Con esto entramos en el terreno de la motivación. Cuando el
niño salga de clase y retorne a su hogar, o cuando esté jugando en la calle, o
esté de visita en casa de unos familiares o en cualquier otra oportunidad, ha
de ser excelente ocasión para continuar la labor que se realiza en la escuela.
De nada nos vale que durante cinco horas esté adquiriendo una serie de hábitos
de conducta, si luego quedan marginados, condenados al ostracismo las
diecinueve restantes, en suma, si no se practican.
O entendemos la educación como un todo continuado o mejor será dedicarnos a
otra cosa. Si ustedes entienden mi labor como la de una guardería, con esta
conversación no logramos nada positivo. Ahora bien, si ustedes entienden que
hemos de formar personas y no máquinas, nos queda mucho camino por recorrer. Y
en ese camino estamos todos, para que cuando lo llano se acabe, cuando la mano
amiga no esté allí a su lado, sepa valerse por sí mismo, sepa salvar los
obstáculos que va a encontrar. Pero que lo haga con dignidad y no como simples
animales que compiten y escalan peldaños teniendo como único lema la ley del
más fuerte.
Si pretendemos entablar un diálogo ameno, claro, sencillo y
serio con los chicos, lo menos que podemos intentar de antemano es que estos se
encuentren a gusto. Y los chicos se sentirán a gusto con aquello que les
encanta, con lo que es innato a su propia naturaleza. El niño vive por y para
el juego. ¿Quiénes somos nosotros para intentar romper sus esquemas? No se
trata de que el niño deje de jugar para que pueda aprender; logremos que pueda
aprender mientras siga jugando. Encaucemos sus juegos y a través de ellos
hagamos que adquieran habilidades, vivencias. La canción, el ritmo, el paseo
son elementos válidos para la progresión armónica y consecuente de la
personalidad del alumno.
La importancia que le doy al paseo escolar es capital. Más
de un padre habrá pensado, sin embargo, que es solo una novelería del maestro
que tiende a escaquearse y a pasar el día más rápidamente no dando matemáticas,
lenguaje y demás. Nada más lejos de la realidad. Con él aprende a circular por
las vías públicas –para que la madre no tenga que llevarlo siempre de la mano
hasta que esté en quinto–, saber cruzar una carretera, observar, experimentar,
encontrando siempre una válvula de escape para dejar volar su imaginación, que
necesita potenciar y desarrollar.
Ojalá, y voy más lejos, pudiésemos disponer en las escuelas
de un pequeño huerto en el que poder cultivar lo que se nos antoje, o donde
criar conejos, gallinas y poder salir de la cárcel de las cuatro paredes de
siempre. ¿No le dicen ustedes a sus maridos que las lleven a dar una vuelta los
domingos por encontrarse hasta las narices de la comida, la ropa sucia y, en
suma, de la casa?
Los chicos –y perdonen– se están asomando por las ventanas,
extrañados de que lleve el maestro hablando más de una hora y ustedes sin decir
nada. Hasta han apartado el juego por un momento para ver qué pasa. Así que,
ahora, si no les importa, les corresponde opinar, hablar, preguntar o…
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Unos breves apuntes de texto que fue escrito allá por los
años ochenta del pasado siglo. Y que fue editado en una publicación más amplia
(Jugando a ser maestro) en el 1993. Algunas décadas han transcurrido desde
aquel entonces. Y puede que aquel incipiente lamento se haya tornado en
profunda desazón. Porque mucho ha cambiado. Y a peor. Argumentaba en aquella
ocasión lo de llevarlo de la mano a la escuela hasta quinto de EGB. Sé de casos
recientes que hasta la universidad.
El tan controvertido asunto de las tareas es buena muestra
de que sigue el distanciamiento entre docentes y familias o, lo que puede ser
más peligroso, la intromisión, la comodidad, cuando no la mimosería. Falla algo
tan elemental como el viejo dicho de toda la vida y que no es otro que hablando
se entiende la gente. Parece que nos encanta el enfrentamiento. Con lo que el
alumno podrá seguir jugando con las cartas marcadas. Y, además, con todos los
adelantos a su alcance. ¿Que muchos maestros no se han adaptado a los nuevos
tiempos? Seguro. ¿Que muchos padres han olvidado sus funciones para convertirse
en los coleguitas? Seguro.
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Perdón por el horrible escaneo de las fotos. Ese fue mi
primer grupo de alumnos en La Longuera: La quinta del 74. A ellos les guardo un
especial cariño. Ahora somos amigos en Facebook. Pero ya todos somos mayores de
edad. Y el aprecio continúa. Tanto que el libro citado fue por ‘culpa’ de
ellos, una consecuencia de haberlo pasado tan bien. Lo mismo me invitan un día
de estos a una comida.
Van 1974 (qué casualidad, el año de nacimiento de estos
alumnos). Quedan 26.
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