un insuficiente a casa. Si nos preocupáramos más momentos,
no sería necesario llegar a esta situación.
Cuidado, no se me malinterprete pensando que, sea lo que
sea, pa´lante, sin más. No, no es eso. Piensen que, en todo caso, el niño ha
intentado poner de su parte lo que a su alcance esté. Y si creemos que puede y
no lo hace, alguien está fallando, y no es él. Todos no pueden ser sobresalientes.
Al igual que en los coches, unos de gasoil y otros de gasolina. A unos les cuesta
más arrancar, pero de lo que se trata es que una vez en el camino puedan
alcanzar la meta. Llegarán antes los coches de marca, pero abramos la opción de
que los utilitarios también puedan hacerlo. Lo verdaderamente importante es que
el niño vaya a la escuela sabiendo qué es lo que allí se va a encontrar, qué es
lo que debe poner de su parte y qué es lo que se solicita de él.
(Terminamos mañana, mil
gracias)
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